miércoles, enero 04, 2006

Carlitos, el grande

Cuando era chico, mi mamá trabajaba todo el día, hacía horas extras e incluso tenía que ir a terreno y ausentarse semanas. Pero para ella el fin de semana con nosotros era algo que no se perdía. Hubiese temporal o un calor del demonio, mi mamá nos sacaba a pasear. Cuando llegaban esos escasos días en que no podíamos salir (ya sea por plata o por necesidades de la empresa) nosotros ocupábamos a la única niñera que trabajaba el fin de semana completo: la televisión. Y esta “cajita idiota”, como muchos detractores la han llamado durante años, se convirtió en mi gran compañía tanto en la semana como en los momentos en que mi mamá no podía estar con nosotros. Cuando los sábados estábamos ya muy cansados de tanto correr y patear cosas, de buscar bichos y hacerlos pelear entre ellos o pasar por la casa del perro maldito y pegarle a la reja para que ladrara una hora, nos sentábamos a ver la tele. Y esas tardes de sábado, en la década de los 80s, eran sólo para ver un programa: Sábados Gigantes (sí, con eses). Y a pesar de que el cabezón Don Francisco nunca fue de mis grandes ídolos, debo reconocer que a mis cortos 7 años hacía de mi tarde un momento de risa imparable. Claro, sus trajes ridículos, sus sombreros de tirolés y la forma en que molestaba a la gente y se tiraba al suelo eran todo un show. Pero lo que yo esperaba con ansias no eran los concursos, los cantantes o el chacal... eran los sketchs humorísticos.

Desde que Sábados Gigantes se hizo el programa más visto de Chile, debió alargar su parrilla programática, por lo que los artistas nacionales, la cámara viajera y un sin fin de secciones y concursos salieron a relucir. De todas estas secciones las que más prosperaron fueron los sketchs. Eran pequeñas obrillas de teatro (a veces muy picarescas) que contaban las aventuras de cierto grupo de personajes. En poco más de 15 minutos armaban unas historias de enredos y malentendidos que uno esperaba pegado al televisor. Y aunque Mandolino, el Grúa, Maitén Montecinos, El Fatiga, Pinto Paredes y Angulo, los Valverde y los Eguiguren fueron los que triunfaron con gran estruendo, había un tipo flaco que siempre me dio mucha risa sólo de verlo: Carlitos Helo. Este insigne humorista de la vieja escuela, lleno de recuerdos y experiencias en la gran noche bohemia santiaguina de los 60’s e inicios de los 70’s (junto a otros reyes de la época como Daniel Vilches), llegaba a cada sketch con una nota ocurrente, con ese humor blanco, más blanco que el ramo de la novia de Ruperto (ya no habrá luna de miel...) y deslumbraba por la simpleza de sus chistes, casi un bálsamo que permitía hilar el resto de las historias.

Creo que siempre quise mucho lo que significaba Carlos Helo y el grupo de humoristas y guionistas de aquellos oscuros años 80. Porque para muchos de nosotros fue casi una hipnosis que nos permitió seguir con la inocencia antes de llegar a la pubertad democrática, donde no sabíamos que papel jugaríamos, donde nuestros padres de peleaban por todo y con todos y donde a varios de nosotros nos costó entender los cambios que se producían. Y Carlitos era el hombre que me hacía reír, con su poco agraciada figura, con cada broma burda y con esos chistes fomes que realmente me hacían reír de lo fomes que eran.

Pero Carlitos no sólo era humorista o comediante, era guionista; creaba sus personajes, los diálogos de todo el sketch, etc. Y eso era el mayor mérito que tenía: armaba personajes y obras para otros, muchos de los cuales no pagaron ni un peso por su ayuda y se hicieron ricos a costa suya. Muchos de los mismos que no se acordaron de él cuando necesitó ayuda durante los diez años que duró su enfermedad. Los mismos que no estuvieron con él cuando la fama lo abandonó. Los mismos que aparecían golpeándose el pecho en el funeral. Por eso, ese respiro final, esa última señal de vida en sus ojos lo sorprendió casi completamente solo y pobre. Y no faltaron los que apuntaron sus dardos a la falta de planificación, que los “artistas” no ahorraban, que siempre morían pobres por su vida licenciosa. Y tampoco los que se aprovecharon de su funeral como un podio para atacar al cabezón que les dio de comer por tantos años y que, cuando quiso crecer, se sacudió de encima, cual caspa del hombro, a todos los que de él dependían. Y tampoco los que usaron las cámaras como testimonio de su propia falta de previsión y de su poca suerte en el estrellato.

Pero, perdónenme, Carlos Helo sí ahorró, sí tuvo visión de su futuro y sí se preocupo de su familia. La enfermedad fue la que no estaba prevista. Y aunque se tenga mucha plata, 10 años de enfermedad empobrecen a cualquiera. Aún así, en sus tristes años, vimos un par de veces a un Carlitos que decía chistes en el living de su casa o que participaba en alguna esporádica aparición televisiva.

Este es mi humilde homenaje a una de las personas que hizo que nuestros días de niñez y adolescencia fuesen más alegres, más divertidos, más familiares, más llenos de humor. Así te quiero recordar Carlitos, con la sonrisa amplia y los ojos un poco caídos diciendo alguna de tus frases para el bronce.

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