sábado, agosto 22, 2009

El otro periodismo

Creo que una de las personas que más admiro es mi mujer. No quiero parecer mamón ni nada, pero es así. Siendo una comunicadora audiovisual como yo, sabe mucho de muchas cosas, es la gracia de esta carrera, en la que hay que saber de todo para hacer propuestas nuevas. Pero a pesar de todo lo que la admiro por su capacidad cognitiva, su sentido del humor, su perspicacia, belleza y varios otros atributos que no es necesario nombrar en detalle, tiene un placer culpable que me crispa los pelos. Bueno, todos tenemos esos placeres culpables (como yo que siendo rockero de corazón no puedo dejar de cantar las canciones de Miguel Bosé de los ‘80 ¡horroooooooor!)

Bueno, el punto al que voy es que tiene dos placeres culpables.El primero consiste en ser asidua telespectadora de las alfombras rojas de todo tipo de evento. Y no es de las personas como mi suegra o como lo fue mi mamá que se veían las alfombras rojas, el evento, el post-evento, los comentarios del día siguiente y los diarios al respecto. No, ella es fanática de las alfombras rojas SOLAMENTE. Es como si fuera al Burguer King y pidiera el Wopper Doble, me comiera las papas y me fuera del local dejando a hamburguesa. Pero bueno, ella lo disfruta así y si es feliz, yo también.

Es el otro placer culpable el que me deja algo agotado. Le encantan los programas de farándula como PRIMER PLANO. Siendo alguien tan inteligente y tan asertiva, lo interpreto como un escape mental, en el que su cerebro descansa viendo la chimuchina farandulera que no tiene más que tongos y buitres del espectáculo. Y es cuando llega el bendito programa de los viernes cuando yo me sumo en una especie de resignación, porque ya vengo cansado de la semana y en estos días de invierno no me dan ganas de quedarme fuera de la cama cuando puedo estar calientito y por último dormirme si quiero a las diez de la noche. Es que la edad ya comienza a hacer mella en mi persona y definitivamente las trasnochadas no van mucho con mi estado actual. El tema aquí es que, al estar cansado, me quedo mirando la pantalla y consumo cada una de las notas que se suceden una tras otra mostrando las calamidades más grandes de farandulandia, con una se colocó pechugas nuevas, otro engañó a su mujer y a su amante con otra más, el que quiere ser famoso a costa de todos los demás y un eterno etc. del cual la Geisha es casi madrina y aparece en el estudio, en un móvil con una pantalla atrás donde sale si hija eliminada en “Pelotón” o en un contacto llorando desde su cama.

Una vez que entras en el mundo de farandulandia te involucras con los conflictos y asientes o disientes de las opiniones vertidas por todos y cada uno de los panelistas del tribunal de celebridades. Y para argumentar mejor el hecho se presentan como pruebas las notas preparadas para ese respecto, como las de Paula Escobar (no es pariente, por si acaso), donde me habla directamente a mí, como si me conociera, dándose ínfulas de saber todo sobre todos cuando habla sobre nada que le importe a nadie. Pero bueno, ese no es el punto que quiero rescatar en estas líneas. Lo que me ha sorprendido es el lenguaje completamente distinto que existe en este tipo de periodismo. Porque mientras en el periodismo regular la investigación y los hechos probados son lo más importante para dar a conocer una noticia, en el caso de los programas de farándula es la intriga, el rumor, el tongo y la tanga. Y no sólo eso. Si antes las mejores notas se armaban con las frases que se habían logrado a punta de esperas, averiguaciones, encontrones y desaguisados entre periodista y entrevistado, ahora las notas son sobre cómo esperan a que alguien atienda el citófono de una casa que puede ser la de la prima del periodista; o vemos como corren tras un auto, una camioneta furgón o hasta carruajes (sí, leíste bien) para lograr alguna frase, la que en la mayor parte de los casos se resume a una sonrisa, una levantada de ceja y un encogimiento de hombros como diciendo “no voy a hablar, pero gracias por seguirme”.

Y es que la farándula se basa en eso, en cazadores con micrófonos y presas que se dejan cazar y que cuando no las logran pillar, muy bien pueden llamar al cazador para decirles en qué restorán se van a encontrar con tal o cual animador de renombre. Y en periodistas que no logran ninguna frase y prefieren mostrar como corren detrás de un auto cada vez que les toca una bendita luz roja.