En todos los años que llevo viviendo en un departamento he podido conocer variedad impresionantes e impresionables de los susodichos “vecinos”, esos humanos que viven a nuestro lado y que saben cada cosa que nos pasa... Aterrador, ¿no?
Bueno, desde 1994 que paso mi vida entre departamentos que han variado de tamaño, color, ubicación, ruido ambiente, temperatura, etc. Durante estos 10 años he pasado por muchas situaciones de, con, por, para y sin mis vecinos que son muy largas de describir, pero que logran hacer un catastro histórico de cómo es nuestro comportamiento en las comunidades de nichos familiares a las que llamamos departamentos. Y es que con la modernización de la cuidad, el aprovechamiento del espacio se ha convertido en una obsesión para nuestras constructoras y los genios del diseño que son nuestros arquitectos. Sí, porque sólo en Chile es posible encontrar un departamento de 40 m2 con 2 dormitorios 1 ½ baños (como si en el medio baño uno se bañara la mitad), bodega, estacionamiento, logia, recibos y hasta pieza de servicio. Y así se encuentra uno en la situación de lavarse los dientes mientras caga y logra ducharse, todo al mismo tiempo; donde hay que lavarse los dientes sólo de arriba hacia abajo, porque si lo haces hacia el lado rompes la muralla; donde las camas toman todo el espacio de la habitación y tienes que arrastrarte por la muralla para intentar ir al baño; donde en la cocina sólo cabe uno (y sólo si mete únicamente los brazos para cocinar); donde el living es living, comedor, recibo y pasillo; donde el balcón es para mirar desde dentro porque sólo caben las jardineras; donde el refrigerador y la lavadora se vuelven compañeros de cuarto.
Demostrado es que mientras más espacio, mejor es la calidad de vida, pero a nuestros negociantes de las constructoras se les olvidó eso. Como si ya fuera totalmente molesto toparse con las murallas para transitar, hay que aceptar un hecho aún más molesto: los vecinos. Porque si antes los vecinos eran los de la taza de azúcar prestada y de cuidar al niño para que los vecinos puedan salir, o de avisar al menor problema (no es que ya no existan, pero son una especie en peligro de extinción), los de ahora son sólo una molestia más grande que el pagar las cuentas a fin de mes. Claro, porque donde antes vivían 4 ahora viven 20 y por lo tanto 5 veces más bulla de lo normal. Y la tecnología no ayuda para nada. Porque la tecnología la diseñan afuera, donde el espacio es un poco más importante para sus sociedades y donde un hometheater será utilizado en una sala especialmente acondicionada. Pero aquí en Chile, en un departamento de 40 m2 , con 10 vecinos alrededor y con las murallas de papel con que contamos, todo el edificio sabe el final de la película. O un jueves o viernes, cuando al llegar del trabajo uno se encuentra con no una, sino 6 fiestas ¡y todas se escuchan porque todos compraron equipos de 500 watts!.
Y al intentar dormir y sentir las risotadas que avanzan de uno a otro balcón, mientras la película termina y empieza el bailoteo y los de arriba que llegaron recién ponen la radio a todo volumen y la guagua del tercero comienza a llorar y que el perro no deja de ladrar mientras le tiran cuescos de aceituna para que se calle... aparece una solución: los amiguitos de verde. Las fiestas se terminan o bajan el volumen un poco, y la guagua es amordazada y el perro drogado para que no ladre más. Y todo se soluciona. Hasta que el viernes siguiente es uno el de la fiesta y los pacos llegan para cortarte la bulla.
Crónicas de la vida diaria. Las cosas que vemos, las que no y las que simplemente no queremos ver.
lunes, noviembre 21, 2005
domingo, noviembre 20, 2005
El sexo, esa ecuación sin solución
Desde que tengo memoria, el sexo ha sido algo tabú para mi familia más añeja. En cierto modo, todo lo que tenga que ver con los genitales es tomado por ellos como una aberración si no es tomado desde el punto de vista biológico y reproductivo. Bueno, eso no se refiere a mi madre y mi hermano, con quienes la confianza nos permitía hablar de todo. Desde el punto de vista católico, lo referente al sexo no es fácil de hablar. Mucho se juzga al que tiene sexo a destajo, se lanzan piedras para tratar de callar al que exige su libertad sexual y se trata de locos o depravados a quienes no toman la vida heterosexual como un dogma. Y el problema es que por lo mismo nuestra educación al respecto está sesgada por nuestras creencias religiosas o por nuestro entorno familiar y escolar.
A pesar de que Freud y muchos otros lograron determinar nuestros estados psicológicos basados en nuestras etapas sexuales y de acercamiento con el sexo opuesto, debo decir que la ecuación jamás se concluyó. Y es que al tener a dos seres de morfología y pensamiento tan dispares que desarrollan el acto sexual, no se puede determinar de manera exacta una ejecución óptima que sea la “receta” que a todo el mundo le sirva al momento de tener sexo.
Con el tiempo he desarrollado una teoría. Nuestros sexos (hablo de una relación heterosexual) están desfasados en tiempo y espacio. Es cosa de ver a los miles y miles de jóvenes y hombres de adultez temprana que rogamos por sexo cada vez que podemos y parecemos una manada tras una hembra en celo. Y para las mujeres, en su mayoría, el sexo no es un tema demasiado importante. Para el hombre, es casi como respirar (sexo, luego existo) y en cambio la mujer busca muchas otras cosas en su vida y el sexo ocupa casi siempre un lugar secundario en su vida personal (siento, luego existo, después de mucho rato, el sexo). Así cuando nosotros buscamos placer somos jodidamente insistentes y llegamos a pecar de necesitados por el sexo. Y para una mujer esto resulta bastante molesto. Por ejemplo, si analizamos los movimientos al momento de un beso con algo más en vista, el hombre intenta siempre llegar a los pechos o más abajo e incluso tenemos técnicas para desabrochar los sostenes. En cambio, las mujeres sólo se limitan a defenderse.
Cuando la adultez llega y nuestros trabajos absorben el 80% de nuestras vidas, los hombres estamos completamente cansados y, aunque siempre el sexo está antes del cansancio, ya no es tan importante como al principio. Claro, porque tanto rechazo nos hace un poco insensibles y siempre se termina pensando en “para qué insistir”. Las mujeres, en su etapa de adultez, por el contrario, necesitan reafirmar su capacidad de seducción y sexualidad con sus parejas, por lo que buscan mucho más el sexo que el hombre. Y trabajan duro por ello. Nosotros, en cambio, estamos en la etapa de sexo fácil: si llega, bien, sino, vemos un partido de fútbol o una película XXX.
Por eso, mi teoría es que, al estar desfasados, nuestros sexos no se complementan. Así que para solucionar la ecuación sexual de nuestra sociedad propongo: que los jóvenes incursionen con maduras y las jóvenes con cuarentones. Así, el joven tendrá ese sexo desenfrenado que busca, esa experiencia que necesita y sin ningún compromiso, que es lo que le gusta. Y la joven tendrá ese sexo esporádico, esa admiración que la edad le da al hombre y la estabilidad que siempre buscan en una relación.
Por eso:
(Hombre maduro + Mujer Joven) = (Mujer Madura + Hombre Joven)
Así, mis queridos amigos, todos tendríamos el sexo que necesitamos y cuando lo necesitemos, sin jóvenes con callos que imposibilitan sus trabajos diarios y mujeres que no tendrían que fantasear con cada nuevo ídolo que no conocieron en su juventud.
A pesar de que Freud y muchos otros lograron determinar nuestros estados psicológicos basados en nuestras etapas sexuales y de acercamiento con el sexo opuesto, debo decir que la ecuación jamás se concluyó. Y es que al tener a dos seres de morfología y pensamiento tan dispares que desarrollan el acto sexual, no se puede determinar de manera exacta una ejecución óptima que sea la “receta” que a todo el mundo le sirva al momento de tener sexo.
Con el tiempo he desarrollado una teoría. Nuestros sexos (hablo de una relación heterosexual) están desfasados en tiempo y espacio. Es cosa de ver a los miles y miles de jóvenes y hombres de adultez temprana que rogamos por sexo cada vez que podemos y parecemos una manada tras una hembra en celo. Y para las mujeres, en su mayoría, el sexo no es un tema demasiado importante. Para el hombre, es casi como respirar (sexo, luego existo) y en cambio la mujer busca muchas otras cosas en su vida y el sexo ocupa casi siempre un lugar secundario en su vida personal (siento, luego existo, después de mucho rato, el sexo). Así cuando nosotros buscamos placer somos jodidamente insistentes y llegamos a pecar de necesitados por el sexo. Y para una mujer esto resulta bastante molesto. Por ejemplo, si analizamos los movimientos al momento de un beso con algo más en vista, el hombre intenta siempre llegar a los pechos o más abajo e incluso tenemos técnicas para desabrochar los sostenes. En cambio, las mujeres sólo se limitan a defenderse.
Cuando la adultez llega y nuestros trabajos absorben el 80% de nuestras vidas, los hombres estamos completamente cansados y, aunque siempre el sexo está antes del cansancio, ya no es tan importante como al principio. Claro, porque tanto rechazo nos hace un poco insensibles y siempre se termina pensando en “para qué insistir”. Las mujeres, en su etapa de adultez, por el contrario, necesitan reafirmar su capacidad de seducción y sexualidad con sus parejas, por lo que buscan mucho más el sexo que el hombre. Y trabajan duro por ello. Nosotros, en cambio, estamos en la etapa de sexo fácil: si llega, bien, sino, vemos un partido de fútbol o una película XXX.
Por eso, mi teoría es que, al estar desfasados, nuestros sexos no se complementan. Así que para solucionar la ecuación sexual de nuestra sociedad propongo: que los jóvenes incursionen con maduras y las jóvenes con cuarentones. Así, el joven tendrá ese sexo desenfrenado que busca, esa experiencia que necesita y sin ningún compromiso, que es lo que le gusta. Y la joven tendrá ese sexo esporádico, esa admiración que la edad le da al hombre y la estabilidad que siempre buscan en una relación.
Por eso:
(Hombre maduro + Mujer Joven) = (Mujer Madura + Hombre Joven)
Así, mis queridos amigos, todos tendríamos el sexo que necesitamos y cuando lo necesitemos, sin jóvenes con callos que imposibilitan sus trabajos diarios y mujeres que no tendrían que fantasear con cada nuevo ídolo que no conocieron en su juventud.
martes, noviembre 01, 2005
El nuevo deporte
Hoy por casualidad descubrí un nuevo deporte. Estaba esperando la micro para ir a una grabación, cuando me fue revelado. Cuando el microbús amarillo (porque hasta ahora no me he podido subir a uno de los caracoles verdes) se acercó a la vereda, corrí tras él para no perderme la única posibilidad de llegar a la hora a mi mencionada grabación. Al girar para comenzar la carrera me encontré con mi primer obstáculo: Soledad Alvear. Con un rápido movimiento hacia la derecha me lancé hacia delante para toparme con Joaquín Lavín; al saltarlo, Pablo Longueira me esperaba con la más plástica de sus sonrisas; con un último esfuerzo me aparté de Juan Guillermo Vivado y logré subirme a la micro. Debo admitir que tanta finta me dio un gran ejercicio aeróbico.
Y es que en estas épocas de elecciones ya no hay donde pisar. Claro, porque no sólo tenemos que aceptar los comerciales y franjas de propaganda política en la TV, ni las marchas o reuniones a gran escala o los panfletos y cientos de tipos con poleras en carros alegóricos. No. Porque todo tiene posibilidades de convertirse en propaganda. Así surgieron los aviones de propaganda, los edificios con carteles publicitarios y el nuevo metro, que se pinta según quiere el mejor postor. A todos estos avances de la información que uno no quiere recibir, se sumaron los tipos que hacen malabarismo en las esquinas y que además reparten panfletos de un candidato en especial. Y como los carteles no pueden ser colgados en el alumbrado público, se usan los postes, árboles, basureros, autos, personas, etc.
Mi problema no va por ahí. Si quieren llenar de carteles la ciudad no me importa (si luego los sacan); hasta la gris capital se ve un poco más colorida (aunque sólo de mentiras demagogas). Lo que a mí me afecta es que ahora no puedo caminar. Claro, porque a los grandes creadores de las campañas se les ocurrió ocupar el único espacio que no estaba previsto: el suelo. Y es así como encontramos unos bastidores, cuales obras de Leonardo, donde no hay óleo ni Giocconda, sino látex y una Alvear a la que la sonrisa le salió chueca y forzada. Y claro, también la Michelita, Piñera, Lavín y un cuanto hay, desde viejos estandartes de la política, hasta animadores sin trabajo y actores retirados.
Y ante toda esta horda de cuadros tirados en la calle no podemos hacer nada. Invaden nuestras veredas, plazas, entradas a los negocios y hasta los regadores automáticos, con lo que sólo la mitad del pasto se moja. Y aunque gasté alrededor de 15 calorías por cada giro para evitar chocar con ellos, creo que el mejor uso que se les puede dar es el de saltarlos, con lo que podríamos quemar unas 200 calorías por cada cuadra con candidatos. Así, un recorrido normal del trabajo a la casa lograría hacer bajar ese rollito rebelde y nos haría un poco más firmes. Hasta ahora los más difíciles de saltar son los presidenciables y los senatoriales; se los recomiendo luego de un par de días de ejercitar con diputados.
Así que este es mi nuevo deporte: EL SALTO POLÍTICO. Para que por fin los políticos nos sirvan de algo.
Y es que en estas épocas de elecciones ya no hay donde pisar. Claro, porque no sólo tenemos que aceptar los comerciales y franjas de propaganda política en la TV, ni las marchas o reuniones a gran escala o los panfletos y cientos de tipos con poleras en carros alegóricos. No. Porque todo tiene posibilidades de convertirse en propaganda. Así surgieron los aviones de propaganda, los edificios con carteles publicitarios y el nuevo metro, que se pinta según quiere el mejor postor. A todos estos avances de la información que uno no quiere recibir, se sumaron los tipos que hacen malabarismo en las esquinas y que además reparten panfletos de un candidato en especial. Y como los carteles no pueden ser colgados en el alumbrado público, se usan los postes, árboles, basureros, autos, personas, etc.
Mi problema no va por ahí. Si quieren llenar de carteles la ciudad no me importa (si luego los sacan); hasta la gris capital se ve un poco más colorida (aunque sólo de mentiras demagogas). Lo que a mí me afecta es que ahora no puedo caminar. Claro, porque a los grandes creadores de las campañas se les ocurrió ocupar el único espacio que no estaba previsto: el suelo. Y es así como encontramos unos bastidores, cuales obras de Leonardo, donde no hay óleo ni Giocconda, sino látex y una Alvear a la que la sonrisa le salió chueca y forzada. Y claro, también la Michelita, Piñera, Lavín y un cuanto hay, desde viejos estandartes de la política, hasta animadores sin trabajo y actores retirados.
Y ante toda esta horda de cuadros tirados en la calle no podemos hacer nada. Invaden nuestras veredas, plazas, entradas a los negocios y hasta los regadores automáticos, con lo que sólo la mitad del pasto se moja. Y aunque gasté alrededor de 15 calorías por cada giro para evitar chocar con ellos, creo que el mejor uso que se les puede dar es el de saltarlos, con lo que podríamos quemar unas 200 calorías por cada cuadra con candidatos. Así, un recorrido normal del trabajo a la casa lograría hacer bajar ese rollito rebelde y nos haría un poco más firmes. Hasta ahora los más difíciles de saltar son los presidenciables y los senatoriales; se los recomiendo luego de un par de días de ejercitar con diputados.
Así que este es mi nuevo deporte: EL SALTO POLÍTICO. Para que por fin los políticos nos sirvan de algo.
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