Es probable que en el mundo no exista un juego más hermoso y lleno de matices como el fútbol. Sé que suena horrendamente machista y arcaico, pero para mí el fútbol es uno de los deportes más entretenidos de ver y que realmente despierta todas las pasiones.
Este deporte tiene la gracia de hacer que distintos países disputen un mundial, cada cuatro años, que paraliza al mundo. Una fiesta a la cual nadie queda ajeno y que en su próxima versión visitará Sudáfrica.
Lo que más me gusta del fútbol es el mundial y por ende las clasificatorias para éste (nótese que escribí clasificatorias y no eliminatorias; es parte de mi campaña antiderrotismo del fútbol chileno). ¿Porqué me gustan las clasificatorias? Porque el aspecto de local y visita se ve en toda su magnitud. Uno puede ver partidos en que el local arrasa por su calidad o porque su estadio está a mayor altura que la que están acostumbrados sus adversarios; o porque sencillamente el frío, la humedad o el calor son parte de los factores que acosan a los visitantes a estos encuentros.
Debo reconocer, muy a mi pesar, que somos regulares en esto del fútbol mundial. Tenemos, además, a dos de las mejores selecciones del mundo en esta parte del mundo, las cuales nos arrasan cada vez que pueden. Pero de todas maneras los matices geográficos y de la idiosincracia de los pueblos hacen que los milagros se den.
Es por esto que lo que hoy he escuchado en las noticias lo encuentro el colmo. No es posible que tanto brasileños como argentinos necesiten de otra ayuda extra, teniendo el talento y la capacidad con que cuentan en sus respectivas selecciones. Sucede que ahora la FIFA (grupo de maleantes con corbata) decidieron que los partidos de las clasificatorias no se pueden jugar en lugares a mayor altura que 2500 mtrs. Perdón, pero casi toda Europa y África no están a esa altura... Asia no cuenta no selecciones que graviten al momento de clasificar a un mundial, por lo que nuestras miradas se dirigen a los únicos verdaderamente beneficiados con esto: Brasil y Argentina. Claro, a los lindos no les gusta jugar en La Paz o en Quito, se apunan y no pueden ganar por goleada y se deben conformar con un 1-0 o un empate... qué pena, cuando todos lo otros partidos son pan comido.
No entiendo. Los pobres bolivianos no podrán jugar en su país como local. ¡Cómo es posible que se margine a un país por vivir muy arriba! Se aducen problemas físicos, que podrían atentar contra la salud de estos profesionales, pero ¿cuantos jugadores han muerto en La Paz? CERO. Recuerdo que en Europa hace un par de años los jugadores caían muertos en la cancha, pero nadie sacó una ley para no jugar durante las olas de calor...
Así que estoy furioso. La FIFA no puede ser tan déspota, manipuladora y parcial como siempre lo ha sido. Esto debe cambiar. No sólo por Bolivia, Ecuador o Colombia, sino también por todos los que nos hemos visto afectados por sus arrebatos de favoritismo. Nadie recuerda ya que el escándalo del Cóndor Rojas fue en Brasil, con casi puros brasileños involucrados, en un partido que Chile empataba allá y dejaba muy aproblemado a Brasil para clasificar a Italia 90. Que rara forma del Cóndor de ayudar a Chile... y la FIFA deja marginado a Chile por 2 mundiales. ¿Raro, no?. O la goleada que necesitaba Argentina el ’78 para llegar a la final y que extrañamente se produjo exactamente igual a lo que aspiraban...
La mafia del fútbol hace rato que empaña este hermoso deporte. Ya es hora de sacar tanta maleza y tener un pasto para jugar como la gente.
Crónicas de la vida diaria. Las cosas que vemos, las que no y las que simplemente no queremos ver.
lunes, mayo 28, 2007
jueves, mayo 17, 2007
Los cuentos de hadas
Hablar de la infancia es hablar de todos nuestros recuerdos fantásticos, nuestros momentos mágicos en que todo era posible, en que un transformer, la espada de Luke Skywalker o los Varitech de Robotech eran el sueño y la realidad de nuestros días. Pero aunque la televisión se volvió nuestro referente más inmediato a la hora de nuestros juegos infantiles, los cuentos de hadas seguían, en un rincón muy alejado de nuestra memoria, otorgando moralejas y sabiduría cuando los leímos en nuestra más temprana niñez. Muchos consideran que tales moralejas les han servido hasta el día de hoy. Bueno, yo no lo comparto.
Sí, porque para quienes leímos esos cuentos de hadas, de princesas sin príncipe y de un cuánto hay de malvados, el mundo se nos mostraba como un blanco y negro, un alto contraste sin variantes, como una foto del Che. Los malos eran tan malos que se veían malos y lo buenos tan buenos que sólo se podían ver aún más buenos. Por eso, nuestros parámetros de belleza se basaron en esos cuentos: los malos son feos, con bigotes o barbas, peludos; las brujas, viejas feas y con verrugas; las princesas son todas bellas y virginales; los príncipes, hermosos galanes de blanco corcel y frondosa cabellera que huele a hierbas silvestres; los reyes, seres nobles a los cuales el pueblo adora sobre todas las cosas.
Bueno, la realidad hizo que comenzáramos a ver las cosas con otros matices, esos que hacen que la vida sea un poquito más complicada de entender, pero lógica al fin y al cabo. Sí, porque ponerse a pensar en una niña que dejó crecer su pelo a tal punto que lograba llegar hasta la base de la torre donde vivía encerrada (Rapuncel) hay que ver que la solución de que el príncipe subiera era muy idiota. Primero: díganme cuándo una mina se ha dejado el pelo igual durante más de 3 meses; segundo: jamás dejarían que les tiráramos del cabello (y no porque no lo hagan entre ellas); tercero: al llegar finalmente arriba, el príncipe vería que están encerrados y no la salvaría, se la comería antes de que la bruja volviera y se tiraría por la ventana lo más rápido posible.
Claro, porque en nuestros parámetros actuales nadie cree que una mina se duerma 400 años, al cabo de los cuales un príncipe la besá. Bueno, en la realidad, si es que el Estado no expropió hace rato el castillo y enterró a los inertes en una fosa común, el príncipe se encontraría con un polvoriento cuerpo de una vieja de 400 años, por lo que el beso sería lo último que este noble caballero haría. O en el caso de Blancanieves, apostaría a que cuando mordió la manzana todos los enanos aprovecharon la oportunidad; además, al besarla el príncipe ¿no se enveneraría con los restos de manzana en la boca de la durmiente? Además el tufo te lo encargo...
Contemos además que el patito feo es un bloof. ¿Cómo es eso de que creció y era cisne? La moraleja no va entonces en que si eres feo, al crecer serás bello; quiere decir que si fuiste adoptado por una familia fea y tus papás era bellos, muy posiblemente serás hermoso en relación a tu familia. Porque lo único que le queda al pato feo, que realmente es pato y no cisne, es hacer ejercicio, cambiar el look y esperar a que una pata pechugona se fije en él. Nunca aspirar a ser cisne ¡porque es genéticamente imposible!.
Por eso que los cuentos de hadas se los leen a niños cada vez más precoces. Porque están tan descontextualizados que es imposible aplicarlos hoy en día, ni siquiera como un referente idealista. Sucede que los malos muchas veces son bellos, que los reyes son corruptos, que el pueblo odia a quienes los gobiernan, que las princesitas son putitas con plata y que los patos son patos, no perros, gatos, caballos o cisnes.
Y el burro no toca la flauta, eso está más que claro.
Sí, porque para quienes leímos esos cuentos de hadas, de princesas sin príncipe y de un cuánto hay de malvados, el mundo se nos mostraba como un blanco y negro, un alto contraste sin variantes, como una foto del Che. Los malos eran tan malos que se veían malos y lo buenos tan buenos que sólo se podían ver aún más buenos. Por eso, nuestros parámetros de belleza se basaron en esos cuentos: los malos son feos, con bigotes o barbas, peludos; las brujas, viejas feas y con verrugas; las princesas son todas bellas y virginales; los príncipes, hermosos galanes de blanco corcel y frondosa cabellera que huele a hierbas silvestres; los reyes, seres nobles a los cuales el pueblo adora sobre todas las cosas.
Bueno, la realidad hizo que comenzáramos a ver las cosas con otros matices, esos que hacen que la vida sea un poquito más complicada de entender, pero lógica al fin y al cabo. Sí, porque ponerse a pensar en una niña que dejó crecer su pelo a tal punto que lograba llegar hasta la base de la torre donde vivía encerrada (Rapuncel) hay que ver que la solución de que el príncipe subiera era muy idiota. Primero: díganme cuándo una mina se ha dejado el pelo igual durante más de 3 meses; segundo: jamás dejarían que les tiráramos del cabello (y no porque no lo hagan entre ellas); tercero: al llegar finalmente arriba, el príncipe vería que están encerrados y no la salvaría, se la comería antes de que la bruja volviera y se tiraría por la ventana lo más rápido posible.
Claro, porque en nuestros parámetros actuales nadie cree que una mina se duerma 400 años, al cabo de los cuales un príncipe la besá. Bueno, en la realidad, si es que el Estado no expropió hace rato el castillo y enterró a los inertes en una fosa común, el príncipe se encontraría con un polvoriento cuerpo de una vieja de 400 años, por lo que el beso sería lo último que este noble caballero haría. O en el caso de Blancanieves, apostaría a que cuando mordió la manzana todos los enanos aprovecharon la oportunidad; además, al besarla el príncipe ¿no se enveneraría con los restos de manzana en la boca de la durmiente? Además el tufo te lo encargo...
Contemos además que el patito feo es un bloof. ¿Cómo es eso de que creció y era cisne? La moraleja no va entonces en que si eres feo, al crecer serás bello; quiere decir que si fuiste adoptado por una familia fea y tus papás era bellos, muy posiblemente serás hermoso en relación a tu familia. Porque lo único que le queda al pato feo, que realmente es pato y no cisne, es hacer ejercicio, cambiar el look y esperar a que una pata pechugona se fije en él. Nunca aspirar a ser cisne ¡porque es genéticamente imposible!.
Por eso que los cuentos de hadas se los leen a niños cada vez más precoces. Porque están tan descontextualizados que es imposible aplicarlos hoy en día, ni siquiera como un referente idealista. Sucede que los malos muchas veces son bellos, que los reyes son corruptos, que el pueblo odia a quienes los gobiernan, que las princesitas son putitas con plata y que los patos son patos, no perros, gatos, caballos o cisnes.
Y el burro no toca la flauta, eso está más que claro.
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