jueves, marzo 09, 2006

La caída de un gigante

Cuando en 1972 Salvador Allende presidía el primer y único gobierno comunista de la mano de la Unidad Popular, la situación económica del país comenzaba a tambalear bajo la inflación reinante y la poca capacidad del ejecutivo para paliar el creciente descontento ciudadano. En esta escena en que la polarización del país llegaba a dividir amistades e incluso familias, el gobierno comenzó un plan de mega construcciones que generaría trabajo para cientos de chilenos y de paso dejaría la marca indeleble del gobierno comunista para las próximas generaciones. Así nació el hospital de Ochagavía, una construcción monumental que pretendía ser el centro hospitalario más grande y moderno del país, con una torre gigantesca que sobresalía de cualquier otra en un gran perímetro. Aún no se termina, ya que su construcción tuvo bajas presupuestarias durante la UP y finalmente, después del golpe, el proyecto fue desechado por la Junta, la cual no tenía mayor interés en mejorar el sistema de salud, cosa que dejó de lado durante los 17 años que gobernaron.

Pero este gigante, oscuro y abandonado, lugar de robos y violaciones, no es el objeto de esta crónica. Muy por el contrario, es otro inmenso edificio que hasta ahora ha adornado durante más de 30 años el centro de Santiago. El Diego Portales, el complejo de eventos más utilizado por los gobiernos chilenos, es quien se merece esta mención. Porque desde su construcción en 1972, el Portales fue el centro de la actividad gubernamental. Y aunque muchos lo recordamos como el negro bastión de la propaganda de la dictadura, con el ministerio de defensa a sus espaldas, casi ninguno hemos reparado en la importancia de este edificio. Claro, porque fue creado en la UP por arquitectos que se arriesgaron con un diseño innovador; porque fue usado por la dictadura hasta la saciedad, casi como una segunda Moneda; porque su frontis fue el lugar más usado para las protestas masivas; porque ahí surgieron los primeros rumores del triunfo del NO, que luego el gobierno de Pinochet tuvo que aceptar a regañadientes; porque ahí se entregaron los resultados de cada elección democrática desde 1990 hasta ahora, sin contar el sin fin de eventos de distinto tipo e importancia que llenaron el largo e incasable calendario de este edificio.

Por desgracia el Portales, como todos los edificios de décadas pretéritas, no estaba preparado para todo. Claro, porque el gigante que con sus líneas rectas y sus extraños diseños estructurales sorprendió al Chile de los 70’s, no tenía cortafuegos ni protecciones adecuadas para un incendio desde su interior. Por eso, cuando este inicio de marzo el Portales ardió, lo hizo con rabia. Las llamas surgieron desde su base, arrasando con fierros y madera, con cuadros y papeles, con escritos y uniformes. Y para cuando el edificio colapsó por el fuego, todos sentimos que no sólo ardía un edificio más, ni que la alameda podría perder un poco su identidad al verse derrumbado en uno de sus costados, sino por sobretodo, sentimos que ardía un pedazo de historia, un pedazo de nuestros recuerdos, un pedazo de nuestra identidad. Una parte de nuestra memoria.

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