domingo, noviembre 20, 2005

El sexo, esa ecuación sin solución

Desde que tengo memoria, el sexo ha sido algo tabú para mi familia más añeja. En cierto modo, todo lo que tenga que ver con los genitales es tomado por ellos como una aberración si no es tomado desde el punto de vista biológico y reproductivo. Bueno, eso no se refiere a mi madre y mi hermano, con quienes la confianza nos permitía hablar de todo. Desde el punto de vista católico, lo referente al sexo no es fácil de hablar. Mucho se juzga al que tiene sexo a destajo, se lanzan piedras para tratar de callar al que exige su libertad sexual y se trata de locos o depravados a quienes no toman la vida heterosexual como un dogma. Y el problema es que por lo mismo nuestra educación al respecto está sesgada por nuestras creencias religiosas o por nuestro entorno familiar y escolar.
A pesar de que Freud y muchos otros lograron determinar nuestros estados psicológicos basados en nuestras etapas sexuales y de acercamiento con el sexo opuesto, debo decir que la ecuación jamás se concluyó. Y es que al tener a dos seres de morfología y pensamiento tan dispares que desarrollan el acto sexual, no se puede determinar de manera exacta una ejecución óptima que sea la “receta” que a todo el mundo le sirva al momento de tener sexo.
Con el tiempo he desarrollado una teoría. Nuestros sexos (hablo de una relación heterosexual) están desfasados en tiempo y espacio. Es cosa de ver a los miles y miles de jóvenes y hombres de adultez temprana que rogamos por sexo cada vez que podemos y parecemos una manada tras una hembra en celo. Y para las mujeres, en su mayoría, el sexo no es un tema demasiado importante. Para el hombre, es casi como respirar (sexo, luego existo) y en cambio la mujer busca muchas otras cosas en su vida y el sexo ocupa casi siempre un lugar secundario en su vida personal (siento, luego existo, después de mucho rato, el sexo). Así cuando nosotros buscamos placer somos jodidamente insistentes y llegamos a pecar de necesitados por el sexo. Y para una mujer esto resulta bastante molesto. Por ejemplo, si analizamos los movimientos al momento de un beso con algo más en vista, el hombre intenta siempre llegar a los pechos o más abajo e incluso tenemos técnicas para desabrochar los sostenes. En cambio, las mujeres sólo se limitan a defenderse.
Cuando la adultez llega y nuestros trabajos absorben el 80% de nuestras vidas, los hombres estamos completamente cansados y, aunque siempre el sexo está antes del cansancio, ya no es tan importante como al principio. Claro, porque tanto rechazo nos hace un poco insensibles y siempre se termina pensando en “para qué insistir”. Las mujeres, en su etapa de adultez, por el contrario, necesitan reafirmar su capacidad de seducción y sexualidad con sus parejas, por lo que buscan mucho más el sexo que el hombre. Y trabajan duro por ello. Nosotros, en cambio, estamos en la etapa de sexo fácil: si llega, bien, sino, vemos un partido de fútbol o una película XXX.
Por eso, mi teoría es que, al estar desfasados, nuestros sexos no se complementan. Así que para solucionar la ecuación sexual de nuestra sociedad propongo: que los jóvenes incursionen con maduras y las jóvenes con cuarentones. Así, el joven tendrá ese sexo desenfrenado que busca, esa experiencia que necesita y sin ningún compromiso, que es lo que le gusta. Y la joven tendrá ese sexo esporádico, esa admiración que la edad le da al hombre y la estabilidad que siempre buscan en una relación.

Por eso:

(Hombre maduro + Mujer Joven) = (Mujer Madura + Hombre Joven)

Así, mis queridos amigos, todos tendríamos el sexo que necesitamos y cuando lo necesitemos, sin jóvenes con callos que imposibilitan sus trabajos diarios y mujeres que no tendrían que fantasear con cada nuevo ídolo que no conocieron en su juventud.

1 comentario:

Marive dijo...

Para variar, tienes toda la razón... Viva la difrencia etaria!! y de paso, viva el viagra, que ahora permite que podamos gozar de eso...