El famoso día del padre es una de esas fechas donde todos creen que hacen bien la pega de ser padres. Hasta el más desgraciado de los abusadores tiene en su hijo el reconocimiento por la única cosa que hizo bien: copular a su madre. El problema es que la llegada de las campañas comerciales siempre lleva consigo la premisa de que todos los papás son geniales, que todos se desvivien por sus hijos y que se merecen todo. La verdad es que muchos podemos decir que aquello no es cierto. Y aunque existan buenos padrastros, padrinos, tíos, amigos y hasta curas del barrio que están dispuestos a tomar las medidas necesarias para sacarnos adelante y darnos ese amor y ese calor que nunca tuvimos de nuestros progenitores, no es lo mismo. Hay veces en que nos hubiera gustado tener contra quien ser rebelde, a quien querer demostrar lo buenos que somos, a quien decirle "viejo". Mi mamá, como he repetido en innumerables ocasiones, fue una mujer de culto, una de esas amazonas que pocas veces se ven en esta jungla, esas que se matan por sus hijos y aún tienen tiempo para comprarse algo bonito y nunca se permiten dejar de ser mujer. Era padre y madre y por eso nunca sentí que necesitaba un hombre a quien seguir como ejemplo. Un padrino también ayuda como modelo, pero igual te preguntas "¿cómo será?"
Cuando la vida te curte, te quita a quienes amas, cambia de curso repentinamente y te deja mareado por las vueltas que nunca esperarte dar, ves en los demás los atributos que muchos dejan pasar a simple vista. Así es como me di cuenta del gran padre que inspira estas líneas.
Cuando Marco Enríquez era un proyecto de persona, su padre fue asesinado. Su gran amigo Carlos Ominami tomó a Marco y lo cuidó como si fuese su propio hijo, le dio estudios, una figura paterna, le dio esperanzas y armas para crecer y vivir, siempre recordando al verdadero padre como la figura icónica y el hombre que debía seguir como ejemplo al convertirse en adulto. Pero MEO (como lo han nombrado ahora) se dio cuenta de que su padre era un ícono y que el hombre que realmente daba la vida por él era Ominami. Así que tomó los dos apellidos y los fusionó en uno que dejara en claro que estaba orgulloso de su pasado y que miraba el futuro amparado en el presente que le daba su nuevo padre.
Y hoy, cuando MEO se ha lanzado como candidato presidencial y ha renunciado al PS, el partido que lo vio nacer políticamente y en el que su padre adoptivo ha militado durante décadas, se sintió solo. Sabía que sería difícil, los ataques vienen de todos los flancos, de la derecha, de la concertación, de la iglesia, la farándula y hasta de las ex primeras damas. Y es entonces cuando se ve a un padre ser un gran padre. Carlos Ominami dijo abiertamente que va a apoyar a su hijo en todo e incluso renunciará al su partido de toda la vida, porque él cree en su hijo, el lo va a acompañar, como siempre lo debe hacer un padre que ama a su prole.
Y eso también me recordó a mi propio hermano, que se ha hecho cargo de tres niños que no son suyos, todo por el amor de una mujer. Y es un buen padre; si tuviera que imitar a alguien, creo que sería a él.
Mis líneas van dirigidas a todos aquellos que han dado su vida por generar más vida, por extender el legado a las nuevas generaciones, por los que ven más allá de la sangre y el apellido.
Gracias a quienes son padres de verdad.