lunes, marzo 27, 2006

El chivo expiatorio

Me cansé. Y es definitivo. Me cansé de que siempre se ocupe a Chile como chivo expiatorio de todos y cada uno de los problemas que existen en la región.

América Latina cuenta con un grupo de países de lo más variopintos que no concuerdan ni se parecen. Desde México hasta Chile, cada país tiene aspectos culturales que los diferencian marcadamente y que hacen de esta región algo muy especial. Porque además, nuestros pueblos se dicen hermanos aunque se odien hasta la saciedad. Realmente prefiero la honestidad de los europeos para mirarse entre sí que la cínica “hermandad” que aducen los latinoamericanos. Y es que uno no puede sentirse “hermano” de tipos que lo único que hacen es tirar mierda como los monos.

Me refiero al caso de nuestros “vecinitos” peruanos y bolivianos. Estoy harto de escuchar durante décadas a Bolivia que todos sus problemas surgen de su “mediterraneidad”, de la negativa de Chile a entregarle una salida al mar. Es verdad que la Guerra del Pacífico fue un conflicto terrible y que dejó a Bolivia sin mar, pero perdónenme, la guerra no la hizo Chile solo. Perú y Bolivia se unieron en su segunda (porque no era la primera vez que se aliaban contra Chile) “Confederación Perú-Boliviana”, una especie de “eje” que les permitiría hacerse por fin de un nombre entre los grandes de América (ya que Brasil y Argentina siempre han dado que hablar, no necesitan estos tratadillos). Chile respondió en solitario contra el doble ataque y ganó. Yo me pregunto: si ellos hubiesen ganado ¿le habrían devuelto a Chile los territorios anexados durante el conflicto? ¡Claro que no!. Y lo que más me molesta es que siempre Bolivia ataca a Chile, siendo que también el paso al mar podría ser por territorio peruano. Pero ¿por qué los peruanos no les ayudan a sus viejos "partners"? Por la sencilla razón de que no quieren tener que vérselas directamente con ellos sin tener la economía fronteriza con Chile. Saben que además el carácter belicoso de los bolivianos no les vendría bien en un conflicto limítrofe con ellos.

Pero además de Bolivia, Perú también comenzó a sacar las garras. Uno de tantos caudillos como Evo en La Paz, habla sobre la carrera armamentista que Chile ha comenzado en el cono sur. ¡Por favor! Nadie señaló a Perú cuando se armó hasta los dientes y compró una flota de MIG-29 que los dejaron a la cabeza de la defensa en este lado de la cordillera. Nadie alzó la voz cuando atacaron con esos mismos aviones a los ecuatorianos que no habían hecho nada en su contra. Tampoco se alzan las voces por las FFAA de Argentina y Brasil, que cuentan con suficiente armamento como para invadir al resto de América Latina.

¿Cuál es el punto? Que Chile es el chivo expiatorio para todo. Porque claro, es m´s fácil echarnos la culpa si la economía de Bolivia está mal, si quieren ganar una elección en Perú o quieren cobrar más caro los productos en Argentina y Chile es el “culpable” de que no hayan recursos allá...

Me cansé de esta mierda de continente en que todos quieren borrar sus errores a costa nuestra. Chile no tiene la culpa de lo que hagan sus vecinos.

sábado, marzo 11, 2006

Ricardo I

Chile, desde la declaración de independencia de 1810, jamás a tenido un gobierno monárquico. Claro, porque como la mayoría de los países latinoamericanos lograron la independencia de una monarquía tiránica como la española, la idea principal de los fundadores de la patria fue que el modelo de gobierno a seguir era el de la democracia o gobierno del pueblo. Claro que la democracia es un modelo que lejos de ser “del pueblo” es “para el pueblo”, ya que muy pocas veces vemos a un hombre salido del pueblo mismo, de clase baja, llegar a ocupar el máximo puesto de la nación. Por supuesto en cada gobierno, desde tiempos remotos, son ciertos grupos los que se reparten el poder, desde las empresas o los ministerios, desde embajadas o las fuerzas armadas. Y con el tiempo nos hemos acostumbrado a ver a los mismos dándose vuelta en todos los cargos posibles.

A pesar de esto, hay algunos casos que llegan a sorprendernos. Cuando Ricky, el único hijo de una familia de clase media, decidió entrar a estudiar derecho y ser parte de los grupos estudiantiles y las nuevas tendencias políticas que por esos años revolucionaban el país, jamás pretendió ser un caudillo. Pero claro, es difícil no destacarse cuando se tiene un carácter fuerte y las ideas muy claras. Por esas cosas del destino, desde que lanzó su tesis de final de carrera, se convirtió en un hombre que daba que hablar. Al denunciar la mal repartición de dinero y empresas en el Chile de los ‘60s y demostrar que sólo unos cuantos controlaban todo, los aludidos intentaron por todos los medios acallarlo. Con los años, las gestiones y su carisma lo catapultaron hasta puestos e influencias mayores a los que esperaría a su temprana edad. Incluso pudo llegar a ser ministro o embajador durante la UP, pero no se le dio la oportunidad en la mayoría de los casos; la única vez que el cargo ya estaba destinado a él fue cuando le ofrecieron ser embajador en la URSS, cosa que no aceptó por la lejanía del cargo. Sin querer, salvó su vida al no vincularse en forma oficial al gobierno de Allende.

Si todos queremos recordar un momento que nos paró los pelos, fue cuando se tomó la palabra en “De cara al País” y acusó a Pinochet de déspota y emplazó a todos los chilenos a echarlo del gobierno. Fue uno de los pocos que no temió, que encaró al dictador y a sus secuaces, que sin importar consecuencias, prefirió calar hondo en el pueblo con sus palabras. Y lo consiguió. Muchos piensan que fueron estas palabras las que inclinaron la balanza a favor del NO, ya que permitió que muchos perdieran el miedo y votaran por lo que realmente querían.

Y aunque Ricky no buscó el poder más que el resto, se convirtió en la máxima carta para que la concertación de partidos que él mismo ayudó a formar lograra mantenerse en el gobierno un tiempo equivalente al que estuvo la “Junta” anteriormente. Muchos tuvieron reparos en su postulación, en su segunda vuelta con Lavín; hasta el manejo de sus anteriores ministerios le vendría a caer como una molesta sombra que marcaba sus pasos iniciales como presidente.

Pero Ricky se las arregló para sorprendernos, generando proyectos y programas que revolucionaron la salud y la educación, la justicia y la conformación del gobierno desde sus bases. A partir de este momento lo comenzamos a sentir como un presidente que estaba haciendo algo, por fin uno que no sólo viajaba o le bajaba el perfil a los problemas.

La guinda del pastel fue cuando lo vimos defendernos como una fiera ante las acusaciones internacionales de Bolivia; cuando encaró a Bush y se negó a apoyar la guerra con Irak; cuando dejó a todo el mundo boquiabierto al aparecer en los programas de televisión hablando como cualquier ciudadano; cuando utilizó la radio para acercarse a la gente; cuando se bañó en la playa para demostrar que no estaba contaminada; cuando levantó la voz para corregir a sus ministros o subsecretarios y dejar en claro la postura del gobierno; cuando nos hizo reír con sus comentarios o salidas durante sus discursos o en las contramanifestaciones; cuando dejó todo por su mujer y la acompañó en su enfermedad; cuando vimos la tristeza recorrer su rostro al morir su madre; cuando logró acercar a Chile al resto del mundo con los tratados que se firmaron con la UE y USA.

Todos tenemos, cual más cual menos, que reconocer en Ricky al mejor presidente que este país ha tenido en mucho tiempo. Porque no sólo se convirtió en el presidente del pueblo; también lo escuchó, lo ayudó y acompañó, fue duro y firme cuando se lo necesitó. Pero tal vez lo más rescatable es que fue el primero en mucho tiempo en ganarse el cariño y la admiración de todo un país que, a pesar de sus diferencias sociales, políticas y económicas, aprendió a quererlo como a un amigo. Y muchos postularon la posibilidad de cambiar la constitución para reelegirlo, cosa que él no permitió, demostrando aún más su calidad de estadista.

Por eso, aunque en Chile jamás ha habido monarquía propia y la sangre azul no es parte de nuestra idiosincrasia, quisiera proclamar hoy, el día en que deja la presidencia en manos de la primera mujer que alcanzó el cargo, el nacimiento de la dinastía Lagos, donde Ricardo Lagos Escobar será proclamado “Ricardo I”. Porque en el fondo, nos encantaría que siguiera gobernando por mucho, muchísimo más tiempo.

jueves, marzo 09, 2006

La caída de un gigante

Cuando en 1972 Salvador Allende presidía el primer y único gobierno comunista de la mano de la Unidad Popular, la situación económica del país comenzaba a tambalear bajo la inflación reinante y la poca capacidad del ejecutivo para paliar el creciente descontento ciudadano. En esta escena en que la polarización del país llegaba a dividir amistades e incluso familias, el gobierno comenzó un plan de mega construcciones que generaría trabajo para cientos de chilenos y de paso dejaría la marca indeleble del gobierno comunista para las próximas generaciones. Así nació el hospital de Ochagavía, una construcción monumental que pretendía ser el centro hospitalario más grande y moderno del país, con una torre gigantesca que sobresalía de cualquier otra en un gran perímetro. Aún no se termina, ya que su construcción tuvo bajas presupuestarias durante la UP y finalmente, después del golpe, el proyecto fue desechado por la Junta, la cual no tenía mayor interés en mejorar el sistema de salud, cosa que dejó de lado durante los 17 años que gobernaron.

Pero este gigante, oscuro y abandonado, lugar de robos y violaciones, no es el objeto de esta crónica. Muy por el contrario, es otro inmenso edificio que hasta ahora ha adornado durante más de 30 años el centro de Santiago. El Diego Portales, el complejo de eventos más utilizado por los gobiernos chilenos, es quien se merece esta mención. Porque desde su construcción en 1972, el Portales fue el centro de la actividad gubernamental. Y aunque muchos lo recordamos como el negro bastión de la propaganda de la dictadura, con el ministerio de defensa a sus espaldas, casi ninguno hemos reparado en la importancia de este edificio. Claro, porque fue creado en la UP por arquitectos que se arriesgaron con un diseño innovador; porque fue usado por la dictadura hasta la saciedad, casi como una segunda Moneda; porque su frontis fue el lugar más usado para las protestas masivas; porque ahí surgieron los primeros rumores del triunfo del NO, que luego el gobierno de Pinochet tuvo que aceptar a regañadientes; porque ahí se entregaron los resultados de cada elección democrática desde 1990 hasta ahora, sin contar el sin fin de eventos de distinto tipo e importancia que llenaron el largo e incasable calendario de este edificio.

Por desgracia el Portales, como todos los edificios de décadas pretéritas, no estaba preparado para todo. Claro, porque el gigante que con sus líneas rectas y sus extraños diseños estructurales sorprendió al Chile de los 70’s, no tenía cortafuegos ni protecciones adecuadas para un incendio desde su interior. Por eso, cuando este inicio de marzo el Portales ardió, lo hizo con rabia. Las llamas surgieron desde su base, arrasando con fierros y madera, con cuadros y papeles, con escritos y uniformes. Y para cuando el edificio colapsó por el fuego, todos sentimos que no sólo ardía un edificio más, ni que la alameda podría perder un poco su identidad al verse derrumbado en uno de sus costados, sino por sobretodo, sentimos que ardía un pedazo de historia, un pedazo de nuestros recuerdos, un pedazo de nuestra identidad. Una parte de nuestra memoria.