Recuerdo cuando era niño y no había internet. Definitivamente era mucho más difícil encontrar material de entretenimiento que no fuera un libro, la radio o la tele, alguna revista de comics o un álbum de laminitas de alguna serie de animé. Normalmente para los que pasábamos las tardes tratando de entretenernos lo que más teníamos era la imaginación.
Los cuentos de hadas e historias varias que nos hacían leer eran las mismas que llevaban 200 años o más dando vueltas por el mundo, con princesas, príncipes, sapos, piratas y uno que otro animal que hablaba. Por supuesto todas las fábulas y cuentos tenían una moraleja implícita, algo que se suponía que nos preparaba para la vida de adultos. Pero en cierto modo lo que hacían era darnos esperanzas de que nuestra vida tenía posibilidades de mejorar incluso en los peores momentos sólo por ser buenos.
El cuento de que si eres pobre puedes conocer un rey o reina que te ayudará con eso, que el pequeño sastre puede matar al gigante a pesar de no saber nada al respecto, que si eres bonita y te disfrazas una noche puedes tener al príncipe que te saque de tu miseria, eran parte de esa burbuja psicológica que nos daba esperanzas, nos nutría de soluciones imposibles. Tal vez por eso los sorteos como el Kino y el Loto siguen llenándose de apostadores aunque no ganen nunca y si juntaran la plata seguramente podrían invertirla en algo.
El cuento que más me exasperó siempre fue el del patito feo. Para tipos como yo (que nunca fuimos muy agraciados ni con tanta personalidad durante la niñez y la adolescencia) era la carta de salvación que nos daba esa "vida extra", la estrellita de Super Mario... en algún momento todo cambiaría al madurar y seríamos atractivos, altos, de cuello largo y los que admirábamos se juntarían con nosotros porque seríamos igual de bakanes que ellos.
¿Por qué me exasperaba? porque aunque era un niño entendía que la situación del cuento era falsa desde el principio. Aquí no me mentían con magia o hechicería para justificar el final feliz. No. Aquí intentaban venderme la pomada del crecimiento. Sí, el ser adulto arreglaba todo.
Pero he aquí el problema: el patito feo nunca fue pato. Era feo porque los polluelos son feos en general y si es de cisne parece un ganso a medio terminar. Pero el tipo nunca fue pato. Jamás. El tipo era un cisne. Desde chico estaba destinado a ser cisne, daba lo mismo si fuera bueno o malo, si se preocupara de los demás o no, si se esforzaba o no... al final el tipo iba a terminar siendo un cisne igual. El puto pato feo no tuvo que ir al gimnasio, hacer dieta, cortarse el pelo de forma especial o vestirse de mejor manera, esforzarse por ser exitoso y tener tema de conversación. No. El pato feo (al igual que la cuncuna amarilla) simplemente no hizo ni una cosa más que crecer. Creció y se le acabaron los problemas. O sea, si a la cuncuna le daba pena porque no podía volar, jamás hizo nada por volar. Se puso a dormir hasta que se cansó y despertó con alas.
Y hoy viendo un comic que señalaba las pequeñas diferencias que definen el éxito entre un niño que nace con todo y una niña esforzada que por más que lo intenta no puede surgir, me di cuenta que en los seres humanos es igual. Si naciste feo morirás feo. Sólo si tienes la plata para modificarlo podrás hacer algo por tu rostro. Es cosa de ver a Cristiano Ronaldo. Si naciste pato, te quedarás pato, no serás cisne. El punto es que nunca nos lo dijeron. Uno siempre pensando que será otra cosa en algún momento, que las cosas van a cambiar mágicamente y eso no es cierto.
El cuento debió ser así. El pato era feo, se dio cuenta que era feo y aunque lo molestaran por ser feo, simplemente le importó una raja e hizo la vida de pato que quiso. Hasta se agarró un cisne porque podía y qué tanto. Pero no se convirtió en un cisne, águila, perro pitbull o delfín. El tipo siempre fue pato y murió pato, pero feliz.
Y ése es el secreto. Hay que aceptarse pato para ser el mejor pato posible. Al cisne que le vaya bien, con lo suyo.