Hablar de la infancia es hablar de todos nuestros recuerdos fantásticos, nuestros momentos mágicos en que todo era posible, en que un transformer, la espada de Luke Skywalker o los Varitech de Robotech eran el sueño y la realidad de nuestros días. Pero aunque la televisión se volvió nuestro referente más inmediato a la hora de nuestros juegos infantiles, los cuentos de hadas seguían, en un rincón muy alejado de nuestra memoria, otorgando moralejas y sabiduría cuando los leímos en nuestra más temprana niñez. Muchos consideran que tales moralejas les han servido hasta el día de hoy. Bueno, yo no lo comparto.
Sí, porque para quienes leímos esos cuentos de hadas, de princesas sin príncipe y de un cuánto hay de malvados, el mundo se nos mostraba como un blanco y negro, un alto contraste sin variantes, como una foto del Che. Los malos eran tan malos que se veían malos y lo buenos tan buenos que sólo se podían ver aún más buenos. Por eso, nuestros parámetros de belleza se basaron en esos cuentos: los malos son feos, con bigotes o barbas, peludos; las brujas, viejas feas y con verrugas; las princesas son todas bellas y virginales; los príncipes, hermosos galanes de blanco corcel y frondosa cabellera que huele a hierbas silvestres; los reyes, seres nobles a los cuales el pueblo adora sobre todas las cosas.
Bueno, la realidad hizo que comenzáramos a ver las cosas con otros matices, esos que hacen que la vida sea un poquito más complicada de entender, pero lógica al fin y al cabo. Sí, porque ponerse a pensar en una niña que dejó crecer su pelo a tal punto que lograba llegar hasta la base de la torre donde vivía encerrada (Rapuncel) hay que ver que la solución de que el príncipe subiera era muy idiota. Primero: díganme cuándo una mina se ha dejado el pelo igual durante más de 3 meses; segundo: jamás dejarían que les tiráramos del cabello (y no porque no lo hagan entre ellas); tercero: al llegar finalmente arriba, el príncipe vería que están encerrados y no la salvaría, se la comería antes de que la bruja volviera y se tiraría por la ventana lo más rápido posible.
Claro, porque en nuestros parámetros actuales nadie cree que una mina se duerma 400 años, al cabo de los cuales un príncipe la besá. Bueno, en la realidad, si es que el Estado no expropió hace rato el castillo y enterró a los inertes en una fosa común, el príncipe se encontraría con un polvoriento cuerpo de una vieja de 400 años, por lo que el beso sería lo último que este noble caballero haría. O en el caso de Blancanieves, apostaría a que cuando mordió la manzana todos los enanos aprovecharon la oportunidad; además, al besarla el príncipe ¿no se enveneraría con los restos de manzana en la boca de la durmiente? Además el tufo te lo encargo...
Contemos además que el patito feo es un bloof. ¿Cómo es eso de que creció y era cisne? La moraleja no va entonces en que si eres feo, al crecer serás bello; quiere decir que si fuiste adoptado por una familia fea y tus papás era bellos, muy posiblemente serás hermoso en relación a tu familia. Porque lo único que le queda al pato feo, que realmente es pato y no cisne, es hacer ejercicio, cambiar el look y esperar a que una pata pechugona se fije en él. Nunca aspirar a ser cisne ¡porque es genéticamente imposible!.
Por eso que los cuentos de hadas se los leen a niños cada vez más precoces. Porque están tan descontextualizados que es imposible aplicarlos hoy en día, ni siquiera como un referente idealista. Sucede que los malos muchas veces son bellos, que los reyes son corruptos, que el pueblo odia a quienes los gobiernan, que las princesitas son putitas con plata y que los patos son patos, no perros, gatos, caballos o cisnes.
Y el burro no toca la flauta, eso está más que claro.
1 comentario:
JAJAJAJAJA, te apoyo completamente. Cuantas veces quise tener el final feliz del patito feo o de la bella durmiente, pero el príncipe azul no llega a salvarte jamás, porque si es noble, hermoso, tiene plata, un hermoso auto, perdón, corcel y está soltero... está gritando que es gay!...
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