Como mi nueva vida de soltero me ha hecho salir mucho últimamente me he encontrado en la posición de analizar a quienes me rodean. Y aunque todos tienen historias personales muy distintas, el hecho de la soledad les aterra. A mí esta situación me ha sido bastante difícil de aceptar, pero no por ello me desagrada. Me he sentido en una especie de nueva realidad en la que me he dado cuenta de lo que soy en realidad y de lo que valgo. Y eso lo he proyectado de tal modo que parece que todo el mundo a mi alrededor lo nota. Tengo un aire nuevo, más directo, punzante y hasta rudo, algo que había perdido por muchos años.
Ayer, un día en que la depresión volvía a arremeter en mis entrañas, decidí darme un reventón. Fui al Rock & Guitarras con mi amigo Verdugo y tomé hasta el agua del florero. Y quería hacerlo. Pero antes de perder el rumbo y sumirme en el alcohol, vi a una mujer que es amiga del grupo con el que estaba, que llegó a la fiesta. Salida de una relación corta, pero muy intensa, está deshecha por dentro y sólo encuentra tranquilidad en las pocas oportunidades que sale a tomar con sus amigas. Y bailaba sola, esperando ser el centro de atención en lugar que no era el suyo, moviéndose desenfrenadamente queriendo que la gente se diera cuenta de que existía.
Y me dio una pena profunda. Porque todos hemos pasado por eso, por la necesidad de sentirnos el centro del mundo, un mundo que nos mira con desdén, con náuseas de quienes no queremos vivir lo que se nos impuso como correcto. Me vi reflejado en un momento aún más oscuro de mi vida, en uno que ni siquiera voy a detallar, pero en el que simplemente la vida no tenía sentido. Y la comprendí, lo cual me hizo sentir que todos los caminos que tomamos tienen los mismo baches, las mismas piedras, la diferencia es que tienen nombres distintos y caras que ns hacen pensar que son diferentes a los que ya han pasado por nuestra vida. Pero no es así.
Pasos que damos en penumbra, pasos que nos llevan a ciegas a un destino que no conocemos. Pasos que controlamos sólo en velocidad, pero no en dirección. Y el miedo a girar y cambiar el rumbo es lo que nos hace sentir que la vida no tiene otro sentido que vivirla. Y es eso lo que me niego a aceptar.