lunes, enero 02, 2006

Anotación Negativa

Desde chicos la sociedad nos obliga a comportarnos. Cada acción es llamada al escrutinio de la autoridad competente, la cual cambia según el paso de los años. Así es como en un principio son nuestros padres quienes nos reglamentan con frases como “eso no se hace” o “¡nooooo! ¡caca!” y nuestro mundo se convierte en un campo minado por el que transitamos llenos de temor. Y cuando llegamos al colegio se suman a nuestro padres los profesores e inspectores del colegio, quienes no tienen frases sobre la caca, sino las que comienzan con tu apellido: “Escobar... ¿no se da cuenta de lo que pudo provocar?” o “Escobar... ¡a inspectoría!”. Así nuestra enseñanza se convierte en la suma de reclusiones y retos que vienen por partida doble, ya que después de soportar la humillación del trato docente, llega el reto paterno, con lo que nuestra autoestima se va al suelo.

Pero con el tiempo todos nos acostumbramos a los retos y, como ya no hacemos caso, aparece una argucia académica que logra hacernos volver en parte a nuestro camino... las anotaciones. Las hay de dos tipos: las positivas, que permiten a los ñoños y tranquilos seguir siéndolo, pero que además sean reconocidos por ello; y las negativas, para los rebeldes y amigos del recreo, que no se conforman con el uso y abuso de los ñoños para efecto de las pruebas, sino también el uso de los mismos para burlas y juegos. Y así nos plantean la disyuntiva más grande de nuestro comportamiento escolar: si no eres de un bando, eres del otro. Y quedamos destinados a recibir cuanta anotación pueda surgir de las mentes malévolas de nuestros profesores e inspectores, sin importar si participamos o no en el problema, si nos inculparon o simplemente no estábamos.

Cuando por fin dejamos el colegio y nos llevamos nuestras hojas llenas de anotaciones para por fin olvidarnos de todo, nos llega la oportunidad de comenzar de cero en la educación superior. Es aquí donde nuestros exabruptos no son tomados en cuenta y todo está permitido (excepto tomarse la facultad o quemar la escuela). Pero todo sueño tiene que terminar.

Entonces, luego de algunos años de descanso respecto a las anotaciones negativas, salimos a trabajar. Y es aquí donde, sin avisarnos, las anotaciones vuelven en gloria y majestad, pero no como negativas o positivas, sino como revisiones de trabajo, evaluaciones de personal, evaluaciones de crédito, revisión salarial, etc. Pero la mayor de las anotaciones negativas es una que nos limita para todo: el DICOM. Claro, porque para todos los mortales que no tenemos cuentas en importantes bancos y no movemos capitales al extranjero, el dicom es la mayor amenaza para nuestra estabilidad tanto laboral como social. Es cosa de ver cuando uno pide un crédito, quiere comprar o arrendar una casa, busca trabajo o simplemente quiere abrir una cuenta. El inspector del colegio vuelve disfrazado de un soplón social, quien por teléfono o por internet nos recuerda a cada momento que alguna vez cometimos un olvido o un error. Y como único descargo podemos decir “eso fue hace mucho, ya lo pagué”, pero no por ello logramos que se nos dé el crédito que necesitamos. Además surge otro problema: si aparecemos tan fácil en dicom... ¿porqué no desaparecemos así de rápido?; porque el negocio de estos soplones profesionales, estos carroñeros de las faltas ajenas, es que sea uno el que tenga que ir y pagar para que lo borren de su base de datos. Y esto no nos protege ante una nueva inclusión en la lista.

Así es, de alguna forma u otra estamos obligados a cuidar nuestras espaldas del juicio ajeno y la reglamentación social. Porque, aunque todos vamos en el mismo barco, no todos remamos hacia el mismo lado.

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