martes, marzo 10, 2009

Al final, la vida sigue igual

No importa cuan gigantesco sea el problema, cuan larga la espera, lo imponente del nombre o la carga histórica que presenten, los precandidatos presidenciales no salvan a nadie.

2009 es un año de elecciones, un año de divisiones conceptuales para la angosta faja de tierra que enarbola el nombre del ají mexicano. Chile es uno de esos países donde la "acción política" es sólo un bla-bla de proporciones desmesuradas.

Contamos con una clase política que viene siendo la misma desde hace más de 30 años, donde los rostro más nuevos son salidos de hijos de estos dirigentes o de personeros de los nuevos gobiernos o de la dictadura (los mismo que hablan de democracia ahora con una desfachatez impresionante).

El problema que se viene es grande. Bachelet ha tenido un gobierno difícil, amarrado a los escándalos de la era Lagos, aportillado por una oposición que no aporta en nada al crecimiento de la política democrática, lleno de crisis externas que afectan al bolsillo patrio, pero por sobretodo a la falta de piso que su propia coalición ha dejado entrever en innumerables ocasiones. Michelle ha salido bien parada incluso del Transantiago; la crisis económica que aún no llega totalmente la tiene sin cuidado, ya que ha generado bonos para el pueblo, rebajas de tasas para los deudores y convenios con los poderosos para que no se sientan perdidos entre tanta medida pro-social. Así y todo, siendo el gobierno menos fuerte desde Patricio Aylwin, es un gobierno que aunque las ha visto duras, se ha sabido mantener en pie, no sin tambalearse un buen poco.

Todos hablan de la necesidad de un giro en el gobierno, una tomada firme del timón, un cambio de opciones tanto internas como externas. Por supuesto todos apuntan a Sebastián Piñera, la única carta de la oposición, para enarbolar la bandera del cambio, tan traqueteada por Lavín en las elecciones anteriores. Y Piñera sonríe levantando una comisura, somo intuyendo que la leche está cocida para las elecciones presidenciales. Pero debe tener cuidado. No ha seguido creciendo su apoyo, su coalición se pelea por cosas sin importancia, lo que hace que el ciudadano promedio no vea en ellos una posibilidad de gobierno cohesionado. Además a Piñera nadie le ha comprado el boleto cuando dice que es "hijo de un empleado público" y que "él entiende los problemas de la gente" cuando todos saben que está forrado en plata, que sus empresas (LAN por ejemplo) tienen serios problemas de injusticias laborales y que además ni siquiera es muy empático. Bastó que apareciera Leonardo Farkas con su melena oxigenada y sus billetes de 10 lucas para que la imagen del "poderoso que se preocupa del pueblo" que cultivaba Piñera se convirtiera en una caricatura. Farkas acabó con la posibilidad real de Piñera de acercarse al pueblo, puso una muralla de billetes que no va a poder cruzar. Cometió el gran error de intentar emular a Farkas una vez y la prensa se lo comió vivo.

Por otro lado, la Concertación y sus muchachos de la generación del '60 están bastante acabados. No hay sangre nueva, eso se acabó con Bachelet. A cambio, la coalición de gobierno ha llamado desde el retiro a uno que nunca fue santo de la devoción popular: Eduardo Frei Jr. Aunque porta el cartel de ex-mandatario, el narigón busca ser la "nueva cara" de la concertación. Y lo han promovido como la única alternativa para derrotar a Piñera en las elecciones. El problema es que, aunque muchos de los TLCs se gestaron en su gobierno y aunque enfrentó la crisis asiática con entereza, este político está más muerto que el folclore. Porque nadie puede permitirse la liviandad de pensar que un acuerdo político como el que ha surgido para levantarlo como candidato le asegure ser el próximo presidente de Chile. 

Y además tenemos al radical José Antonio Gómez, quien busca dar vuelta a la concertación con su candidatura, quiere ganar por su "sex appeal" con las abuelitas y dando una perorata sobre lo que el busca en relación a Frei. Viendo ambos discursos, uno es azul y el otro es azul eléctrico. No hay grandes matices ni diferencias.

El problema es, como decía Fantuzzi, que las medidas para paliar la crisis, hacer de Chile un país desarrollado y eliminar la pobreza entre otras cosas, valen hongo. Es decir, las propuestas que muestran todos los candidatos hasta  ahora no son más que la extensión de lo que se ha hecho hasta ahora que es bastante magro, ya que replican el modelo económico de Pinochet, donde el empresario es un todo poderoso y la clase media carga con todo. Si, porque aunque los pobres se quejen de todo, tienen hartos beneficios estatales, bonos, hospitales gratis, jubilaciones sin tener que imponerse y un montón de medidas que les ayudan a sobrellevar la pobreza. Pero somos nosotros, la clase media, la que hacemos a Chile fuerte, le pagamos el sueldo con nuestros impuestos, soportamos todas las malas medidas que nos afectan sin chistar y además usamos las carreteras que concesionaron con tarifas que a la larga sólo podrán pagar los poderosos del barrio alto. 

Entonces, cuando uno ve lo que se viene, sabe que la cosa no va a mejorar mucho. Piñera viene con un paquete de medidas de hace 15 años, Frei no tiene nada en concreto, Gómez sólo va en contra de ciertas ideas de Frei, Arrate es sólo un nombre y Zaldívar un vampiro que chupa la fuerza política de sus aliados y no genera ninguna empatía. Las pymes, los funcionarios de clase media, los independientes, las minorías indígenas, los ecologistas, los que quieren que la educación sea gratis, estamos cagados. Nadie está proponiendo nada. Y aunque Henríquez-Ominami es un rostro nuevo y fresco, es más de lo mismo. Porque la política en Chile vive de acuerdos a corto plazo, de llenarse los bolsillos mientras se pueda y de limpiarse el culo con el voto popular.

Por eso, todos quienes voten este año deberían dibujar un gran pene en la cartilla de votación. Porque con estos políticos estamos pa'l pico.

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