Hay muchos que opinan que Chile es un país con poca fuerza, que siempre apabulla y que, por sobre todo, no progresa intelectualmente en el grueso de la masa. El país crece, pero sólo económicamente y la gente se mantiene en su inexplicable “levedad”.
Digo esto porque hace poco viajé a Salvador de Bahía, en Brasil. Sí, fui a Brasil, ese país que dije sería mi último destino en Latinoamérica después de Bolivia. Sí, porque con todo lo que uno escucha del calor, los animales, los bichos y un cuanto hay, empieza a hacerse la imagen de un país inhóspito en que sólo lo indios janomamis y los negros pueden sobrevivir. Pero eso es cuando uno no lo conoce. Nos decidimos viajar a Salvador por ser un destino barato, con cultura y entretención, playa y arquitectura, es decir, no queríamos tirarnos de guata al sol para que después nos viéramos como jaibas.
El viaje fue directo, 6 horas en los asientos menos reclinables del planeta, en que uno trata de dormir y despierta entra las turbulencias, los llantos de los niños, el apoya brazos que gentilmente se incrusta en nuestras costillas para que no caigamos, el viejo que quiere sacar algo de su bolso y se le cayó todo encima tuyo y otros tantos imponderables dentro de la aeronave. Finalmente arribamos a las 7 AM a Salvador. El aire húmedo hacía respirar mal al principio, pero todo era solucionable con un buen cigarro matutino ¿no?. Luego de la espera de los transfers y el viaje de la muerte con Nicky Lauda al volante, llegamos a nuestro hotel. El check in era a las 14:00 y como eran las 8:30, tuvimos que dejar os bolsos y recorrer.
No relataré todo el viaje, pero es éste momento en el que comencé a ver las diferencias entre brasileños y chilenos, que nos hacen tan hiperquinéticos y a ellos tan relajados.
1.- El calor. Nadie puede andar apurado con ese calor que se te cuela por la piel y los poros y no deja casi respirar. Bueno, cuando hay aire acondicionado pasa sin problemas, pero en la calle... ¡UF!
2.- El cuerpo. Estos tipos hacer ejercicio todo el día; trotan mañana, tarde y noche, sin importar qué hora sea ni la temperatura. Había hecho ejercicio durante el año para no llegar fofo y allá di pena.
3.- Las pichangas. Hasta el más malo juega bien. Hacen equipos con cualquiera y se entienden a la perfección. Otra cosa: no hay gritos. Esos típicos “¡acá, acá, tírala.... da el paso, hueón!” y toda sarta de instrucciones que vuelan a los cuatro vientos, aquí sólo son un mero recuerdo. El único grito que escuché fue el de gol. Además los arcos son de máximo 1 metro de ancho.
4.- La comida. Entre tanta mezcla de camarones, pescados, porotos, tapioca, mandioca, coco, guayaba, piña, melón rosado, sandía, longanizas, salsas y demases, logran una dieta que simplemente deja exhausto al más comilón.
5.- La digestión. Con tanta fruta uno va al baño mínimo 4 veces al día. Creo que jamás había ido tantas veces al WC.
6.- El día. Amanece a las 5 de la mañana, por lo que la gente funciona a las 8:00 como si fuese mediodía. El día rinde muuuuuuuucho.
7.- La noche. Se oscurece a las 6:30, por lo que el happy hour o la “hora felice” comienza mucho antes y además, con el calor, da lo mismo si te quedas hasta muy tarde. La cerveza es la bebida obligatoria para toda la jornada, por lo que en la noche se puede estar aún más relajado.
Bueno, al cabo de esta revisión es obvio porqué estos tipos son más relajados. Tal vez el clima no lo podamos traer a Santiago, pero harto bien que nos haría relajarnos un poco más, con camarones y cerveza. ¡Salud!