Cuando se habla de 50 y 50, la primera idea que viene a la mente es la de la igualdad. “Mitad y mitad” o “miti-mota” como rezaba esa campaña de los ‘80s que dejó a toda una generación pegada con el vocablo, la misma que no puede decir “autoadhesivos” sin decir “calcomanías”. En un Chile en que la igualdad está lejos de ser una realidad, en que se realizan esfuerzos monumentales para que la mujer no gane un 30% menos por el mismo trabajo, en que las carabineras signifiquen lo mismo que un par masculino para el conductor ebrio, en que los hombres son mujeriegos y las mujeres putas, hay un 50 y 50, una mitad igual a otra. Si, es difícil pensar que en este país de tanta desigualdad social, de género y racial haya una equidad, pero la hay.
Esta equidad es una que forman sólo las mujeres. Si, el objeto de esta crónica es la de indagar en estas mitades femeninas; y no hablamos de que sean la mitad lindas o feas, tontas o inteligentes, viejas o jóvenes. Hablamos de la mitad de las mujeres en Chile que sufren de maltrato por parte de sus parejas. Triste ¿no?. Hace pensar... ¿qué pasa por la mente de estos imbéciles que creen que tienen el derecho de pegarle a su pareja cuando se les de la gana? ¿por qué creen que tienen el poder para mandar sin respuesta? ¿acaso alguna entidad gubernamental, la iglesia o simplemente la vida misma les dirigió su benévola gracia para maltratar y asesinar mujeres a su antojo?
Es extraño. Uno analiza y analiza y no encuentra explicaciones. Porque muchos dicen que es porque los hombres odian a las mujeres y su afán de control... entonces ¿por qué no matan a sus madres?; otros dicen que es por celos... ¿acaso pueden estar celosos si ella sólo ve la luz del sol cuando él la manda a comprar el pan?; otros reclaman falta de cariño y apego a su pareja... ¿decir te amo es quemarla viva?
Creo que no sólo odio la crudeza de la violencia que estas mujeres deben sufrir; odio la calma con que aceptan los golpes y soportan tanto por no estar solas; odio que la sociedad sólo lo tome como la muerte del día y no como un fenómeno social; odio que la familia siempre sepa y no haga nada por ayudarlas; odio que la noticia se desvanezca tan rápido por las arrugas y el botox de algún famoso; odio el maldito melodrama que arman estos asesinos, que luego de destripar a su conviviente se acuchillan buscando expiar sus culpas y gritan “yo la amaba”...
Esto es un mensaje para ti, golpeador de mujeres: ¡entiende hijo de puta que amar no es patear, gritar, golpear, acuchillar, quemar, asesinar o intimidar! ¡Tampoco lo son las amenazas a los hijos, abusar sexualmente de ellos o humillarlos hasta que quieran morir! Amar es entregarse y aceptar a quienes tenemos como compañeras cada día, con sus aciertos y errores, que nosotros también tenemos. Amar es dar y no esperar recibir, no es exigir lo que jamás fue tuyo y por las razones que sólo tu entiendas. Amar es algo bello, hermoso, es algo que tú jamás podrás tener, porque con ese odio, con esa violencia lo único que siembras es más odio, tristeza, amargura, miedo y desolación.
Y lo que más me duele es que si te veo en la calle, no podré reconocerte... podrías ser hasta mi mejor amigo...
Crónicas de la vida diaria. Las cosas que vemos, las que no y las que simplemente no queremos ver.
martes, agosto 28, 2007
jueves, agosto 23, 2007
Humberstone
Hace una semana estuve es Humberstone, llevado como parte del equipo audiovisual que Claudio Di Girólamo armó para grabar el documental sobre la 1ª Bienal de Arte en el Desierto, un evento que organizaron privados con el objetivo que diferentes artistas interviniesen Humberstone con obras propias y en su estilo. Así me vi embarcado en un avión a las 8 de la mañana del domingo, llegando al mediodía a Iquique y luego a Pozo Almonte, pueblo pequeño, pero muy acogedor, en el cual pernoctamos mientras trabajamos en la salitrera.
Me encantó. Debo decir que no sólo Humberstone, sino, el desierto, el norte, sus frutas y verduras (con sabor a fruta, no esas cosas insípidas que comemos acá), la noche helada, el día caluroso, etc. Los artistas con que fuimos, en su mayoría eran muy accesibles a la conversación cotidiana, muy pocas “estrellitas” con las que lidiar. La producción fue de lujo, se preocuparon de tenernos bien atendidos, alimentados y felices. Pero lo mejor fue mi vuelo en parapente. Por esas casualidades de la vida, el gran final del documental es la visión aérea del evento, de estas intervenciones, algunas de ellas no son comprensibles si no se ven desde el aire. Por esta razón, Paolo, amigo y compañero de tantos proyectos, debía subirse a un parapente con motor y grabar todo. Pero mi amigo no me dejó fuera: me llamó y me hizo volar antes, para que viera el proyecto con mis propios ojos. Y fue espectacular. Pocas veces uno puede darse el gusto de probar algo como esto: el aire, el viento, al sol, todo al alcance de la mano, y realmente estar volando, sin nada más que el viento por compañero. Una experiencia que sin duda recordaré por el resto de mi vida.
No quiero cerrar esta crónica (que más parece diario de vida) con la mención a los Humberstones, ese grupo de trabajadores que realizaron la extensión de las telas que en un futuro cercanos veremos desde Google Earth diciendo: “Esto no es América”. Fueron de los más aperrados, tipos que estuvieron 2 semanas a pleno sol, cosiendo telas, extendiéndolas, haciendo topes en el caliche, etc. Un grupo humano sin igual. Otros que nombrar por su puesto son Rubén, Hugo y Juan, quienes ayudaron a palear todo el salitre que sobraba en una montaña que depositaron sobre la obra que estaba terminando Rosa Velasco.
Gran grupo, buena gente. Fue muy gratificante trabajar en este proyecto. Espero que mi próximo proyecto sea en Punta Arenas, así puedo decir que conozco los extremos de Chile.
Me encantó. Debo decir que no sólo Humberstone, sino, el desierto, el norte, sus frutas y verduras (con sabor a fruta, no esas cosas insípidas que comemos acá), la noche helada, el día caluroso, etc. Los artistas con que fuimos, en su mayoría eran muy accesibles a la conversación cotidiana, muy pocas “estrellitas” con las que lidiar. La producción fue de lujo, se preocuparon de tenernos bien atendidos, alimentados y felices. Pero lo mejor fue mi vuelo en parapente. Por esas casualidades de la vida, el gran final del documental es la visión aérea del evento, de estas intervenciones, algunas de ellas no son comprensibles si no se ven desde el aire. Por esta razón, Paolo, amigo y compañero de tantos proyectos, debía subirse a un parapente con motor y grabar todo. Pero mi amigo no me dejó fuera: me llamó y me hizo volar antes, para que viera el proyecto con mis propios ojos. Y fue espectacular. Pocas veces uno puede darse el gusto de probar algo como esto: el aire, el viento, al sol, todo al alcance de la mano, y realmente estar volando, sin nada más que el viento por compañero. Una experiencia que sin duda recordaré por el resto de mi vida.
No quiero cerrar esta crónica (que más parece diario de vida) con la mención a los Humberstones, ese grupo de trabajadores que realizaron la extensión de las telas que en un futuro cercanos veremos desde Google Earth diciendo: “Esto no es América”. Fueron de los más aperrados, tipos que estuvieron 2 semanas a pleno sol, cosiendo telas, extendiéndolas, haciendo topes en el caliche, etc. Un grupo humano sin igual. Otros que nombrar por su puesto son Rubén, Hugo y Juan, quienes ayudaron a palear todo el salitre que sobraba en una montaña que depositaron sobre la obra que estaba terminando Rosa Velasco.
Gran grupo, buena gente. Fue muy gratificante trabajar en este proyecto. Espero que mi próximo proyecto sea en Punta Arenas, así puedo decir que conozco los extremos de Chile.
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