miércoles, noviembre 29, 2006

Pamela

Esta semana la prensa informó con horror sobre el caso de una joven iquiqueña de 13 años, reina de su curso, que se suicidó por las continuas amenazas y burlas de sus compañeras de clase. Una joven con capacidad, buen rendimiento, buena relación familiar, padres apoyadores, cercanía con sus profesores y amor por su escuela. Fue este sentimiento de apego a su colegio y sus profesores los que hicieron que Pamela se negara a abandonar el curso y definitivamente dejar todo atrás. Tal vez hubiese sido más fácil, pero ella quiso quedarse porque tenía el derecho de estar ahí, porque ella era libre de estudiar donde quisiera y con quien quisiera, de incluso elegir el aceptar las burlas de sus compañeras. Pamela lo intentó, pero ellas pudieron más, la presionaron tanto en clase como fuera de ella, a través de internet y sus fotologs. Esos mismos fotologs se llenaron de insultos durante esta tortura sistemática e incluso continuaron después de su muerte, cuando ya nada tenía sentido. Los especialistas levantaron sus dedos acusadores a “la nueva amenaza escolar” y “el matonaje actual” que jamás se había visto de esta forma...

Bueno, no sé si estos especialistas ya lo olvidaron, pero el colegio puede ser la etapa más funesta de la vida de una persona. Claro, porque para quien no nació bello o atlético o extremadamente simpático o irreverente, la enseñanza escolar es una tortura física y psicológica que para algunos es imposible de sobrellevar.

Y es extraño. Esta noticia, sus implicancias, las reacciones de la prensa, todo ocurre ahora, justo cuando mis antiguos compañeros de colegio decidieron hacer una junta para todo el curso luego de 12 años. Aunque con algunos me he visto en los últimos 2 años, debo decir que durante 10 años no me interesó en lo más mínimo volver a ver a semejante fauna. Claro, es que las heridas quedan rondando mucho tiempo. Tal vez el tiempo me hizo perdonar lo que en un momento creí imposible. Las burlas, los golpes, las bromas malintencionadas y por sobretodo la humillación constante a la que fui objeto como tantos otros en los miles de colegios alrededor del mundo. Claro que si no fuera por eso, talvez jamás me habría reinventado como lo hice, dejando atrás mis tapujos, importándome un rábano lo que la gente creyera de mí, haciendo lo que quería.

Sí, el colegio fue una etapa negra donde lo pasé muy mal. Pero en los dos últimos años de media me envalentoné e hice lo que el ambiente decía que era lo correcto para la masa. Y así, siendo parte de la masa, dejé al niño débil y asustadizo atrás, guardado en un espacio muy escondido de mi alma.

Ahora, 12 años después, cuando el polvo ha cubierto todos los textos con los que estudié, cuando las fotos ya no parecen tan propias, cuando los recuerdos se nublan en un amasijo de improbabilidades, me encuentro con estos viejos compañeros. Una reunión necesaria, una etapa que cerrar. Algo que Pamela jamás podrá hacer, porque no tuvo la fuerza para enfrentar sus miedos; porque no pudo con el peso de la vergüenza; porque se ahogó en su propia soledad.