En 1944, cuando Hitler estaba en su búnker escondido a pocas cuadras del Riechstaag, siendo bombardeado por los rusos y mientras niños de 13 y 14 años blandían los fusiles y disparaban las últimas balas de un ejército exhausto, exigido al máximo, intentando mantener una esperanza etérea ante la entrada de los aliados y el desplome final del Tercer Reich, el dictador se dio tiempo para juntar a sus seguidores, lo más cercanos, los que jamás le fallaron y que lo siguieron sabiendo que la locura lo consumía. En esta reunión, con los estallidos que remecían el piso, las luces que fallaban a intervalos, con informes que se recibían de todos los flancos en que la milicia perdía terreno ante la aplanadora aliada, Hitler disfrutó de una cena en la que, a su modo, se despidió de todos y de todo. Sabía que al fin y al cabo había perdido, que el Reich de los mil años que él y los nazis habían planificado y pregonado a los cuatro vientos ya era sólo un recuerdo, una mueca que marcaba los sueños rotos de quienes creyeron en él.
Ya sin esperanzas, sin un futuro, sin la fuerza ni la entereza que demostró siempre a sus vasallos, el Fürer se retiró con su nueva esposa y decidió pegarse un tiro. Así acabó el sueño nazi, la limpieza racial, el nuevo orden y quedó un legado de masacre y dolor que el mundo jamás olvidará.
A pesar de ser historia antigua, hoy la imagen de este dictador fascista se me ha grabado en la mente a fuego. Y no es por admiración a su macabra ópera antijudaica ni sus delirios de grandeza y megalomanía. No. Es que este ser, el más abominable de todos los tiranos de la época moderna tuvo el valor, al momento de su muerte, de aceptar toda su responsabilidad en los errores de su campaña de dominio mundial y pidió perdón a su círculo más cercano por haberles fallado. Incluso él, la encarnación del mal para muchos, tuvo el gesto inútil, pero gesto al fin, de aceptar sus culpas. Y por eso se suicidó, porque sus culpas lo atormentaron de tal forma que prefirió la muerte a tener que hacer frente al enemigo y aceptar sus crímenes y su derrota.
Bueno, hasta este chacal tuvo dignidad. Algo muy distinto a lo que podemos decir de Augusto Pinochet, “Perrochet” como le llamaban sus contrarios y “Pin8” como todos lo conocíamos. Sí, porque este dictador que traicionó a su presidente en el golpe del ’73, que quebró la democracia de Chile y destruyó el coraje del chileno promedio hasta apagarlo casi por completo durante los 17 años que duró su dictadura, jamás tuvo dignidad. Este tirano que eliminó a cuanta resistencia encontró en su camino, que dirigió a Chile a su antojo, que traicionó a sus propios camaradas de armas, que expulsó a quien le dio la gana y que mandó matar a quien le molestara en el lugar del mundo en que se encontrara, no tuvo la decencia de admitir sus culpas. Este asesino en masa no sólo acabó con quienes estaban en su contra, sino que además estafó y le robó a todo Chile y en especial a aquellos que creyeron en él, que lo defendieron hasta la saciedad, que juntaron “un mendruguito con otro mendruguito” como decía su mujer en las campañas para juntar dinero para el país; esos mismos que dijeron que eran mentiras las muertes en el Nacional y que criaron a sus hijos dentro de una fortaleza, donde los que lloraban a sus muertos querían sólo plata y en que los desaparecidos en realidad estaban en Cuba, viviendo la gran vida. Una de esas personas que creyó a pie juntilla lo que Pinochet decía, fue mi madre. Ella dio todo lo que tuvo para que las cosas funcionaran en esos años, admiraba al “salvador de Chile” y lo defendió hasta el día de su muerte, hace 3 años.
Sin embargo, a pesar de la dolorosa muerte de mi vieja, debo admitir que agradezco a Dios que se haya muerto hace 3 años. Sí, porque una mujer de esfuerzo como ella, una mujer que logró todo con el sudor de su frente, que quiso lo mejor para su familia, no habría soportado saber que aquel héroe le había robado. Sí, el general de los ojitos azules, el que se veía tan hermoso en su traje blanco le robó a mi madre y a miles de otros Chilenos que lo apoyaron, que le dieron todo para que gobernara a sus anchas. Con las manos tan sucias de muerte y robos era obvio que usara guantes blancos...
Este vulgar ladrón que amasó una inmensa fortuna gracias a Chile, que mató a quien quiso y abandonó a los suyos, ha muerto el día de hoy gracias a un infarto. Y aunque el primer pensamiento que viene a mi mente es el de la liberación de un pueblo del lastre de un dictador como éste, lo secunda un sentimiento de desazón total. Claro, porque el viejo de mierda no fue juzgado nunca, no pagó por nada, no pidió perdón , se rió de nuestra justicia y de nuestro gobierno, abandonó hasta a su propia familia, los secuaces que hicieron las transacciones por él y a los que mataron en su nombre, como el Mamo Contreras. El viejo se rió de Chile hasta el día de su muerte. No le dio al gusto a este país de verlo pagar por algún crimen, aunque fuese por uno financiero. No. Como un gato salió bien parado de todas y cada una de las causas y se murió de un ataque, algo fulminante y hasta grato. En este momento hasta Hitler con su Lugger de 8 tiros en la mano y con los sesos destrozados me simpatiza más que Pinochet. Porque ni siquiera en esta semana, en que su muerte se acercaba a pasos agigantados, trató de aceptar sus culpas.
Pero lo que más me da rabia son los 2 mil o 3 mil pinochetistas que llegaron a las afueras del Hospital Militar a llorar por él y a pedir honores de estados para el dictador más cruel que la historia chilena haya registrado. Porque estos tipejos que gritan y agreden a la prensa a destajo, que lloran y rasgan vestiduras y que rezan por su general, su “padre de la patria” son los ciegos, sordos y mudos más grandes que hayamos visto. No podrán jamás aceptar que este maldito también les robó, les mintió y se rió en sus caras. No, los ultraderechistas y pinochetistas acérrimos morirán pregonando que Pinochet fue un salvador y que la historia será la que dictamine que era un grande, talvez el más grande de todos los hombres...
Y eso me hace pensar en los seguidores de Hitler y su cápsula de cianuro. Talvez habría que repartir algunas afuera del Hospital Militar.
4 comentarios:
Gracias a la estupidez y ceguera humana, siempre será un mártir para muchos en este país. Más de los que pude imaginar...
Sí, tienes razón, es igualito a Jaba de Hut. Lo mejor de la coincidencia es que el otro también era ladrón, estafador y turbio...
Estoy totalmente de acuerdo a lo que dices sobre Pinochet. Soy argentino y estuve en tu pais cuando derrocaron a Salvador Allende. Todo muy triste. Aquí en Argentina viví durante la dictadura militar. Era terrible ver como desaparecían tus amigos, tu familia, tus vecinos. Todo era horror. Lamentablemente hay personas que al igual que con Pinochet aprueban a los militares.
La memoria sirve para no cometer los mismos errores. No hay peor ciego que aquel que no quiere ver.
Muy buena tu página. También visité Bahía.Veo que no hablas mucho de la magia de su gente y sus calles.Todo es poesía y belleza.
Chau, hasta la próxima...
gracias por tu comentario! espero que sigas leyendo las antiguas.
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