Al mundillo televisivo le encantan las catástrofes. Puede ser que venga de una tradición tanto periodística, televisiva, radial y cinematográfica donde ver la desgracia de otros es una venta segura. Podríamos decir que la segunda guerra mundial no habría sido lo mismo sin los reportes de guerra exhibidos antes de las funciones de matiné, vermouth y noche; tampoco la guerra de Vietnam con sus reportes segmentados, intentando opacar el magro resultado de las fuerzas norteamericanas contra un puñado de asiáticos; o la dictadura de Pinochet haciendo ver a través de la televisión que el país estaba bien y todo era como debía ser; o la guerra del golfo y la ocupación de Irak sin CNN; o los atentados de las torres sin los mensajes de Al Jazeera. Es que la violencia, la muerte y la destrucción es algo que siempre atrae. El sólo hecho de pensar que la vida puede correr peligro hace que nuestros sentidos se agudicen y la adrenalina fluya como un río por nuestro débil cuerpo.
Así es como nos encontramos este año con un vendaval de ciclones, tormentas y huracanes. Este año todos los vientos del mundo se pusieron chúcaros y decidieron limpiar un poco la casa. Y por supuesto, la TV tiene que estar ahí para mostrarnos como la gente sale volando o como las casas se destruyen y un niño llora porque no encuentra a su madre. La imagen de un perro muerto al lado del vagabundo con que dormía o un edificio sin ventanales desde donde cae algún pobre diablo es oro puro. Y si se puede mostrar más pronto, mejor. Es así como nacen los “Héroes de la Noticia” esos paladines de la información que apenas se sabe de un terremoto, maremoto o huracán, toman sus maletas, una cámara y parten a la aventura. Es que si el informe es interesante, más identificación es que lo reportee un compatriota. La lista de periodistas y camarógrafos que acuden a las catástrofes es larguísima, pero aquí en Chile tenemos un par de casos que por casualidad se encontraron en la misma situación siendo de características completamente distintas.
Rafael Cavada, el reportero estrella de la Guerra de Irak, fue enviado a USA para que en Florida recibiera con brazos y ojos abiertos al Huracán Wilma. Partió sin demora como siempre lo hace, dispuesto a meterse al ojo del huracán si fuese necesario. Y se nota que le gusta. Es uno de esos temerarios a los que hay que admirar, pero desde el otro lado del televisor (hay que tener agallas para ir a enfrentar un huracán). Y claro, esperaría el huracán en tierras gringas, ya que siempre para los estadounidenses las catástrofes no son sólo de ellos, son de importancia mundial. Si no, pensemos que habría pasado si el 11-9 hubiese sido en Italia o Rusia; seguramente no habríamos tenido noticias durante un mes completo de la catástrofe y sus consecuencias.
Pero aunque Rafael llevara toda su valentía en una de sus maletas y en la otra su poca cordura, no contempló una variante que le robó la exclusiva en otro país cercano a USA: los programas de la farándula que habían ido a reportear los MTV Music Video Awards para Latinoamérica. Claro, Rafita y su equipo no calcularon que al pasar el huracán por la Península de Yucatán tomaría por sorpresa a todos los buitres del espectáculo que esperaban con ansias destripar con sus ácidas críticas el certamen o la vestimenta de los asistentes. Y así apareció en portada Petaca. Giancarlo, el hijo pródigo de Paulina Nin, el Edipo de la televisión matinal que pasó a convertirse en el saco de plomo de la farándula con su soso programa de copuchas y destape de escándalos, estaba entre los que esperaban la ceremonia. Y cuando se supo que el huracán arrasaría la península quisieron arrancar. Pero no pudieron. Claro que Jennifer Warner si pudo con sus US$ 1000 con que pudo pagar uno de los pocos pasajes que quedaban, dejando a su equipo tirado para salvar su flaco culo.
Y Petaccia llamaba por teléfono, implorando volver, desesperado por el hacinamiento en el refugio, donde era un don nadie y no tenía privilegios de ningún tipo. De todas maneras salió a la calle, empujado por su equipo, para grabar el hecho noticioso del momento. Y es que si no lo hacía quedaba como completo inútil (y no es que en su trabajo no lo sea). Así, pudimos ver las imágenes con el indicador del traspaso en pantalla donde con su musculosa figura trataba de hablar por su micrófono mojado, indicando árboles, palmeras y edificios, sin saber de qué estaba hablando. Claro, porque no habían vestidos, ni artistas, ni besos nunca antes grabados, ni escándalos de ningún tipo.
Cuando Rafael Cavada logró dos días después recibir al huracán fue distinto. Se paró en plena calle a entrevistar a un vagabundo afirmado de un poste, mientras caía de bruces por los fuertes vientos. Se paró delante de un incendio e hizo su nota sin importarle si su camisa estaba fuera del pantalón o si su pelo le tapaba la cara. Pero lo que mostró y relató tuvo sentido. Y no le importó que viniera después lo peor, se quedó a esperarlo, como es su costumbre.
Esas son las dos caras del viento. Una, la del periodista que busca la noticia e intenta a toda costa que su trabajo sirva para informar, no importando qué le suceda. Y otra, la del inútil conductor que no buscó nada y le llegó todo, y muerto de susto, rogó por nunca más ir a un MTV.
2 comentarios:
jajaja, yo vi el costalazo de Cavada y como trataba de levantar después un semáforo, y también ví el terror pintado en la cara de giancarlo petaccia (que a esa altura ya no tenía nada de glamoroso)junto a su escaso vocabulario al tratar de graficar que era lo que estaba pasando. Pobre, él que fue a cubrir los mtv y terminó cubriendo algo para lo que nunca estuvo preparado...
El periodismo como apostolado...
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