Muy bien dijo John Lennon hace mucho que el amor está dado según lo que nos enseña que debe ser. Estamos llenos de prejuicios, tabúes, reglas, sumisiones y un sin fin de amarras que nuestra sociedad, cultura, religión y hasta costumbre familiar nos determina a seguir. Y cada vez que pasan los años, esas costumbres y creencias se arraigan aún más por el simple hecho que la vida nos dice exactamente lo contrario. El pensar en el amor se convierte en una suerte de carrera contra la decepción y las rabias, en que el ser fiel o respetuoso se convierte en un ideal y que todas plas parejas terminan de una u otra forma traicionando.
Creemos que el primer amor es el más importante y que recordaremos para toda la vida... a veces puede ser cierto el de recordarlo, pero no tanto así el de mantenerlo como un ideal. Nos hemos hecho la idea que ese amor puro e inocente es el que nos lleva por el camino ideal y que si lo mantenemos toda la vida seremos los paladines de la perfección en el arte del amor que tan vilipendiado está. Pero no es así.
Amar se torna a cada instante en una compleja madeja de sentimientos y forcejeos por mantener la libertad y dejar la libertad del otro sin sentirse amenazado. Pero ¿eso es posible? tal vez para mentes más civilizadas o más avanzadas y con personalidad más firmes que el promedio. Lo que normalmente pasa es que nuestras relaciones se tornan posesivas, llenas de miedos y cuestionamientos, en los que pensamos que lo que hacemos puede o no estar mal y que quien sabe que hace nuestra pareja sin nosotros, sin nuestro control. Cuesta aún más plantearse una relación de completa confianza cuando nuestro entorno y nosotros mismo nos damos cuenta que la línea entre lo permitido y lo prohibido es demasiado delgada cuando nos conviene a nosotros y es un abismo cuando le conviene a nuestra pareja. Celos por cosas ínfimas cuando nosotros exigimos muchísima más comprensión... parejas que reclaman por la salida nocturna mientras ellos hacen lo que quieren con quien quieren sin medir consecuencias. Y así sigue la bola de nieve hasta que el respeto mutuo se convierte en sólo una imagen de comodidad para no perder a quien tenemos seguros al lado.
Enamorarse pareciera ser la única forma de vida aceptada por nuestra sociedad. Cada vez que estamos solo, nos buscan pareja o simplemente se preocupan que no tengamos a nadie... y si están en plan de hacerlo con todas también es problemático, porque significa que estás más solo para el resto... una cosa que realmente ofusca y termina por dejarnos en un páramo sin muchas salidas más que la de aceptar en algún momento que puedes tener una relación duradera con alguien.
¿Es tan necesario? para la mayoría sí. Hay otros que han tomado las leyes en sus manos y al momento de amar se desvivien por un sólo instante y si ese momento pasa no claudican en buscarlo en otra persona. Y eso está bien, más que bien, pensando en que nos obligan a pensar en las relaciones como lineales y estancadas y no en lo que realmente son: una montaña rusa llena de subidas y bajadas. Para vivir un amor a cierta edad, en la que no te encuentras ni como adulto, ni como joven, en la que no sabes si pareces o no viejo, en la que te estás replanteando tus deberes y luchas por tus sueños como la última oportunidad de tenerlos, tienes que pensar que no eres dueño de nada más que de ti mismo. Y jamás debes esperar que la persona con quien estás cumpla con lo que tú tienes pensado que será para ti. La imagen ideal no cabe en la realidad y debemos aceptar que son tanto o más defectuoso que nosotros para mantener una relación.
Para amar en realidad sólo hay que disfrutar las cosas pequeñas, las cosas insignificantes, las cosas que al final del día nos dejarán con ese gustito de que nuestro día valió la pena. Y jamás pensar en lo que podría ser o lo que se pudo hacer... sólo disfrutar lo que se consiguió en el día a día. Aunque la relación dure menos que estornudo de mosca.
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