Creo que pocas veces he tenido momentos en los que no he podido asimilar las sensaciones que tengo. Son pocas las ocasiones en que la vida me hace sentir que no tengo respuesta a lo que me presenta.
El otro día, mientras estaba tranquilo esperando el término de un año espectacular en lo laboral, mi amigo y compañero de trabajo, Paolo, me llamó para darme una terrible noticia: un excompañero de trabajo había fallecido en un accidente de tránsito. No es que fuese mi mejor amigo en el mundo, pero me cayó como un balde de agua fría. Es que el Jota (como le llamábamos) era de esos tipos que no pueden caer mal, de esos que siempre tienen una talla y que se han hecho a pulso, que han logrado salir adelante gracias a las ganas de surgir; era un tipo muy dedicado y perfeccionista, no dejaba que las cosas quedaran mal hechas aunque significara hacerlas enteras de nuevo... Aún así, ATE, la productora en que trabajábamos, no supo darle el trato que se merecía y, al igual que yo, se fue dejando mucha rabia contra las injusticias que tuvo que aguantar.
Lo bueno es que contaba con Alejo, un emprendedor videógrafo con quien también trabajé en Atómica, lugar que cobijó la naciente rama de videos institucionales y que permitió al Jota mantenerse por el resto de su corta vida.
Así que cuando supe la noticia me afectó por lo buen hombre que era; además un tremendo profesional, digno de imitar.
Esperando el día del sepelio me encontré con un par de excompañeros del Duoc, una de los cuales me contó (qué chico es el mundo) que trabajaba para Atómica y que sabía que el Jota estaba pololeando con Luli, una excompañera del instituto que fue mi celestina para conocer y enamorar a Paula, mi actual esposa. Ahí creo que se me vino abajo el mundo. Claro, porque no esperas que las cosas se pongan peor de lo que ya son. Pero lo peor vino después, cuando supe cómo murió: un tipo borracho escapaba de carabineros por las calles del centro cuando se encontró con la camioneta en que venía el equipo de eventos de Atómica. El choque afectó al copiloto, el pobre Jota no pudo sobrevivir ante tamaño impacto.
Lo que sucedió después fue lo de siempre. Asistimos a la misa donde me encontré con varios excompañeros del Duoc y del trabajo, todos afectadísimos por lo que el Jota significaba. A las 4 de la tarde iniciamos el cortejo hacia el Cementerio General. Lo enterraron en un nicho de los que están renovando a la entrada de Recoleta. Los hijos del Jota acompañaban el cajón, entendiendo pero aún sin asimilar del todo el vacío que les acompañará el resto de sus vidas. La pobre Luli se quedó llorando con la mirada perdida frente al ataúd durante largos minutos de silencio, soportando los 32 grados de calor envuelta en su ropa negra. El calor no le hacía mella, el frío que se había metido en su corazón era más fuerte que cualquier otra cosa.
Luego de despedirnos del resto, no pude acercarme a ella ni a Carlos, otro excompañero que estuvo en el accidente; sentía que los importunaría ya que no los veía hacía 6 años por lo menos. Por eso nos fuimos cuando Luli bajó, intentando pasar desapercibidos, tratando de molestar lo más mínimo el duelo por la pérdida de este tremendo ser humano.
Lo extraño que sentí fue el miércoles siguiente. En Mega exhibieron el programa "133" que muestra un seguimiento a las patrullas de carabineros y muestra con crudeza a lo que estos funcionarios deben enfrentarse cada día. Ese episodio mostró con todo detalle la persecución del borracho en el Peugeot 206 verde a través de las calles del centro de Santiago, la infructuosa lucha de los carabineros por impedir que se escapara y el impacto final contra la camioneta de Atómica. Así pude ver en la comodidad de mi cama a mi excompañero siendo auxiliado por bomberos, al borracho maldito hablando por celular sin ningún rasguño, a Carlos afectadísimo esperando que los paramédicos pudiesen salvar la vida de su compañero y al pobre Jota, con su pierna fracturada, su rostro desencajado y su último respiro cuando la camilla se perdió entre las puertas de la ambulancia.
Y es la sensación más extraña que he tenido en mucho tiempo, asistí al espectáculo de la muerte de un conocido. Y debo decir que fue horrible. Fue la primera vez que sentí que la televisión me entregó realidad, una realidad que jamás quiero volver a experimentar.