Nadie puede negar que un incendio es lo más parecido a vivir el infierno en tu propio hogar. Es una sensación horrible que han pasado muchas familias y que ven cómo en unos cuantos minutos toda la inversión de su vida se convierte en cenizas. Pueden causarse por desperfectos eléctricos, escapes de gas, estufas mal apagadas, cocinas en mal estado, la caída de un rayo y atentados varios. El fuego termina en humeantes recuerdos carbonizados, trozos de memorias ennegrecidos que no se diferencian entre sí. Y a continuación del informe de daños, el rescate de lo poco que quedó en pie y de curar a los heridos, llega el momento en que hay que evaluar: ¿reconstruir o botarlo todo?
Es aquí donde todo se vuelve nebuloso. Si, hay algo extraño en el aire desde hace meses y me viene dando vuelta la idea de que las cosas no son tan así como todos imaginan. Hace varios meses que una gran cantidad de caseríos del casco viejo de Santiago han quedado vueltos cenizas. Parece una epidemia; semana tras semana hay noticias de al menos dos incendios de caseríos, cités, edificios antiguos de bellas fachadas e interiores oscuros, hediondos y sobrepoblados de inmigrantes que cuando quedan en la calle se dan cuenta que hasta sus ahorros se han ido con el fuego. Y lo extraño es que ha afectado a barrios que están muy bien ubicados, en sectores completamente accesibles para los carros de bomberos, pero son tan explosivos que los voluntarios bomberiles no alcanzan a llegar hasta que es demasiado tarde. Y lo peor es que no queda nada más que la fachada escuálida que irremediablemente tendrá que ser botada para evitar alguna desgracia mayor.
Y es entonces cuando uno puede comenzar a conjeturar al respecto. ¿No será producto de la avaricia inmobiliaria? Claro, porque todos esos caseríos en su mayoría eran arrendados y subarrendados por dueños usureros y sin ningún tipo de vergüenza, quienes ganaban por cada persona que vivía en el lugar, así que si cabían veinte en una habitación, perfecto. Y ninguno arreglaba nada, no tenían ningún miramiento en cobrar, pero la gente vivía como indigentes. Entonces, si una casa de esas se quema de esa forma... ¿acaso un dueño así se dará el trabajo de reconstruir? Difícil se ve el panorama. Es entonces cuando las inmobiliarias llegan con su dossier de carpetas y un par de ejecutivos muy terneados acompañados de una bella mujer que cierra la comitiva. Y los dueños se ven ante el salvavidas divino: estos ángeles de la construcción les compran ese terreno quemado y desprovisto de cualquier utilidad en un muy buen precio y además ellos hacen todos los trámites y se preocupan de la demolición. Negocio redondo, ¿no?
Y da para pensar que tal vez todos estos incendios tengan un origen común, intencionado y lucrativo. En Argentina es una práctica usual, ya que los propietarios no quieren entregar sus casas, pero cuando se queman barrios enteros son las inmobiliarias las únicas que les pueden dar dinero por ese terreno yerto. Entonces ¿quienes son los grandes ganadores de la epidemia de incendios? ¡las inmobiliarias! Claro, porque si siempre son ellas las que se encargan (cual funeraria) de todos los trámites y hacen ofertas cuando todavía los fierros de la construcción están calientes por el incendio recién apagado, es cosa de unir los puntos y mirar la figurita que nos queda para colorear.
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