domingo, abril 25, 2010

Obituario

Difícil es llegar al momento dado y dar el mensaje de cierre. Lo es para los festivales, el final de un libro, la frase que cierra un chiste o simplemente la palabra que dirá el adiós a todo lo que conociste y dará vuelta la página de una vez por todas. El obituario y sobretodo el discurso o palabras de los deudos sobre quien se va de este mundo deben ser de las más difíciles de escribir.

Cuando mi mamá falleció el 2003, hice un discurso que me salió muy rápido, sin trabas, como si hubiese estado guardado en mi subconsciente desde hacía mucho. Tal vez mi mente estaba esperando ese momento sin decírmelo, como quien guarda absurdamente un secreto que no tenía por qué ser guardado. Y el discurso fue emotivo, pero sobretodo chistoso. Recordé muchas de sus tallas, las tonteras que nos decía y algunas situaciones cómicas que tuvo en su vida. Y la gente perdió por un momento el rictus trágico de la muerte ajena y miró el ataúd con alegría sincera de haber conocido a mi mamá.

Hoy acompañé a una amiga, Alejandra, en el entierro de su padre, un hombre esforzado que trabajó toda su vida muy duro y que tenía múltiples males que lo perturbaban y le impedían hacer una vida normal. Fue muy lejos, en un cementerio llamado "Jardín Sacramental" en San Bernardo. La familia y algunos amigos buscábamos dar nuestro pésame, hacer sentir el apoyo tan magro y sin peso que todos damos en una situación en la que no puedes hacer absolutamente nada por esa persona; su dolor la consume por dentro, ninguna palabra ni frase hecha sirve para estos casos. Por eso, cuando la abracé sólo atiné a decirle "te quiero mucho". Pensé en lo burda y tontas de las palabras, podría haberlas ocupado en cualquier otra ocasión, pero salieron con una rapidez tal que mis labios se rebelaron ante mi cerebro que intentó en vano parar algunas de sus sílabas finales.

Cuando el sepelio se realizó vinieron los discursos y cantos de rigor. Y como siempre, todos quienes nos dejan en este mundo pasan a ser parte de esa casta que no tiene errores, que son casi perfectos. La muerte tiene esa capacidad única de limpiar todo cuanto hacemos mal y resaltar lo bueno exclusivamente. Y tal vez siempre debería ser así; seguramente nos querríamos más y pelearíamos muchísimo menos, pero eso es otro tema.

Lo que me insta a escribir hoy es que, al igual como yo hice mi despedida de una manera inusual para el entierro de mi madre, la Jana hizo su despedida de una manera que jamás había escuchado. No habló de su padre, a quien amaba y respetaba mucho, sino de quienes lo rodearon. Explicó que para ella su padre había sido un gran hombre gracias a todos quienes le habían acompañado en la vida, quienes lo formaron y apoyaron. Incluso les agradeció por ello y les felicitó por las grandes y bellas familias que con esa actitud han ido sembrando. Y fue la primera vez que un obituario me hizo tanto sentido. Porque todos somos entes unitarios, únicos e imperfectos que vagamos por este mundo buscando un objetivo. Siempre pensamos que nuestros logros son nuestros, pero también son de todos aquellos que han estado a tu lado. Tus fracasos son apoyados por ellos y tus triunfos son disfrutados con alegría sincera casi como si fuesen propios. Y de eso se trata. Si haces que los demás se sientan bien, tú te sentirás bien. Si logras ayudar a quienes te acompañan en este camino, es probable que a ti también te ayuden en otra ocasión. Pero no es por eso que debemos hacerlo, tiene que ser por la genuina razón de que no tenemos nada mejor que ofrecer a este mundo que hacer que quienes te rodean estén mejor.

Y tal vez por eso los obituarios son tan importantes, porque en el momento de mayor dolor te hacen sentir reconfortado; y nos hacen entender que todos (cual más, cuál menos) fuimos grandes personas en algún momento de nuestras vidas.

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