martes, agosto 03, 2010

La flaca

El jueves pasado tuve que hacer eso que ya se está volviendo cada vez más acostumbrado: el asistir a funerales. Y es que a esta altura de la vida en que ya soy un adulto hecho y derecho, las generaciones anteriores comienzan a desaparecer, cosa natural en el paseo que nos lleva la vida en que nos sumimos cada día.
La diferencia esta vez es que tuve que despedir a una amiga. Marisol Ramírez era un tipa fuera de serie. La conocí a través de mi ex-esposa, quien fue compañera suya de trabajo en TVN. Era una periodista que tenía la particularidad de hacer un excelente trabajo, pero de no matarse por él. Era alegre, vivaz, intuitiva, divertida y sobretodo muy cariñosamente deslenguada con quienes quería. No alcanzó a llegar a los 40 por culpa de un cáncer. Hace algunos años le detectaron cáncer mamario, contra el cual luchó, fue operada y resistió una quimio y radioterapia de manera estoica, perdió su pelo, pero aún así seguía feliz. Sus hijos era la razón de su lucha y cuando supo que su hija también tenía cáncer fue cuando el mundo se le vino encima. Claro, porque en su tenacidad jamás claudicó por dar la imagen de mujer fuerte y autosuficiente, sin que sus hijos sufrieran por ella más que por lo poco que les dejaba ver. Y con todas sus fuerzas se embarcó en la salvación de su hija. Y lo logró. Al igual que ella su hija logró ganarle al cáncer y siguió adelante.

Pero pareciera que ese esfuerzo le pasó la cuenta. Sin previo aviso el cáncer volvió fulminante en su hígado y ya no hubo vuelta. Trabajó sin descanso incluso hasta dos semanas antes de morir. Fue entonces cuando los reunió a todos y les contó que ya no podía seguir. Cayó internada y se fue despidiendo de cada uno con quienes compartió su vida de trabajo. Por obvias razones yo no supe nada. Mi alejamiento de ese mundo por mi separación matrimonial no permitía contacto de ningún tipo en esos momentos tan aciagos para la flaca. Y fue la mañana del miércoles que me llegó el mensaje de texto de una amiga diciéndome que había fallecido. Me destrozó. Era de esas personas que vale la pena conocer, pero sobretodo que vale la pena que vivan. Habiendo tantos otros que lo único que hacen es gastar aire, se fue una persona que valía su peso en oro. Y me dio mucha pena y rabia por lo injusta que es la vida.

Durante la misa escuché muchas palabras vacías, muchas rememoranzas vagas y mucho blanqueamiento de relaciones laborales, cuando quienes le conocíamos sabíamos cuales eran sus opiniones sobre sus compañeros de trabajo. Y entre ese mar de personas que la fueron a despedir estábamos mi ex y yo. Ya sin contacto, sin sentimientos, sin alegrías, sólo con muchísima pena. Me sentí fuera de lugar por primera vez en mucho tiempo. Ya no era parte de ese mundo, seguramente nunca lo fui. Y la flaca ahora tampoco lo era. Sé que me dedicó unas últimas palabras, diciendo que me quería mucho. Para mí fue una persona muy querida, muy apreciada por su capacidad de afrontar cada piedra en el camino. Me agradó saber que aún contaba con una buena opinión de mí a pesar de todo.

Hoy te quiero despedir, flaca linda. Que ojalá estés tranquila y descansando por fin de tanta penuria y malos ratos. Para tu tranquilidad quedamos muchos que te recordaremos como esa mujer sonriente y divertida que nunca pareció estar tan enferma. Desearía que muchos tuviésemos la mitad de ganas de vivir que tuviste tú.

Chao flaca. Te quiero.