Difícil momento el de la muerte. Hay veces en que nos pilla de sorpresa, sin previo aviso, casi burlándose de todos los cuidados que hemos puesto toda nuestra vida para evitarla. Prefiero ésa a tener que enfrentar la muerte de calendario, ésa que no permite levantar la cabeza, sólo esperar y esperar, intentando que todo sea como debe ser... como la ley natural de las cosas.
A causa de la muerte nació un documento llamado testamento. Este papel contiene (como todos sabemos) los últimos deseos del finado y decide quien se queda con qué cosa que al muerto no le servirá nunca más. Así, la herencia se convierte en el punto de discordia de muchas familias que no saben aceptar los juicios del pariente fallecido.
Esta semana una herencia olvidada vino a caer como un balde de agua fría sobre los Capone Criollos. Si. Los olvidados y ahora con un bajo perfil, los Pinochet, fueron apresados por 48 horas por los delitos de fraude al fisco y apropiación indebida de capitales fiscales. Claro que esta resolución no sólo los afectó a ellos, sino también al séquito de militares que movieron los dineros en el Riggs y otros tantos bancos con cuentas fantasmas.
Veintitrés fueron los “hijos de vecino”, los militares y personas “bien” que cayeron tras las rejas por culpa de los desfalcos del viejo Augusto “Corleone” Pinochet. El viejo ladrón y asesino que se cagó a medio país y robó lo que quiso, se rió de todos y se murió sin poner un pie en la cárcel, se cagó a su familia también. Claro, porque las casas, departamentos, viajes, ropa, etc que el viejo les daba eran mucho más de lo que el sueldo de jefe de estado y general de la plana mayor del ejército pudieron darle. $4.000.000 es el margen de error en el balance final, son esos millones los que nadie sabe donde están, excepto por sus cercanos. Éstos mismos que ahora ruegan por que se les respeten los derecho humanos, los que piden justicia, apoyados por tanta vieja seca con pancartas que gritan “¡ídolo!” con la foto del viejo Augusto, los que son visitados por los políticos derechistas que siempre dicen estar con el pueblo, pero que ven sus problemas desde el interior de sus autos, sin bajar la ventana.
Y aunque digan que el encarcelamiento fue para subir las encuestas del gobierno, aunque haya coincidido con el premio que le dieron al juez, aunque sólo hayan estado 48 horas en la cárcel, aunque la vieja de mierda de la Lucía inventó un colapso nervioso y una descompensación para arrancarse al hospital militar y aunque la gente se agarraba a combo limpio fuera del hospital por culpa de estos ladrones insignes, me siento feliz. Sí, porque por un momento, corto, casi insignificante y etéreo, pudimos ver a toda esa manga de ladrones, caras de raja de los Pinochet, sentirse atacados, abrumados, perseguidos encerrados, sin derecho a nada y con mucho, pero mucho miedo. Por primera vez sienten lo que su familia le hizo a tantos chilenos, a tantos compatriotas que ya no están para contarlo, porque el viejo se encargó de que no estuvieran. Y aún cuando me asquean sus declaraciones a la prensa, debo admitir que de toda esta familia de delincuentes la que más me hace reír es la matriarca; sí, sólo su increíblemente absurda mente puede acuñar las frases “somos prisioneros políticos” y “no sabía si me llevaban o me secuestraban”...
Creo que queda claro que la herencia de Augusto Pinochet no fueron sólo propiedades y dinero; fueron las causas judiciales, los desfalcos y por supuesto el gen único y que se repite en todo el clan, sin dejar a nadie sin su influencia: las mejillas redondas, voluminosas y caídas, que le dan a cada uno de ellos la cara de raja que se gastan cada día.