No, no es un estudio psicológico ni nada de eso. Es algo que me ha rondado en la cabeza desde que ocurrieron las primarias en Chile este 21 de noviembre pasado. Es más, me viene pasando desde 2017.
En el momento que José Kast ganó por los palos la primera vuelta de las elecciones presidenciales para enfrentarse en un inédito balotaje con el candidato de Apruebo Dignidad, Gabriel Boric, sentí un escalofrío de esos que te erizan los pelos de la nuca y te aprietan los dedos de los pies. Mi mayor miedo se había vuelto realidad. Y aunque lo advertí, nadie me tomó en cuenta.
Corría 2017 y en las elecciones de aquel año, un variopinto grupo de candidatos terminaba por entregar en bandeja al que, a la postre, sería el peor presidente desde la dictadura: Sebastián Piñera. Obviamente ver cómo la gente de mi país volvía a usar su "voto castigo" para entregarle el poder a una derecha que había hecho un pésimo gobierno anterior me dio dolor de estómago. Personalmente voté por el FA porque creía (y lo sigo creyendo) que ya era hora de sacar al duopolio y darle un giro a la política de los últimos 30 años que nos tiene en la situación de inestabilidad y rechazo a las instituciones y la clase política como no se veía desde el golpe de estado.
En esas elecciones, eso sí, otra cosa me preocupó aún más. A quienes veía les decía lo mismo y todo el mundo, incluso personas que conocían la política desde dentro (mucho más de lo que yo sabía hasta ese momento) me decían que el resultado que dio a Kast un 8% de los votos sólo significaba que los pinochetistas extremos y militares lo habían apoyado. Me sentí muy paranoico o al menos eso lograron que sintiera, ya que cada vez que lo mencioné me dijeron que estaba sobre reaccionando a algo que era fortuito.
4 años después y otra elección mediante, ese miedo se convirtió en una realidad espeluznante. Es que el discurso de odio, de ignorancia, de ataque a las diferencias, de usar la biblia como consigna y de mentir usando la post verdad como bandera, caló hondo en una sociedad asolada por el descontento y con un estallido social de por medio.
Y he estado preocupado y también enrabiado. Yo no soy un personaje político ni mucho menos, no tengo años de circo en la política, contactos, nada y aún así advertí el peligro. Ninguno de quienes transitaron por las cúpulas de partidos y la esfera política vapuleada de los últimos años le prestó atención al fenómeno de la ultraderecha en Chile, una que usa el dogma del orden y la brutalidad, golpear antes que preguntar, libertad sólo en lo económico y no en lo civil.
No he podido dejar de pensar en la quema del Reichtaag en la Alemania de entre guerras, con un partido nazi avanzando hacia el poder y que le permitió a Hitler tomar el control del ejecutivo. Ni en el caso de Trump, con su postverdad a cuestas que le permitió ganar los votos de delegados y ser presidente aunque tuviera menos votos reales.
A principios del siglo XX ocurrieron muchas cosas que marcaron los siguientes 100 años, entre ellas una crisis económica mundial, una pandemia y dos guerras mundiales. El aumento de los grupos radicales fascistas se hizo palpable en la Europa de entreguerras, que luchaba por levantarse del conflicto y que era golpeada por la pandemia de Fiebre Española y el crash económico de 1929. Con hambre, rabia y desilusión, el discurso facilista y demagógico de los ultraderechistas caló profundo en las mentes de un pueblo europeo cansado y sin esperanzas. Las figuras fascistas pronto se levantaron autoproclamándose los salvadores, los nuevos mesías que salvarían a sus pueblos y les llevarían a la grandeza que se merecían, esa que les era negada por judíos, musulmanes, gitanos, homosexuales, comunistas o cualquiera que no fuera medianamente caucásico, conservador y trabajador de cabeza gacha.
En este nuevo siglo, la cosa se ha repetido cual loop temporal. Nuevamente tenemos una pandemia, crisis económica, armamentismo extremo, dos potencias que se muestran los dientes (USA y China) y el resurgimiento de los grupos de tinte fascista. Y pareciera que las clases de historia y la experiencia propia de un mundo que aún no cumple un siglo desde el lanzamiento de la primera bomba atómica ya ni siquiera importan. Desde que internet se volvió la casa de las redes sociales, la ignorancia y la mentira hicieron una escalada tan preocupante como los pasquines amarillistas de antaño. Ya la verdad no es lo que importa, si no lo primero que se dice, que se vuelve viral y con lo que todos se quedan.
Y al pensar en el siglo pasado y saber qué pasó me pregunto ¿y si tuviera un DeLorean y como el Doc Brown viajo al pasado y les aviso? ¿Si la gente sabe lo que pasará, impedirán que llegue el nazismo a Alemania o el fascismo a Italia? Pues, aunque tuviera la máquina y lo hiciera, la respuesta sería que no. Muchos en su tiempo advirtieron del peligro. Y no hablo sólo de los periodistas asesinados durante el periodo de transición entre Hindemburg y Hitler; tampoco de los miles de judíos o inmigrantes que sufrieron persecución y sabían que podría volverse peor. Hablo de tipos tan inteligentes como Winston Churchill, quien les avisó a USA, Francia y la propia Gran Bretaña que lo que se venía con Hitler era un peligro que se les escaparía de las manos. Pero claro, USA lo veía como un muro contra el comunismo que crecía más allá de los Alpes, a las faldas de los montes Urales. E irónicamente terminó convirtiendo a Europa en un gran muro.
¿Por qué la gente no hizo caso? ¿Acaso el discurso de odio no era claro? ¿No se sabía exactamente lo que provocaría su llagada al poder?
Pues sí, se sabía. Pero no se le dio la importancia necesaria. En una Europa plagada de descontento y destrozada por la anterior guerra, el discurso nacionalista y xenófobo prendió como un reguero de pólvora. Y para la burguesía y la aristocracia era una forma maravillosa de dejar fuera del espectro a los tan temidos bolcheviques que les querían quitar sus riquezas y dárselas a un pueblo que clamaba por justicia social. No vendré aquí a defender el comunismo Leninista o Stalinista, quienes son culpables de la muerte de millones, sólo pongo el contexto.
No importaron las consecuencias horribles. No importó sumir al mundo nuevamente en la destrucción y dejar una huella imborrable en nuestra historia con la guerra más sangrienta de nuestra vida como "humanidad". Sólo importó el cálculo cortoplacista y conveniente para unos pocos.ç
Hoy en el mundo la corriente neofascista se alza con un frenesí aterrador. Cada día se les ve avanzar en más escaños, en más acarreo de personas a sus aglomeraciones partidistas o su crecimiento incalculable en las redes sociales. Y ya han ganado varios gobiernos, destrozando la seguridad social y destruyendo el estado por dentro. No siquiera el patriotismo es en alguna forma parecido al que los fascistas enarbolaban a principios del siglo XX. Hoy es una mueca, una burla, en la que usan el término para la barra y por detrás venden todo al mejor postor, incluso aunque sea la China comunista.
Y en Chile nos enfrentamos por primera vez en 50 años al renacimiento del fascismo. Desde la caída de Pinochet la sociedad chilena se metió en una burbuja de statuo quo, sin reparación, sin perdón, sin reconstrucción de las confianzas ni las voluntades. Simplemente le echó tierra al pasado y decidió poner los pies encima mientras se tomaba una cerveza viendo el atardecer. Pero al hacerlo, permitieron que no se castigara el odio fascista ni se prohibiera la intolerancia radical de estos grupos. Quedaron como una anécdota, una simple mancha en una historia tan llena de manchas que parece un dálmata desnutrido.
Nos enfrentamos a la elección más dura desde la vuelta a la democracia. Kast simboliza todo lo que aún no se arregla en este país, donde la mentira, la sedición, el xenofobia, el clasismo y la discriminación son parte de su discurso el que intenta suavizar para el balotaje, tratando de arrastrar votos. Y en su programa ya demostró que la persecución política y la militarización son ejes fundamentales para lograr sus objetivos de destrozar cualquier intento de llevar a Chile a un estado de bienestar que es lo que tanto clama su pueblo.
Y no, no tengo el DeLorean. Pero les aviso desde ya: si Kast es elegido, no esperen nada distinto a lo que se vivió el siglo pasado con los gobiernos fascistas. Trump, Bolsonaro y Johnson ya nos han dado una muestra clara de lo que son capaces. La gran diferencia es que aquí en Chile la cicatriz de la dictadura sigue honda, sangrienta, casi pútrida. Y hoy el discurso de Kast vuelve a abrir esa herida y le echa limón.
Una pena que Marty y el Doc no estén para decirnos que todo estará bien.