Una de las característica que últimamente he logrado constatar como uno de los males recurrentes en este país es la creciente prepotencia de sus habitantes. No hay sólo prepotencia contra la injusticia con uno mismo, sino con cualquier persona en cualquier situación.
Me topé con un idiota el otro día que quiso que sacara a mi perro de un local donde siempre voy con él a comprar porque su hija se puso a gritar y a llorar cuando lo vio entrar. Mi perro, debo decirlo, es tan chico que no asusta a nadie y ni siquiera la miró. La infante debe tener terror a los canes. El problema se suscitó cuando me negué a sacar al perro. Jamás me habían hecho problema por entrar con el perro a comprar y además la prepotencia de la exigencia (casi orden) del tipo me hizo estallar. Educadamente le dije que no sacaría al perro porque no hizo nada y además nunca había tenido problemas con ello. Se puso a gritar que era un imbécil, que tendría que llevar a su hija al auto y la mujer del neandertal me dijo que como se me ocurría entrar con un perro a un local, por la higiene. Bastante risa me dio, porque su hija, la misma histérica de los gritos, estaba tan resfriada que tosía hacia todos lados: sobre el pan, la fruta y los quesos. Entonces le grité, ya saliéndome de mis casillas, que mejor metiera a la histérica de su hija al auto, porque el perro no tenía ninguna culpa y que se dejara de hueviar. Pensando que el segundo round venía a la vuelta del despacho de la infante en el auto, me apresté a apretar mi puño por cualquier necesidad, pero el tipo se fue por la tangente y pasó derecho a la caja, evitando cualquier contacto conmigo. La dueña del local me dijo: “¿por qué mejor no lo saca hasta que se vaya?” A lo que le respondí “lo puedo poner más lejos de la puerta, pero no lo voy a sacar porque tengo tanto derecho como él de estar aquí”. El tipo salió con la cabeza gacha y no dijo nada.
Extrañamente en la mañana del mismo día cuando acompañaba a mi mujer a comprar en el Falabella de Providencia, un tipo se acercó a un guardia hablando muy fuerte para que lo escucharan; se había perdido y no encontraba la salida al estacionamiento. El guardia le preguntó que por donde había entrado y el tipo encolerizado le respondió que no se acordaba. Una cajera se acercó y le dio una indicación, pero el tipo se puso más idiota y comenzó a gritar que el guardia era un estúpido, que cómo no reaccionaba, que iba a poner una queja y que era un gran cliente del local y además periodista... Me dio risa. Como si ser periodista fuera la gran cosa. Yo también podría ir diciendo “soy director de cine” o “soy músico” ¡y qué! Un título no te hace mejor persona, sólo dice qué eres capaz de hacer, nada más. Y, perdónenme, pero nadie en Chile es más importante que otro para una casa comercial. Somos sólo números de cuenta. Mi mujer, ofuscadísima, se acercó al mesón y pidió que anotaran sus datos por si necesitaban un testigo contra la prepotencia de este tipo, porque la rabia la debía tener consigo mismo por ser tan imbécil de perderse en una tienda (te creo en un mall, pero en una tienda...).
Y esto me ha hecho pensar. Cuantos estúpidos deben haber por ahí gritoneando al que no se puede defender porque si no pierde su trabajo; abusando de los más débiles o con menos personalidad; influenciando al resto para pasar a llevar a otros; dejando ver lo baja clase que son. Y es que en Chile estamos acostumbrados a dejarnos pasar a llevar.
Históricamente, tanto en los problemas limítrofes como en las políticas internas y de trabajo, en los factores sociales y económicos, siempre hemos dejado que nos pongan el pie encima. Incluso celebramos a tipos como Mackena de CQC que tira un gatito de pocos días sobre su hombro como si fuese un peluche; o a una Paulina Nin que grita y grita porque quiere hablar más de una hora en un programa; o a un ministro que le dice a una pobre mujer que se limpie los dientes con hilo de coser.
¡Hasta cuándo chilenos! Que el afiche de la lucha contra el abuso no quede pegado por ahí sin que sintamos que de verdad tenemos que luchar por nuestros derechos y que nadie tiene porqué insultarnos porque se le dio la reverenda gana. ¡Abajo la prepotencia!
4 comentarios:
Una vez más Scowy ¡Te las mandaste!
Muy común por desgracia. Los peores son aquellos que primero le gritan al de abajo y luego van a lamerle las botas al superior.
buena!!! y no solo pasa en STGO
Pablito, como siempre tus comentarios atinados que hacen pensar en las actitudes que a diario vemos en la ciudad.
En lo personal, vivo a diario la prepotencia de la gente y me molesta ver como hacen de la ignorancia y la imbecilidad una fuente de orgullo para sus pobre vidas. Creen que el ser "amigos de" o "gerentes de" los hace más valiosos y no se dan cuenta que si la pobre idiota que les atendió el teléfono a las 8 y cuarto de la mañana un Sábado no tiene ganas de arreglarles el cachito, no tendrán conexión por un largo rato...
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