En 1944, cuando Hitler estaba en su búnker escondido a pocas cuadras del Riechstaag, siendo bombardeado por los rusos y mientras niños de 13 y 14 años blandían los fusiles y disparaban las últimas balas de un ejército exhausto, exigido al máximo, intentando mantener una esperanza etérea ante la entrada de los aliados y el desplome final del Tercer Reich, el dictador se dio tiempo para juntar a sus seguidores, lo más cercanos, los que jamás le fallaron y que lo siguieron sabiendo que la locura lo consumía. En esta reunión, con los estallidos que remecían el piso, las luces que fallaban a intervalos, con informes que se recibían de todos los flancos en que la milicia perdía terreno ante la aplanadora aliada, Hitler disfrutó de una cena en la que, a su modo, se despidió de todos y de todo. Sabía que al fin y al cabo había perdido, que el Reich de los mil años que él y los nazis habían planificado y pregonado a los cuatro vientos ya era sólo un recuerdo, una mueca que marcaba los sueños rotos de quienes creyeron en él.
Ya sin esperanzas, sin un futuro, sin la fuerza ni la entereza que demostró siempre a sus vasallos, el Fürer se retiró con su nueva esposa y decidió pegarse un tiro. Así acabó el sueño nazi, la limpieza racial, el nuevo orden y quedó un legado de masacre y dolor que el mundo jamás olvidará.
A pesar de ser historia antigua, hoy la imagen de este dictador fascista se me ha grabado en la mente a fuego. Y no es por admiración a su macabra ópera antijudaica ni sus delirios de grandeza y megalomanía. No. Es que este ser, el más abominable de todos los tiranos de la época moderna tuvo el valor, al momento de su muerte, de aceptar toda su responsabilidad en los errores de su campaña de dominio mundial y pidió perdón a su círculo más cercano por haberles fallado. Incluso él, la encarnación del mal para muchos, tuvo el gesto inútil, pero gesto al fin, de aceptar sus culpas. Y por eso se suicidó, porque sus culpas lo atormentaron de tal forma que prefirió la muerte a tener que hacer frente al enemigo y aceptar sus crímenes y su derrota.
Bueno, hasta este chacal tuvo dignidad. Algo muy distinto a lo que podemos decir de Augusto Pinochet, “Perrochet” como le llamaban sus contrarios y “Pin8” como todos lo conocíamos. Sí, porque este dictador que traicionó a su presidente en el golpe del ’73, que quebró la democracia de Chile y destruyó el coraje del chileno promedio hasta apagarlo casi por completo durante los 17 años que duró su dictadura, jamás tuvo dignidad. Este tirano que eliminó a cuanta resistencia encontró en su camino, que dirigió a Chile a su antojo, que traicionó a sus propios camaradas de armas, que expulsó a quien le dio la gana y que mandó matar a quien le molestara en el lugar del mundo en que se encontrara, no tuvo la decencia de admitir sus culpas. Este asesino en masa no sólo acabó con quienes estaban en su contra, sino que además estafó y le robó a todo Chile y en especial a aquellos que creyeron en él, que lo defendieron hasta la saciedad, que juntaron “un mendruguito con otro mendruguito” como decía su mujer en las campañas para juntar dinero para el país; esos mismos que dijeron que eran mentiras las muertes en el Nacional y que criaron a sus hijos dentro de una fortaleza, donde los que lloraban a sus muertos querían sólo plata y en que los desaparecidos en realidad estaban en Cuba, viviendo la gran vida. Una de esas personas que creyó a pie juntilla lo que Pinochet decía, fue mi madre. Ella dio todo lo que tuvo para que las cosas funcionaran en esos años, admiraba al “salvador de Chile” y lo defendió hasta el día de su muerte, hace 3 años.
Sin embargo, a pesar de la dolorosa muerte de mi vieja, debo admitir que agradezco a Dios que se haya muerto hace 3 años. Sí, porque una mujer de esfuerzo como ella, una mujer que logró todo con el sudor de su frente, que quiso lo mejor para su familia, no habría soportado saber que aquel héroe le había robado. Sí, el general de los ojitos azules, el que se veía tan hermoso en su traje blanco le robó a mi madre y a miles de otros Chilenos que lo apoyaron, que le dieron todo para que gobernara a sus anchas. Con las manos tan sucias de muerte y robos era obvio que usara guantes blancos...
Este vulgar ladrón que amasó una inmensa fortuna gracias a Chile, que mató a quien quiso y abandonó a los suyos, ha muerto el día de hoy gracias a un infarto. Y aunque el primer pensamiento que viene a mi mente es el de la liberación de un pueblo del lastre de un dictador como éste, lo secunda un sentimiento de desazón total. Claro, porque el viejo de mierda no fue juzgado nunca, no pagó por nada, no pidió perdón , se rió de nuestra justicia y de nuestro gobierno, abandonó hasta a su propia familia, los secuaces que hicieron las transacciones por él y a los que mataron en su nombre, como el Mamo Contreras. El viejo se rió de Chile hasta el día de su muerte. No le dio al gusto a este país de verlo pagar por algún crimen, aunque fuese por uno financiero. No. Como un gato salió bien parado de todas y cada una de las causas y se murió de un ataque, algo fulminante y hasta grato. En este momento hasta Hitler con su Lugger de 8 tiros en la mano y con los sesos destrozados me simpatiza más que Pinochet. Porque ni siquiera en esta semana, en que su muerte se acercaba a pasos agigantados, trató de aceptar sus culpas.
Pero lo que más me da rabia son los 2 mil o 3 mil pinochetistas que llegaron a las afueras del Hospital Militar a llorar por él y a pedir honores de estados para el dictador más cruel que la historia chilena haya registrado. Porque estos tipejos que gritan y agreden a la prensa a destajo, que lloran y rasgan vestiduras y que rezan por su general, su “padre de la patria” son los ciegos, sordos y mudos más grandes que hayamos visto. No podrán jamás aceptar que este maldito también les robó, les mintió y se rió en sus caras. No, los ultraderechistas y pinochetistas acérrimos morirán pregonando que Pinochet fue un salvador y que la historia será la que dictamine que era un grande, talvez el más grande de todos los hombres...
Y eso me hace pensar en los seguidores de Hitler y su cápsula de cianuro. Talvez habría que repartir algunas afuera del Hospital Militar.
Crónicas de la vida diaria. Las cosas que vemos, las que no y las que simplemente no queremos ver.
domingo, diciembre 10, 2006
miércoles, noviembre 29, 2006
Pamela
Esta semana la prensa informó con horror sobre el caso de una joven iquiqueña de 13 años, reina de su curso, que se suicidó por las continuas amenazas y burlas de sus compañeras de clase. Una joven con capacidad, buen rendimiento, buena relación familiar, padres apoyadores, cercanía con sus profesores y amor por su escuela. Fue este sentimiento de apego a su colegio y sus profesores los que hicieron que Pamela se negara a abandonar el curso y definitivamente dejar todo atrás. Tal vez hubiese sido más fácil, pero ella quiso quedarse porque tenía el derecho de estar ahí, porque ella era libre de estudiar donde quisiera y con quien quisiera, de incluso elegir el aceptar las burlas de sus compañeras. Pamela lo intentó, pero ellas pudieron más, la presionaron tanto en clase como fuera de ella, a través de internet y sus fotologs. Esos mismos fotologs se llenaron de insultos durante esta tortura sistemática e incluso continuaron después de su muerte, cuando ya nada tenía sentido. Los especialistas levantaron sus dedos acusadores a “la nueva amenaza escolar” y “el matonaje actual” que jamás se había visto de esta forma...
Bueno, no sé si estos especialistas ya lo olvidaron, pero el colegio puede ser la etapa más funesta de la vida de una persona. Claro, porque para quien no nació bello o atlético o extremadamente simpático o irreverente, la enseñanza escolar es una tortura física y psicológica que para algunos es imposible de sobrellevar.
Y es extraño. Esta noticia, sus implicancias, las reacciones de la prensa, todo ocurre ahora, justo cuando mis antiguos compañeros de colegio decidieron hacer una junta para todo el curso luego de 12 años. Aunque con algunos me he visto en los últimos 2 años, debo decir que durante 10 años no me interesó en lo más mínimo volver a ver a semejante fauna. Claro, es que las heridas quedan rondando mucho tiempo. Tal vez el tiempo me hizo perdonar lo que en un momento creí imposible. Las burlas, los golpes, las bromas malintencionadas y por sobretodo la humillación constante a la que fui objeto como tantos otros en los miles de colegios alrededor del mundo. Claro que si no fuera por eso, talvez jamás me habría reinventado como lo hice, dejando atrás mis tapujos, importándome un rábano lo que la gente creyera de mí, haciendo lo que quería.
Sí, el colegio fue una etapa negra donde lo pasé muy mal. Pero en los dos últimos años de media me envalentoné e hice lo que el ambiente decía que era lo correcto para la masa. Y así, siendo parte de la masa, dejé al niño débil y asustadizo atrás, guardado en un espacio muy escondido de mi alma.
Ahora, 12 años después, cuando el polvo ha cubierto todos los textos con los que estudié, cuando las fotos ya no parecen tan propias, cuando los recuerdos se nublan en un amasijo de improbabilidades, me encuentro con estos viejos compañeros. Una reunión necesaria, una etapa que cerrar. Algo que Pamela jamás podrá hacer, porque no tuvo la fuerza para enfrentar sus miedos; porque no pudo con el peso de la vergüenza; porque se ahogó en su propia soledad.
Bueno, no sé si estos especialistas ya lo olvidaron, pero el colegio puede ser la etapa más funesta de la vida de una persona. Claro, porque para quien no nació bello o atlético o extremadamente simpático o irreverente, la enseñanza escolar es una tortura física y psicológica que para algunos es imposible de sobrellevar.
Y es extraño. Esta noticia, sus implicancias, las reacciones de la prensa, todo ocurre ahora, justo cuando mis antiguos compañeros de colegio decidieron hacer una junta para todo el curso luego de 12 años. Aunque con algunos me he visto en los últimos 2 años, debo decir que durante 10 años no me interesó en lo más mínimo volver a ver a semejante fauna. Claro, es que las heridas quedan rondando mucho tiempo. Tal vez el tiempo me hizo perdonar lo que en un momento creí imposible. Las burlas, los golpes, las bromas malintencionadas y por sobretodo la humillación constante a la que fui objeto como tantos otros en los miles de colegios alrededor del mundo. Claro que si no fuera por eso, talvez jamás me habría reinventado como lo hice, dejando atrás mis tapujos, importándome un rábano lo que la gente creyera de mí, haciendo lo que quería.
Sí, el colegio fue una etapa negra donde lo pasé muy mal. Pero en los dos últimos años de media me envalentoné e hice lo que el ambiente decía que era lo correcto para la masa. Y así, siendo parte de la masa, dejé al niño débil y asustadizo atrás, guardado en un espacio muy escondido de mi alma.
Ahora, 12 años después, cuando el polvo ha cubierto todos los textos con los que estudié, cuando las fotos ya no parecen tan propias, cuando los recuerdos se nublan en un amasijo de improbabilidades, me encuentro con estos viejos compañeros. Una reunión necesaria, una etapa que cerrar. Algo que Pamela jamás podrá hacer, porque no tuvo la fuerza para enfrentar sus miedos; porque no pudo con el peso de la vergüenza; porque se ahogó en su propia soledad.
martes, octubre 24, 2006
Ídolos ausentes
Basta encender la radio y buscar entre las frecuencias “megahertciadas” las distintas emisoras radiales y darse cuenta de un fenómeno que, aunque cíclico, es tremendamente nefasto: estamos faltos de ídolos. Sí, y no es que piense que en el mundo no hay grandes músicos o que la industria no ha golpeado lo suficiente ya con tantas promos de músicos de distinto tipo. Es que el fenómeno viene desde hace algún tiempo y es preocupante: los grupos actuales no tienen onda. Podrán decir que es el comentario de un tipo que está a punto de entrar a la adultez y, por ser éste mi caso, la opinión está sesgada por la experiencia y la distancia con los nuevos seguidores de la música joven. Pero bueno, creo que esta misma situación me permite mirar la música de hoy con ojos no tan añejos y alejados como los de los principales críticos musicales.
Los grupos actuales, salvo contadas excepciones como Franz Ferdinand, Placebo y algunos especimenes rockeros extraños, tienen la manía de copiarse a sí mismos y a un solo referente musical: el limitado, pero enérgico, punk. Y es por eso que ha caído una ola de grupos que imitan a Green Day y a Los Ramones sin arrugar la nariz siquiera, donde Blink 182 es el rey y donde no hay ninguna diferencia entre uno y otro, tanto que es posible afirmar que la mayoría de ellos es grupo de un solo tema. (No hago críticas a estilos musicales tropicales ni reggaetón porque no me interesan).
Y es en este ambiente en el que me bajo del dial y me pongo a mirar desde afuera. Y veo la falta que hace un Kurt Cobain o un Freddy Mercury, qué decir de un Jim Morrison o una Janis Joplin. Porque ahora no existe eso que hasta hace 10 años era una tradición musical: en cada década había al menos un par de grupos que marcaban tendencia, un par que eran los monstruos del rock. Claro, porque los `60 tuvieron a los Beatles, los Stones, los Doors, The Who, Jimmy Hendrix, Creedence y una galería completa de hippies revolucionarios; los 70’s a Led Zeppelin, Pink Floyd, Queen, Sex Pistols, Los Ramones, AC-DC, Kiss y tantos otros con trajes estrafalarios a los Bowie; los 80’s tuvieron a Mötley Cure, Guns N’ Roses, Poison, Warrant, Bon Jovi, Satriani, Metallica, Skid Row y toda la gama de pelos enmarañados que gritaban desgarrados por un rock de chicas en cuero y motocicletas; y los 90’s tuvieron el resurgimiento del rock con el grunge, con Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, Stone Temple Pilot, Blind Melon, los últimos rasguños de los Guns, Colective Soul, Silverchair, Soundgarden y Rage Against the Machine, por solo nombrar unos pocos que tomaron el rock en sus manos y lo reinventaron una vez más para sacar lo mejor que tiene, su fuerza.
Y es esta fuerza la que extraño en cada nota que escucho en la nueva escena de la música mundial, esa misma que tiene endiosados a tantos pendejos que sólo tienen la pose de malos y que ha escondido en las sombras a los monstruos que hicieron del rock una forma de vida. Por eso vuelvo a escuchar en la penumbra “Who’s Next”, esperando que el ciclo del rock vuelva a brillar como antes.
Los grupos actuales, salvo contadas excepciones como Franz Ferdinand, Placebo y algunos especimenes rockeros extraños, tienen la manía de copiarse a sí mismos y a un solo referente musical: el limitado, pero enérgico, punk. Y es por eso que ha caído una ola de grupos que imitan a Green Day y a Los Ramones sin arrugar la nariz siquiera, donde Blink 182 es el rey y donde no hay ninguna diferencia entre uno y otro, tanto que es posible afirmar que la mayoría de ellos es grupo de un solo tema. (No hago críticas a estilos musicales tropicales ni reggaetón porque no me interesan).
Y es en este ambiente en el que me bajo del dial y me pongo a mirar desde afuera. Y veo la falta que hace un Kurt Cobain o un Freddy Mercury, qué decir de un Jim Morrison o una Janis Joplin. Porque ahora no existe eso que hasta hace 10 años era una tradición musical: en cada década había al menos un par de grupos que marcaban tendencia, un par que eran los monstruos del rock. Claro, porque los `60 tuvieron a los Beatles, los Stones, los Doors, The Who, Jimmy Hendrix, Creedence y una galería completa de hippies revolucionarios; los 70’s a Led Zeppelin, Pink Floyd, Queen, Sex Pistols, Los Ramones, AC-DC, Kiss y tantos otros con trajes estrafalarios a los Bowie; los 80’s tuvieron a Mötley Cure, Guns N’ Roses, Poison, Warrant, Bon Jovi, Satriani, Metallica, Skid Row y toda la gama de pelos enmarañados que gritaban desgarrados por un rock de chicas en cuero y motocicletas; y los 90’s tuvieron el resurgimiento del rock con el grunge, con Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, Stone Temple Pilot, Blind Melon, los últimos rasguños de los Guns, Colective Soul, Silverchair, Soundgarden y Rage Against the Machine, por solo nombrar unos pocos que tomaron el rock en sus manos y lo reinventaron una vez más para sacar lo mejor que tiene, su fuerza.
Y es esta fuerza la que extraño en cada nota que escucho en la nueva escena de la música mundial, esa misma que tiene endiosados a tantos pendejos que sólo tienen la pose de malos y que ha escondido en las sombras a los monstruos que hicieron del rock una forma de vida. Por eso vuelvo a escuchar en la penumbra “Who’s Next”, esperando que el ciclo del rock vuelva a brillar como antes.
miércoles, octubre 04, 2006
La vuelta a casa
Es duro tomar decisiones difíciles en la vida. Es tan duro que mucha gente no las toma y viven desdichados por nunca arriesgarse. Así es como la gente tiene trabajos horribles y no se cambia; viven matrimonios desgarrados de rabia y angustia y siguen aparentando con los amigos; callan los abusos y perdonan de la boca para afuera.
Ante todos estos aspectos de la vida apretada y dura en que muchos prefieren sufrir a cambiar, los niños nos dan el ejemplo. Claro porque en estos días ya van 3 de ellos que se van de sus casas sin decir nada o dejando una nota de agradecimiento y un hasta nunca. Y es que como van las cosas, a veces es mejor dar el paso a un costado. Y eso es lo que hacen los niños ahora. Saben que la vida es apresurada, que los padres nunca están y que la vida siempre será más dura de lo que la pintan. Por eso, en forma madura y otras veces en forma irresponsable, deciden lanzarse de una vez a la vida. Es algo así como “pa’ qué esperar tanto, si igual la voy a pasar mal”. Y es que con lo que ven en la sociedad no es muy difícil ponerse así.
Cuando nosotros éramos chicos la gente pensaba más en política idealista que en las realidades duras. Así todos vimos como la ideología se abrió paso ante el poder fáctico y comenzó un arduo camino, lleno de baches. Era tanto el miedo al fracaso, que esto se tradujo en la juventud que comenzaba, la cual desechó el matrimonio de plano, las carreras y trabajos esperaron y la salida de la casa de los padres fue el proceso más largo de todos. Claro, es difícil querer salir a la vida solo cuando te han cuidado siempre y la vida se viene encima con tantas responsabilidades que no puedes llegar a contar.
En cambio, para esta generación, la cosa es distinta. El mundo gira, las familias se separan, los padres trabajan siempre y por sobretodo los han bombardeado con el tema de que la vida se vive demasiado rápido. Y como la vida es rápida y al fin y al cabo los padres no están, es hora de buscar nuevos horizontes y otras personas con las que sentirse a gusto y con quienes compartir.
Y vemos en la televisión como los matinales lloran por los niños, llaman a radios regionales, buscan la exclusiva en casa de la familia afectada y se dan todo el crédito cuando el niño es encontrado... y luego vienen los 3 días de repaso de la noticia, las notas “humanas” el relato del vecino de l cuadra del lado que vio como el niño se subió a una micro “pero jamás creí que se fuera de la casa”, etc, etc, etc... Y la familia recibe al niño frente a las cámaras, perdonan todo, la opinión pública juzga el ambiente familiar y da consejos, asusta con la posibilidad de que el próximo que escape sea tu hijo y finalmente aparece la familia diciendo que desde ahora tomarán mas en cuenta al niño y que no lo van a retar.
Me pongo a pensar y me imagino la sacada de chucha que me habrían dado en mi casa si me hubiera ido así... Bueno son otros tiempos.
Ante todos estos aspectos de la vida apretada y dura en que muchos prefieren sufrir a cambiar, los niños nos dan el ejemplo. Claro porque en estos días ya van 3 de ellos que se van de sus casas sin decir nada o dejando una nota de agradecimiento y un hasta nunca. Y es que como van las cosas, a veces es mejor dar el paso a un costado. Y eso es lo que hacen los niños ahora. Saben que la vida es apresurada, que los padres nunca están y que la vida siempre será más dura de lo que la pintan. Por eso, en forma madura y otras veces en forma irresponsable, deciden lanzarse de una vez a la vida. Es algo así como “pa’ qué esperar tanto, si igual la voy a pasar mal”. Y es que con lo que ven en la sociedad no es muy difícil ponerse así.
Cuando nosotros éramos chicos la gente pensaba más en política idealista que en las realidades duras. Así todos vimos como la ideología se abrió paso ante el poder fáctico y comenzó un arduo camino, lleno de baches. Era tanto el miedo al fracaso, que esto se tradujo en la juventud que comenzaba, la cual desechó el matrimonio de plano, las carreras y trabajos esperaron y la salida de la casa de los padres fue el proceso más largo de todos. Claro, es difícil querer salir a la vida solo cuando te han cuidado siempre y la vida se viene encima con tantas responsabilidades que no puedes llegar a contar.
En cambio, para esta generación, la cosa es distinta. El mundo gira, las familias se separan, los padres trabajan siempre y por sobretodo los han bombardeado con el tema de que la vida se vive demasiado rápido. Y como la vida es rápida y al fin y al cabo los padres no están, es hora de buscar nuevos horizontes y otras personas con las que sentirse a gusto y con quienes compartir.
Y vemos en la televisión como los matinales lloran por los niños, llaman a radios regionales, buscan la exclusiva en casa de la familia afectada y se dan todo el crédito cuando el niño es encontrado... y luego vienen los 3 días de repaso de la noticia, las notas “humanas” el relato del vecino de l cuadra del lado que vio como el niño se subió a una micro “pero jamás creí que se fuera de la casa”, etc, etc, etc... Y la familia recibe al niño frente a las cámaras, perdonan todo, la opinión pública juzga el ambiente familiar y da consejos, asusta con la posibilidad de que el próximo que escape sea tu hijo y finalmente aparece la familia diciendo que desde ahora tomarán mas en cuenta al niño y que no lo van a retar.
Me pongo a pensar y me imagino la sacada de chucha que me habrían dado en mi casa si me hubiera ido así... Bueno son otros tiempos.
jueves, agosto 31, 2006
La reconstrucción del Sueño Americano
Sabido es que EEUU es una superpotencia. Como tal, ha acabado con casi todos sus enemigos declarados, excepto por los pequeños grupos subversivos y terroristas que siempre le han dado grandes dolores de cabeza. A pesar de todo, EEUU, luego de cada guerra, tiene la capacidad y el rigor de reinventarse, de resurgir y volver a gobernar el mundo cual Pinky y Cerebro (más del primero que del segundo, claro).
Esta capacidad de ave Fénix que tienen los gringos, admirable por cierto, tiene sus bemoles. Sí, porque hasta hace muy poco descubrimos que para USA no es prioritario todo su ancho territorio. No. Porque cuando fue Pearl Harbor declararon una guerra y cuando fue el 11/9 se paralizó el mundo y todo el país apoyó a una de las ciudades con más recursos del mundo. Pero cuando pasó el huracán Katrina por Nueva Orleáns no pasó lo mismo.
Nueva Orleáns es la cuna de la música negra norteamericana, la clave en el surgimiento de estilos como el jazz, el blues y el soul. Ha sido durante mucho tiempo el referente para la vida bohemia y un lugar de culto para fanáticos. Es un lugar que huele a recuerdos y tiempos mejores, en que la población desde hace años está sumergida en una pobreza alarmante, en que la drogadicción es el cáncer que consume por igual a toda la juventud de la ciudad y donde, al igual que en África, la única aspiración que tienen las adolescentes es quedar embarazadas para así demostrar que tienen buena salud... un lugar donde los blancos de bajos recursos prefieren endeudarse toda la vida pagando escuelas privadas para que sus hijos no se mezclen con la inmensa masa afroamericana.
Sí, EEUU se olvidó de este sitio. Porque no es el mejor lugar para visitar, no es la cuidad de los rascacielos, sus logros han pasado desapercibidos a los gobiernos y realmente a nadie le importa mucho. Así que cuando Katrina arrasó con la ciudad, el gobierno bushoniano decidió esperar a ver que pasaba, como si la lluvia y el viento se pudiesen llevar el agua que dejaba todo anegado, casa y barrios completos destruidos y a una población sumida ya no sólo en la pobreza, sino también en la desesperación. Y la ayuda llegó después de 3 días, los mismos en que muchos murieron sin auxilio, en que perdieron todo, en el que quedaron desamparados y sin ninguna esperanza de recuperación. Tal como si fueran parte de un país tercermundista.
Pero esta semana se hizo un gesto que resalta la calidad del gobierno norteamericano y sobretodo su misión de mantener el sueño americano inalterable. Con mucho esfuerzo, se donó la suma de 185 millones de dólares para la reconstrucción del Superdomo, el inmenso estadio de fútbol americano que fue azotado por Katrina, pero que resistió lo suficiente como para albergar miles de personas luego de su destructivo paso. Así, con este generoso aporte, el pueblo de Nueva Orleáns podrá volver a ver sus partidos tan esperados. Claro que sería bueno que al menos tuviesen dinero para comprar las entradas, porque todos siguen igual o más pobres que antes de Katrina. Y es más: 70.000 personas siguen viviendo en casas rodantes a 1 año del desastre, sin poder construir sus casas, alcanzar un poco de estabilidad, tener de vuelta algo de su vida. Pero la ayuda para esas personas no es lo prioritario, como tampoco el arreglar los hospitales: de los 23 que habían antes de Katrina, hoy sólo funcionan 3.
Así es EEUU. Así es Bush. Así es el país más poderoso y libre del mundo. Porque no importa quien eres, que hagas o que buscas en la vida, lo más importante es mantener con vida, incluso a costa de la tuya, el hermoso y falso Sueño Americano.
Esta capacidad de ave Fénix que tienen los gringos, admirable por cierto, tiene sus bemoles. Sí, porque hasta hace muy poco descubrimos que para USA no es prioritario todo su ancho territorio. No. Porque cuando fue Pearl Harbor declararon una guerra y cuando fue el 11/9 se paralizó el mundo y todo el país apoyó a una de las ciudades con más recursos del mundo. Pero cuando pasó el huracán Katrina por Nueva Orleáns no pasó lo mismo.
Nueva Orleáns es la cuna de la música negra norteamericana, la clave en el surgimiento de estilos como el jazz, el blues y el soul. Ha sido durante mucho tiempo el referente para la vida bohemia y un lugar de culto para fanáticos. Es un lugar que huele a recuerdos y tiempos mejores, en que la población desde hace años está sumergida en una pobreza alarmante, en que la drogadicción es el cáncer que consume por igual a toda la juventud de la ciudad y donde, al igual que en África, la única aspiración que tienen las adolescentes es quedar embarazadas para así demostrar que tienen buena salud... un lugar donde los blancos de bajos recursos prefieren endeudarse toda la vida pagando escuelas privadas para que sus hijos no se mezclen con la inmensa masa afroamericana.
Sí, EEUU se olvidó de este sitio. Porque no es el mejor lugar para visitar, no es la cuidad de los rascacielos, sus logros han pasado desapercibidos a los gobiernos y realmente a nadie le importa mucho. Así que cuando Katrina arrasó con la ciudad, el gobierno bushoniano decidió esperar a ver que pasaba, como si la lluvia y el viento se pudiesen llevar el agua que dejaba todo anegado, casa y barrios completos destruidos y a una población sumida ya no sólo en la pobreza, sino también en la desesperación. Y la ayuda llegó después de 3 días, los mismos en que muchos murieron sin auxilio, en que perdieron todo, en el que quedaron desamparados y sin ninguna esperanza de recuperación. Tal como si fueran parte de un país tercermundista.
Pero esta semana se hizo un gesto que resalta la calidad del gobierno norteamericano y sobretodo su misión de mantener el sueño americano inalterable. Con mucho esfuerzo, se donó la suma de 185 millones de dólares para la reconstrucción del Superdomo, el inmenso estadio de fútbol americano que fue azotado por Katrina, pero que resistió lo suficiente como para albergar miles de personas luego de su destructivo paso. Así, con este generoso aporte, el pueblo de Nueva Orleáns podrá volver a ver sus partidos tan esperados. Claro que sería bueno que al menos tuviesen dinero para comprar las entradas, porque todos siguen igual o más pobres que antes de Katrina. Y es más: 70.000 personas siguen viviendo en casas rodantes a 1 año del desastre, sin poder construir sus casas, alcanzar un poco de estabilidad, tener de vuelta algo de su vida. Pero la ayuda para esas personas no es lo prioritario, como tampoco el arreglar los hospitales: de los 23 que habían antes de Katrina, hoy sólo funcionan 3.
Así es EEUU. Así es Bush. Así es el país más poderoso y libre del mundo. Porque no importa quien eres, que hagas o que buscas en la vida, lo más importante es mantener con vida, incluso a costa de la tuya, el hermoso y falso Sueño Americano.
viernes, agosto 11, 2006
El conflicto que a nadie le importa
De todos los conflictos que suceden diariamente en el mundo, el conflicto Israelí es, sin lugar a dudas, el que menos se entiende, el que tiene más aristas y por sobretodo el que todos los canales muestran. Y es que es obvio que el mundo entero está con los ojos puestos en Israel, ese “pedacito de occidente” que pulula en medio del incomprendido mundo árabe, con sus mujeres tapadas, sus hombres sacados del año cero y sus tierras tan secas, pero tan, tan ricas en petróleo.
Desde que los romanos disolvieron a Israel (una piedra que molestó demasiado tiempo en las sandalias de los emperadores) y los esparcieron por Europa, todos los países árabes se sintieron liberados y con el derecho de reclamar esa tierra que Moisés entregó sin más a los israelitas. Así los palestinos tuvieron su lugar, los sirios y los otomanos también sacaron su tajada y todos estaban felices. Pero cuando los aliados salvaron a Europa de la amenaza nazi y se encontraron con millones de judíos muertos, otros tantos golpeados, flagelados, esqueléticos y mutilados, se dieron cuenta que no debían estar ahí. Así que los sacaron y los mandaron de vuelta al lugar de donde vinieron. El problema es que después de 1500 años la gente que se quedó en esa tierra (los palestinos y sus amigos) no quería moverse. Y es comprensible, porque nadie les preguntó si querían regalar su tierra. Así se generó el conflicto que de tanto en tanto llama la atención de occidente. Claro, porque aunque no es querido por sus vecinos, Israel es un aliado estratégico, la muralla que occidente necesita para la temida amenaza fundamentalista de los musulmanes y sus atentados...
El problema es que nadie se preocupó de decirles a los israelíes que no todo estaba permitido. Se dieron maña para atacar a todos sus vecinos, expropiar todo lo que quisieron y además generar conflictos que no eran necesarios del todo. Y como Bush y compañía no dejan de quejarse por la probabilidad de un atentado, los israelitas se subieron al bote y atacaron a los que menos problemas dan: los libaneses. Si, es verdad que en El Líbano se encuentra una célula de terrorismo muy compleja y que tiene acceso a armamento a gran escala, pero ¿no era posible hacer una acción conjunta entre el gobierno de El Líbano y el de Israel para destruir la amenaza desde adentro?. No. Debía hacerse a la usanza gringa: destruyendo y atacando todo, sin importar si son inocentes o no, dando reportes falsos a la prensa y generando tensión con todos sus vecinos.
Pero cabe preguntar ¿es todo lo que pasará? ¿seguirá sin control Israel? No. Porque la paciencia tiene un límite y si alguien tiene el límite muy bajito es el pueblo árabe. Nunca es bueno golpear al débil de un grupo, porque siempre vendrá el resto de sus amigos a darte una paliza bien merecida, por abusivo. Y eso es el temor que deberían tener los israelitas: no el temor a las guerrillas o grupos subversivos, sino a todos los gobiernos que lo circundan. Sí, porque el niño flacucho y de lentes de El Líbano tiene unos hermanos mayores... e Irán es un poquito cabeza caliente. Y la paliza se viene. Yo que Israel me preocuparía de comenzar a juntar plata para que no me pegue el matón del medio oriente.
Desde que los romanos disolvieron a Israel (una piedra que molestó demasiado tiempo en las sandalias de los emperadores) y los esparcieron por Europa, todos los países árabes se sintieron liberados y con el derecho de reclamar esa tierra que Moisés entregó sin más a los israelitas. Así los palestinos tuvieron su lugar, los sirios y los otomanos también sacaron su tajada y todos estaban felices. Pero cuando los aliados salvaron a Europa de la amenaza nazi y se encontraron con millones de judíos muertos, otros tantos golpeados, flagelados, esqueléticos y mutilados, se dieron cuenta que no debían estar ahí. Así que los sacaron y los mandaron de vuelta al lugar de donde vinieron. El problema es que después de 1500 años la gente que se quedó en esa tierra (los palestinos y sus amigos) no quería moverse. Y es comprensible, porque nadie les preguntó si querían regalar su tierra. Así se generó el conflicto que de tanto en tanto llama la atención de occidente. Claro, porque aunque no es querido por sus vecinos, Israel es un aliado estratégico, la muralla que occidente necesita para la temida amenaza fundamentalista de los musulmanes y sus atentados...
El problema es que nadie se preocupó de decirles a los israelíes que no todo estaba permitido. Se dieron maña para atacar a todos sus vecinos, expropiar todo lo que quisieron y además generar conflictos que no eran necesarios del todo. Y como Bush y compañía no dejan de quejarse por la probabilidad de un atentado, los israelitas se subieron al bote y atacaron a los que menos problemas dan: los libaneses. Si, es verdad que en El Líbano se encuentra una célula de terrorismo muy compleja y que tiene acceso a armamento a gran escala, pero ¿no era posible hacer una acción conjunta entre el gobierno de El Líbano y el de Israel para destruir la amenaza desde adentro?. No. Debía hacerse a la usanza gringa: destruyendo y atacando todo, sin importar si son inocentes o no, dando reportes falsos a la prensa y generando tensión con todos sus vecinos.
Pero cabe preguntar ¿es todo lo que pasará? ¿seguirá sin control Israel? No. Porque la paciencia tiene un límite y si alguien tiene el límite muy bajito es el pueblo árabe. Nunca es bueno golpear al débil de un grupo, porque siempre vendrá el resto de sus amigos a darte una paliza bien merecida, por abusivo. Y eso es el temor que deberían tener los israelitas: no el temor a las guerrillas o grupos subversivos, sino a todos los gobiernos que lo circundan. Sí, porque el niño flacucho y de lentes de El Líbano tiene unos hermanos mayores... e Irán es un poquito cabeza caliente. Y la paliza se viene. Yo que Israel me preocuparía de comenzar a juntar plata para que no me pegue el matón del medio oriente.
miércoles, julio 12, 2006
De cómo David le ganó a Goliat
En los primeros tiempos de la población de Palestina, cuando los reyes israelitas lograban tener por fin una nación unida por un objetivo común y en su “tierra prometida”, muchos pueblos aledaños comenzaron a atacarles, ya sea por interés en su tierra, por necesidad de esclavos o simplemente porque eran enemigos. De todas estas luchas, guerras de las cuales en su mayoría salieron victoriosos sólo con el favor de Dios, hubo una que todo el mundo recuerda: David contra Goliat. Cuando los filisteos asolaban las planicies de Israel y ya nadie les hacía frente por miedo a su gigante luchador “Goliat”, apareció un pequeño y flacucho jovencito de nombre David, que decidió enfrentarlo. Armado sólo con su honda, en un arranque de inteligencia absoluta, le dio una pedrada en medio de la frente y lo mató. Suficiente para ganar la batalla, porque todo el resto se envalentonó. Incluso terminaron nombrándolo rey.
Bueno, el recuerdo de esta historia lo hago porque desde hace unos días me siento un David moderno. Sucede que en 1997 mi madre tomó un crédito para que yo pudiese estudiar en el Duoc a través de la Financiera Condell, el cual tenía un seguro de desgravamen como todos los créditos que en ese tiempo se tomaban. Pasaron los años y Condell fue comprado por CorpBanca y pasó a llamarse “BanCondell”, un nombre realmente original. El punto es que durante años mi madre pagó los intereses que esta deuda conlleva (hasta el día de su muerte), con lo que completó un pago de $6.500.000 en intereses hasta diciembre de 2003, fecha del último pago.
La deuda de 4 millones todavía estaba sin pagar al momento de su fallecimiento. Por lo tanto decidí de buena fe ir a BanCondell a arreglar el asunto. Con contrato en mano pedí que se hiciera efectivo el seguro de desgravamen. Para mi sorpresa no existía tal seguro porque ellos no lo habían renovado en forma automática desde que un idiota del congreso propuso el año 2000 una ley para sacar los seguros obligatorios de los créditos, para así ahorrarse algunos pesos en el pago mensual. Entonces, sin más, dejó a medio Chile desprotegido en caso de muerte del deudor. Como ésta era mi situación, inmediatamente me acercaron los papeles para que firmase el pago de las cuotas de la deuda, arguyendo la frase de “¡uf! Si tenemos miles de casos como éste...”
Por consejo de mi mujer, no firmé. En cambio fuimos al Sernac y relatamos lo acontecido. Se hicieron parte de mi queja y entablaron una demanda civil en el Juzgado de Policía Local de Providencia. Yo también demandé, con la esperanza de no tener que pagar la deuda, ya que incluso con toda la intención de pagarla, sólo me dejaban cubrir los intereses por mi bajo sueldo.
Finalmente llegó el fallo, el cual fue negativo y me obligaba incluso a pagar el abogado de BanCondell. Sin esperanzas, llamé al Sernac y les dije que agradecía la ayuda, pero que debía pagar. El abogado me retó y me dijo que no podía dejar que se salieran con la suya y que el Sernac iba a apelar. Entonces me decidí y apelé yo también, esta vez con una abogada amiga.
El tiempo pasó y finalmente, luego del juicio, los alegatos y un cuanto hay, la Corte de Apelaciones me dio la razón y BanCondell tuvo que eliminar para siempre mi deuda. ¡Incluso tuvo que pagar mi abogada! Lo raro es que Sernac jamás apeló el fallo...
Así que esto les digo: no importa quien sea, que contactos tenga, siempre luchen por sus derechos. Porque, así como yo, el mundo está llenos de Davides lanzando una pequeña piedra a la frente del gigante.
Bueno, el recuerdo de esta historia lo hago porque desde hace unos días me siento un David moderno. Sucede que en 1997 mi madre tomó un crédito para que yo pudiese estudiar en el Duoc a través de la Financiera Condell, el cual tenía un seguro de desgravamen como todos los créditos que en ese tiempo se tomaban. Pasaron los años y Condell fue comprado por CorpBanca y pasó a llamarse “BanCondell”, un nombre realmente original. El punto es que durante años mi madre pagó los intereses que esta deuda conlleva (hasta el día de su muerte), con lo que completó un pago de $6.500.000 en intereses hasta diciembre de 2003, fecha del último pago.
La deuda de 4 millones todavía estaba sin pagar al momento de su fallecimiento. Por lo tanto decidí de buena fe ir a BanCondell a arreglar el asunto. Con contrato en mano pedí que se hiciera efectivo el seguro de desgravamen. Para mi sorpresa no existía tal seguro porque ellos no lo habían renovado en forma automática desde que un idiota del congreso propuso el año 2000 una ley para sacar los seguros obligatorios de los créditos, para así ahorrarse algunos pesos en el pago mensual. Entonces, sin más, dejó a medio Chile desprotegido en caso de muerte del deudor. Como ésta era mi situación, inmediatamente me acercaron los papeles para que firmase el pago de las cuotas de la deuda, arguyendo la frase de “¡uf! Si tenemos miles de casos como éste...”
Por consejo de mi mujer, no firmé. En cambio fuimos al Sernac y relatamos lo acontecido. Se hicieron parte de mi queja y entablaron una demanda civil en el Juzgado de Policía Local de Providencia. Yo también demandé, con la esperanza de no tener que pagar la deuda, ya que incluso con toda la intención de pagarla, sólo me dejaban cubrir los intereses por mi bajo sueldo.
Finalmente llegó el fallo, el cual fue negativo y me obligaba incluso a pagar el abogado de BanCondell. Sin esperanzas, llamé al Sernac y les dije que agradecía la ayuda, pero que debía pagar. El abogado me retó y me dijo que no podía dejar que se salieran con la suya y que el Sernac iba a apelar. Entonces me decidí y apelé yo también, esta vez con una abogada amiga.
El tiempo pasó y finalmente, luego del juicio, los alegatos y un cuanto hay, la Corte de Apelaciones me dio la razón y BanCondell tuvo que eliminar para siempre mi deuda. ¡Incluso tuvo que pagar mi abogada! Lo raro es que Sernac jamás apeló el fallo...
Así que esto les digo: no importa quien sea, que contactos tenga, siempre luchen por sus derechos. Porque, así como yo, el mundo está llenos de Davides lanzando una pequeña piedra a la frente del gigante.
domingo, junio 18, 2006
Cuando el alcohol arranca la moto
Cuando el hombre inventó la máquina, la hizo basada en la mecánica, en movimientos secuenciales que dieran como resultado un proceso o un empuje. Así tuvimos la primera imprenta, la máquina a vapor (y todas las locomotoras del siglo XIX), los aparatos electrónicos y por supuesto las armas y bombas. Como dijo una vez Mafalda, sorprende lo mucho que ha avanzado la técnica de nuestro armamento, pero deprime lo poco que han cambiado las intenciones...
De todos estos avances mecánicos, el automóvil fue uno de esos que revolucionó completamente el transporte. Claro, porque ya el transporte por medio de animales quedaba relegado a sectores rurales y porque el peso, la cantidad o el volumen no serían más un problema: mientras el motor tuviese la resistencia necesaria todo estaría bien.
Ese motor de auto o camión, esa obra de ingeniería que Henry Ford basó en el petróleo y con lo cual ganó fuerza, velocidad y rendimiento. Claro que el espectacular Henry no especuló nunca en que el motor de combustión interna sería uno de los agentes contaminantes más grandes en la historia de la humanidad, y que el petróleo, en todas y cada una de sus formas, se convertiría en la mancha que ensuciaría el ecosistema...
Cuando sus sucesores y los de todos los que se hicieron ricos con el invento del automóvil y la explotación del petróleo vieron que la contaminación se convertía en un problema, decidieron callar. Es más, muchos de los grandes adelantos tecnológicos han sufrido retrasos para llegar a las masas por la influencia de estos dueños del mundo. Claro, porque para ellos, mientras ganen dinero, nada más importa y aunque sus hijos tengan que pagar las consecuencias, ese será problema de ellos. Así, modificaciones energéticas como los autos a gas (menos contaminante), el auto solar o el eléctrico (ambos no contaminan) han sido cargados con precios altísimos y el desarrollo de sus tecnologías ha sido retrasado una y otra vez. De todas maneras, algunos aún sueñan en poder masificar las tecnologías limpias y así evitar que nuestro mundo se convierta en un basurero. Así también vi con gran ilusión el proyecto del auto a presión de aire. Sí, el aire es metido a presión en un tanque (por medio de esas bombas de aire de las bencineras) y con eso se puede andar una distancia de 200 kms a 100 k/h. Impresionante, ¿no?. Claro, pero un auto que anda con aire es obviamente un negocio muerto para nuestros amiguitos del petróleo, porque la gente ya no dependería del combustible y se plantarían más árboles para generar más aire, y... ¡puaj! ¡no hay ningún residuo orgánico incluido! ¿a eso llaman auto? Seguramente para ellos sería la ruina... por eso no salen al mercado.
Bueno, en esto de los combustibles, la gente reclama que el precio del petróleo y la bencina es mucho, que siempre dependemos del extranjero, etc. Paro el problema es que debemos cambiar el combustible. Así, los brasileños se independizaron del mundo al usar alcohol. Sí, la caña de azúcar es procesada para generar alcohol que es tan bueno como la gasolina, es más barato y contamina menos. La mayoría de los autos brasileños es fuelflex, con la tecnología para encender con bencina y luego anda con alcohol, más conocido como etanol.
Pero claro, en Chile la cosa es distinta. Aquí, para evitar los problemas del alza en los combustibles, se da un bono de 18 lucas que nos sirve de papel higiénico, porque no alcanza ni para limpiarse el culo. Entonces, el problema energético se queda, como siempre, en proyectos que jamás verán la luz., al igual que las tabacaleras siguen mandando el país con sus amigas las forestales y las mineras extranjeras que logran obtener los permisos para proyectos contrarios al medio ambiente al estilo Pascua-Lama.
Esperemos que a nuestro gobierno se le prenda la ampolleta de una vez y se decida por un cambio total. Sino, en pocos años, nos veremos con más deudas que ganancias por culpa del petróleo, sin contar con que el cobre no seguirá para siempre en el precio que hoy nos pagan.
De todos estos avances mecánicos, el automóvil fue uno de esos que revolucionó completamente el transporte. Claro, porque ya el transporte por medio de animales quedaba relegado a sectores rurales y porque el peso, la cantidad o el volumen no serían más un problema: mientras el motor tuviese la resistencia necesaria todo estaría bien.
Ese motor de auto o camión, esa obra de ingeniería que Henry Ford basó en el petróleo y con lo cual ganó fuerza, velocidad y rendimiento. Claro que el espectacular Henry no especuló nunca en que el motor de combustión interna sería uno de los agentes contaminantes más grandes en la historia de la humanidad, y que el petróleo, en todas y cada una de sus formas, se convertiría en la mancha que ensuciaría el ecosistema...
Cuando sus sucesores y los de todos los que se hicieron ricos con el invento del automóvil y la explotación del petróleo vieron que la contaminación se convertía en un problema, decidieron callar. Es más, muchos de los grandes adelantos tecnológicos han sufrido retrasos para llegar a las masas por la influencia de estos dueños del mundo. Claro, porque para ellos, mientras ganen dinero, nada más importa y aunque sus hijos tengan que pagar las consecuencias, ese será problema de ellos. Así, modificaciones energéticas como los autos a gas (menos contaminante), el auto solar o el eléctrico (ambos no contaminan) han sido cargados con precios altísimos y el desarrollo de sus tecnologías ha sido retrasado una y otra vez. De todas maneras, algunos aún sueñan en poder masificar las tecnologías limpias y así evitar que nuestro mundo se convierta en un basurero. Así también vi con gran ilusión el proyecto del auto a presión de aire. Sí, el aire es metido a presión en un tanque (por medio de esas bombas de aire de las bencineras) y con eso se puede andar una distancia de 200 kms a 100 k/h. Impresionante, ¿no?. Claro, pero un auto que anda con aire es obviamente un negocio muerto para nuestros amiguitos del petróleo, porque la gente ya no dependería del combustible y se plantarían más árboles para generar más aire, y... ¡puaj! ¡no hay ningún residuo orgánico incluido! ¿a eso llaman auto? Seguramente para ellos sería la ruina... por eso no salen al mercado.
Bueno, en esto de los combustibles, la gente reclama que el precio del petróleo y la bencina es mucho, que siempre dependemos del extranjero, etc. Paro el problema es que debemos cambiar el combustible. Así, los brasileños se independizaron del mundo al usar alcohol. Sí, la caña de azúcar es procesada para generar alcohol que es tan bueno como la gasolina, es más barato y contamina menos. La mayoría de los autos brasileños es fuelflex, con la tecnología para encender con bencina y luego anda con alcohol, más conocido como etanol.
Pero claro, en Chile la cosa es distinta. Aquí, para evitar los problemas del alza en los combustibles, se da un bono de 18 lucas que nos sirve de papel higiénico, porque no alcanza ni para limpiarse el culo. Entonces, el problema energético se queda, como siempre, en proyectos que jamás verán la luz., al igual que las tabacaleras siguen mandando el país con sus amigas las forestales y las mineras extranjeras que logran obtener los permisos para proyectos contrarios al medio ambiente al estilo Pascua-Lama.
Esperemos que a nuestro gobierno se le prenda la ampolleta de una vez y se decida por un cambio total. Sino, en pocos años, nos veremos con más deudas que ganancias por culpa del petróleo, sin contar con que el cobre no seguirá para siempre en el precio que hoy nos pagan.
domingo, junio 11, 2006
El mundo es una pelota
Los ciclos son algo sucesivo y constate en la historia de la humanidad y es la forma en que todo funciona en el universo. Basta decir que nuestro año es un ciclo, las estaciones y los días también lo son, hasta nuestras vidas, cortas y perecederas para la humanidad son un ciclo basado en etapas, responsabilidades y metas cumplidas.
Cada ciclo es para nosotros una necesidad, una forma de mantenernos vivos. Uno de estos ciclos, uno de los significativos en el área del entretenimiento y la competencia, es el Mundial. Un ciclo que se cumple cada 4 años, para el que todas las selecciones de fútbol del mundo se preparan y compiten, pero del que sólo 32 de ellas son protagonistas. Y es que, aunque muchos renegamos del gusto futbolero cada domingo (el campeonato nacional es una soberana lata), para todos los hombres por igual éste es el momento en que la testosterona fluye por nuestro cuerpo y nuestros ojos se convierten en receptores televisivos de todas y cada una de las transmisiones referentes a la cita cumbre del balompié mundial.
Y claro, es de esperar. Porque aunque no queramos, en este mes se es futbolero sí o sí. La televisión, los diarios, las radios, avisos publicitarios, comida, bebidas, tragos, discos, restoranes y hasta el sermón del cura tienen alusiones mundialeras. Sí, porque si no es l oferta del día del padre con la tele más grande del mundo en que a Ronaldo se le ven los pelos de la mollera como nunca antes, es el equipo de video para el auto, para que puedas ver aunque sea el partido en el taco hacia o desde el trabajo; o por qué no el televisor de 5’’ que cabe en la mano para ver el partido en la oficina; o la cerveza que regala poleras; o las apuestas en la oficina; o la juntación con amigos para ver el partido; o los programas de farándula que buscan al jugador más rico y al más feo; o la modelo, esposa de futbolista, que desfila para el mundial; o el sermón de los críticos de porqué Chile no fue al mundial por enésima vez.
Todos tenemos opiniones y favoritos, todos sabemos quienes están bien, quienes no, cuales no jugarán y hasta el color de camisetas en cada partido. Incluso hasta nos jactamos de las noticias absurdas del mundial, como que los budistas pueden ver el mundial sin gritar o que en el norte de África sólo pueden ver el partido vía satélite y que las casas se afirman entre ellas con las antenas que compraron para ver el mundial.
Y es que es el único momento en que todas nuestras rencillas internas, en que los caudillos partidistas y todas las divisiones que aquejan nuestra realidad nacional quedan a un lado. Es cosa de ver que hasta los secundarios dejaron el paro de lado para ver el mundial...
Bueno, eso es lo que hay que agradecer del fútbol: que a pesar de darnos dolores de cabezas todos los años con sus problemas y con las infaltables derrotas, siempre está esa esperanza de triunfo, esa gloria que, aunque no podamos soñar con ella este mundial, esperamos alcanzar en el próximo; porque de eso se trata, de competir y ganar, de lograr ser los Campeones del Mundo.
Cada ciclo es para nosotros una necesidad, una forma de mantenernos vivos. Uno de estos ciclos, uno de los significativos en el área del entretenimiento y la competencia, es el Mundial. Un ciclo que se cumple cada 4 años, para el que todas las selecciones de fútbol del mundo se preparan y compiten, pero del que sólo 32 de ellas son protagonistas. Y es que, aunque muchos renegamos del gusto futbolero cada domingo (el campeonato nacional es una soberana lata), para todos los hombres por igual éste es el momento en que la testosterona fluye por nuestro cuerpo y nuestros ojos se convierten en receptores televisivos de todas y cada una de las transmisiones referentes a la cita cumbre del balompié mundial.
Y claro, es de esperar. Porque aunque no queramos, en este mes se es futbolero sí o sí. La televisión, los diarios, las radios, avisos publicitarios, comida, bebidas, tragos, discos, restoranes y hasta el sermón del cura tienen alusiones mundialeras. Sí, porque si no es l oferta del día del padre con la tele más grande del mundo en que a Ronaldo se le ven los pelos de la mollera como nunca antes, es el equipo de video para el auto, para que puedas ver aunque sea el partido en el taco hacia o desde el trabajo; o por qué no el televisor de 5’’ que cabe en la mano para ver el partido en la oficina; o la cerveza que regala poleras; o las apuestas en la oficina; o la juntación con amigos para ver el partido; o los programas de farándula que buscan al jugador más rico y al más feo; o la modelo, esposa de futbolista, que desfila para el mundial; o el sermón de los críticos de porqué Chile no fue al mundial por enésima vez.
Todos tenemos opiniones y favoritos, todos sabemos quienes están bien, quienes no, cuales no jugarán y hasta el color de camisetas en cada partido. Incluso hasta nos jactamos de las noticias absurdas del mundial, como que los budistas pueden ver el mundial sin gritar o que en el norte de África sólo pueden ver el partido vía satélite y que las casas se afirman entre ellas con las antenas que compraron para ver el mundial.
Y es que es el único momento en que todas nuestras rencillas internas, en que los caudillos partidistas y todas las divisiones que aquejan nuestra realidad nacional quedan a un lado. Es cosa de ver que hasta los secundarios dejaron el paro de lado para ver el mundial...
Bueno, eso es lo que hay que agradecer del fútbol: que a pesar de darnos dolores de cabezas todos los años con sus problemas y con las infaltables derrotas, siempre está esa esperanza de triunfo, esa gloria que, aunque no podamos soñar con ella este mundial, esperamos alcanzar en el próximo; porque de eso se trata, de competir y ganar, de lograr ser los Campeones del Mundo.
domingo, junio 04, 2006
Les enfants de la patrie
De todas las frases que han enmarcado la mayoría de los himnos nacionales del mundo (excepto España, que no tiene letra), ésta es sin duda la que más he recordado en los últimos días. Porque aunque es una de las frases que enarbolan uno de los himnos extranjeros más bellos del mundo, la Marsellesa, es completamente inspiradora de mis letras sobre la actual situación de mi querido Chilito.
Y es que los jóvenes y niños de este país jamás han sido tomados en cuenta para nada en las políticas de estado, excepto por un par de organizaciones o departamentos para niños desamparados o con problemas de salud. Mucho se debe a que los niños y jóvenes no son un espectro necesario a la hora de los votos, algo de demuestra el básico pensamiento de nuestros políticos, cuando son esos mismos niños y jóvenes quienes decidirán el futuro del país. Otra parte de culpa la tenemos los mismos jóvenes, quienes nos hemos quedado al margen de la participación ciudadana por nuestro “no estoy ni ahí” y el no realizar cambios, pero igual criticar a quienes los hacen; una actitud por lo demás muy chilena.
Esta semana la cosa fue distinta. Después de días de amenazas de paro estudiantil de un par de colegios de renombre (Instituto Nacional y Liceo de Aplicación) al gobierno, a través de su ministro, se rió en la cara de estos secundarios que buscaban el pase gratis, la micro liberada de tarifas y la PSU gratis para todos. Y lo que vino después no se lo esperó nadie.
Como un tsunami que no se puede avisar a tiempo, la ola de comunicaciones instantáneas que cayó por la internet a cada hogar de este largo país logró algo nunca antes visto: 600.000 jóvenes movilizados y en toma en la mayoría de los colegios de Chile. Y por supuesto, las exigencias no sólo se limitaron a las sabidas rebajas arancelarias en pasajes y PSU, sino que pasaron a ser la propuesta de un cambio mayor, una cirugía a tajo abierto a la educación completa, al criticar la LOCE o “Ley Orgánica Constitucional para la Educación”. Esta ley es la que, entre otras cosas, fija los niveles mínimos para la enseñanza de básica y media, la gratuidad de la educación en este nivel por parte del estado, la responsabilidad de padres y el mismo estado en la educación, la libertad de contenidos, las universidades, etc. Y por supuesto se criticó también la jornada encolar completa, esa que muchos no alcanzamos a sufrir y que significó que miles llegaran a las 21:00 hrs a sus casa luego del liceo porque sus hogares quedan a mucha distancia, o que ya no les quede tiempo para hacer bien las tareas.
Y fue entonces cuando el gobierno sintió escalofríos. Porque cuando ya se lleva 16 años en el gobierno, no le puedes achacar los problemas actuales al dictador anterior. Si,porque estos problemas son democráticos, son problemas que no significaron nada en ninguna agenda de gobierno, problemas que realmente a nadie le importaron. Claro, porque no era importante que los alumnos no tuviesen establecimientos dignos, ni comedores en buen estado y espacioso, ni tuviesen que comer por turnos; o que los baños jamás estuviesen en condiciones humanas para ser usados; o que los profesores no tuviesen la calidad contenidos necesaria para rellenar las horas nuevas que se sumaron; o que los alumnos sufrieran de fatiga mental y se estresaran a tan temprana edad, cuando tendrán toda una vida para hacerlo. Y es que, como pasa en todas partes, los problemas sólo se arreglan cuando estallan en la cara. El gobierno tuvo miedo. Sintió remecer sus cimientos cuando los profesores, esos traidores que exigen un sueldo decente, se volvían a sublevar apoyando a sus alumnos; cuando los padres alimentaban a los insurrectos y los apoyaban; cuando los dirigentes resultaron ser más capaces que muchos políticos al mando del país; cuando se dieron cuenta que no trataban con niños, sino con futuros adultos...
Así que tuvo que ser la mujer que dice estar contigo, la Michelita, quien salió a dirimir en el asunto. Calmó los ánimos con medidas a corto plazo y con posibles medidas a largo plazo. Y los secundarios sonrieron felices. Sí, porque gracias a ellos y a los medios de comunicación que cubrieron cada una de las aristas del conflicto, el gobierno tuvo que agachar el moño y aceptar que se había equivocado al tomar tan a la ligera el problema. Y también sonrieron por haber sido el movimiento secundario más grande y efectivo de los últimos 30 años, el que logró un éxito inusitado y planteó un parámetro para las políticas futuras. Porque ya los políticos no podrán hacer la vista gorda y tendrán que generar propuestas que signifiquen avances para este sector, avances para nuestros “infantes de la patria”.
Y es que los jóvenes y niños de este país jamás han sido tomados en cuenta para nada en las políticas de estado, excepto por un par de organizaciones o departamentos para niños desamparados o con problemas de salud. Mucho se debe a que los niños y jóvenes no son un espectro necesario a la hora de los votos, algo de demuestra el básico pensamiento de nuestros políticos, cuando son esos mismos niños y jóvenes quienes decidirán el futuro del país. Otra parte de culpa la tenemos los mismos jóvenes, quienes nos hemos quedado al margen de la participación ciudadana por nuestro “no estoy ni ahí” y el no realizar cambios, pero igual criticar a quienes los hacen; una actitud por lo demás muy chilena.
Esta semana la cosa fue distinta. Después de días de amenazas de paro estudiantil de un par de colegios de renombre (Instituto Nacional y Liceo de Aplicación) al gobierno, a través de su ministro, se rió en la cara de estos secundarios que buscaban el pase gratis, la micro liberada de tarifas y la PSU gratis para todos. Y lo que vino después no se lo esperó nadie.
Como un tsunami que no se puede avisar a tiempo, la ola de comunicaciones instantáneas que cayó por la internet a cada hogar de este largo país logró algo nunca antes visto: 600.000 jóvenes movilizados y en toma en la mayoría de los colegios de Chile. Y por supuesto, las exigencias no sólo se limitaron a las sabidas rebajas arancelarias en pasajes y PSU, sino que pasaron a ser la propuesta de un cambio mayor, una cirugía a tajo abierto a la educación completa, al criticar la LOCE o “Ley Orgánica Constitucional para la Educación”. Esta ley es la que, entre otras cosas, fija los niveles mínimos para la enseñanza de básica y media, la gratuidad de la educación en este nivel por parte del estado, la responsabilidad de padres y el mismo estado en la educación, la libertad de contenidos, las universidades, etc. Y por supuesto se criticó también la jornada encolar completa, esa que muchos no alcanzamos a sufrir y que significó que miles llegaran a las 21:00 hrs a sus casa luego del liceo porque sus hogares quedan a mucha distancia, o que ya no les quede tiempo para hacer bien las tareas.
Y fue entonces cuando el gobierno sintió escalofríos. Porque cuando ya se lleva 16 años en el gobierno, no le puedes achacar los problemas actuales al dictador anterior. Si,porque estos problemas son democráticos, son problemas que no significaron nada en ninguna agenda de gobierno, problemas que realmente a nadie le importaron. Claro, porque no era importante que los alumnos no tuviesen establecimientos dignos, ni comedores en buen estado y espacioso, ni tuviesen que comer por turnos; o que los baños jamás estuviesen en condiciones humanas para ser usados; o que los profesores no tuviesen la calidad contenidos necesaria para rellenar las horas nuevas que se sumaron; o que los alumnos sufrieran de fatiga mental y se estresaran a tan temprana edad, cuando tendrán toda una vida para hacerlo. Y es que, como pasa en todas partes, los problemas sólo se arreglan cuando estallan en la cara. El gobierno tuvo miedo. Sintió remecer sus cimientos cuando los profesores, esos traidores que exigen un sueldo decente, se volvían a sublevar apoyando a sus alumnos; cuando los padres alimentaban a los insurrectos y los apoyaban; cuando los dirigentes resultaron ser más capaces que muchos políticos al mando del país; cuando se dieron cuenta que no trataban con niños, sino con futuros adultos...
Así que tuvo que ser la mujer que dice estar contigo, la Michelita, quien salió a dirimir en el asunto. Calmó los ánimos con medidas a corto plazo y con posibles medidas a largo plazo. Y los secundarios sonrieron felices. Sí, porque gracias a ellos y a los medios de comunicación que cubrieron cada una de las aristas del conflicto, el gobierno tuvo que agachar el moño y aceptar que se había equivocado al tomar tan a la ligera el problema. Y también sonrieron por haber sido el movimiento secundario más grande y efectivo de los últimos 30 años, el que logró un éxito inusitado y planteó un parámetro para las políticas futuras. Porque ya los políticos no podrán hacer la vista gorda y tendrán que generar propuestas que signifiquen avances para este sector, avances para nuestros “infantes de la patria”.
domingo, mayo 14, 2006
La amistad Poxipol
Desde que tengo razón he tenido algún amigo cerca. Pueden ser primos, compañeros de curso, amigos de carrete o simplemente conocidos. Pero siempre están ahí. Porque aunque uno no quiera, la sociedad nos hace crear lazos con otras personas mediante las cuales manejamos nuestros anhelos, miedos, pero sobretodo la complicidad. La amistad es eso, la complicidad entre dos personas que no son familia y que, por lo tanto, se eligen mutuamente para pasar el rato, apoyarse y ser compañeros en el camino de la vida.
Pero en este caminar conjunto en que vemos pasar los buenos y malos ratos y en que siempre la amistad juega un rol muy importante para nuestro desarrollo emocional, es cuando debemos definir los tipos de amistades y cómo ellas influyen en nosotros. De todas éstas, la que inspira mis líneas es la que denomino “poxipol”.
La amistad poxipol es aquella en que, haga uno lo que haga, siempre el amigo se pegotea. Es ese amigo que parece ya parte de uno, el que llega temprano a desayunar y es posible que prefiera dormir en tu casa antes de irse a la suya. Y claro, no sólo se pegotea a una fiesta, un carrete casero o simplemente el ver un partido en casa; por el contrario, se arrima a matrimonios, bautizos, postura de argollas, carrera, colegio, visitas a los padres, paseos de fin de año, fiesta de la empresa y hasta en las vacaciones. Y el problema es que estos amigos son de los que uno se siente mal cuando tiene que echarlos. Es que pareciera que en su mente no cabe la situación de que podrían incomodarnos con su presencia obligada cada vez que vienen. No. Ellos creen que mientras más es mejor y llegan hasta el punto en que queremos pegarles un tiro o pegarnos uno nosotros.
La mayor parte de las veces uno trata de entender cual es la razón de que se peguen tanto a uno. Porque tampoco es que seamos tan “magnéticos” o generemos una suerte de fanatismo colectivo por nuestra personalidad. Pareciera que somos el último salvavidas del barco para estos pobres diablos y que, por si fuera poco, no quisimos ser salvavidas en un principio; ni siquiera quisimos escuchar cada vez que nos contaron las mismas historias con las mismas personas, las mismas pausas y hasta en el mismo orden... y cuando intentamos excusarnos de estar con ellos, matando a la mitad de la familia antes de tiempo, buscan cualquier modo de llegar a nuestro lado. ¿Que no tienen otra cosa mejor que hacer?
Y es que estos amigos por lo general son sentidos. Si uno les dice algo... ¡uy!. Cuidado con las críticas “constructivas”, para ellos siempre serán las más destructivas e irremediablemente terminaremos pidiendo perdón por siquiera haber pensado que estaban errados. Entonces ¿cómo mierda les decimos que se vayan un ratito a la chucha?
Así que, por favor, no cometamos el mismo error que por generaciones nos ha impedido tener una vida tranquila y una amistad considerada. Cuando alguien se pegotee, por favor: ¡díselo en su cara! (pero si soy yo, déjalo pasar...)
Pero en este caminar conjunto en que vemos pasar los buenos y malos ratos y en que siempre la amistad juega un rol muy importante para nuestro desarrollo emocional, es cuando debemos definir los tipos de amistades y cómo ellas influyen en nosotros. De todas éstas, la que inspira mis líneas es la que denomino “poxipol”.
La amistad poxipol es aquella en que, haga uno lo que haga, siempre el amigo se pegotea. Es ese amigo que parece ya parte de uno, el que llega temprano a desayunar y es posible que prefiera dormir en tu casa antes de irse a la suya. Y claro, no sólo se pegotea a una fiesta, un carrete casero o simplemente el ver un partido en casa; por el contrario, se arrima a matrimonios, bautizos, postura de argollas, carrera, colegio, visitas a los padres, paseos de fin de año, fiesta de la empresa y hasta en las vacaciones. Y el problema es que estos amigos son de los que uno se siente mal cuando tiene que echarlos. Es que pareciera que en su mente no cabe la situación de que podrían incomodarnos con su presencia obligada cada vez que vienen. No. Ellos creen que mientras más es mejor y llegan hasta el punto en que queremos pegarles un tiro o pegarnos uno nosotros.
La mayor parte de las veces uno trata de entender cual es la razón de que se peguen tanto a uno. Porque tampoco es que seamos tan “magnéticos” o generemos una suerte de fanatismo colectivo por nuestra personalidad. Pareciera que somos el último salvavidas del barco para estos pobres diablos y que, por si fuera poco, no quisimos ser salvavidas en un principio; ni siquiera quisimos escuchar cada vez que nos contaron las mismas historias con las mismas personas, las mismas pausas y hasta en el mismo orden... y cuando intentamos excusarnos de estar con ellos, matando a la mitad de la familia antes de tiempo, buscan cualquier modo de llegar a nuestro lado. ¿Que no tienen otra cosa mejor que hacer?
Y es que estos amigos por lo general son sentidos. Si uno les dice algo... ¡uy!. Cuidado con las críticas “constructivas”, para ellos siempre serán las más destructivas e irremediablemente terminaremos pidiendo perdón por siquiera haber pensado que estaban errados. Entonces ¿cómo mierda les decimos que se vayan un ratito a la chucha?
Así que, por favor, no cometamos el mismo error que por generaciones nos ha impedido tener una vida tranquila y una amistad considerada. Cuando alguien se pegotee, por favor: ¡díselo en su cara! (pero si soy yo, déjalo pasar...)
miércoles, abril 26, 2006
Yo IVA a leer...
Desde que el hombre plasmó sus ideas e historias en pergaminos, papiros y tabletas de arcilla, el resto de sus congéneres se ha ilustrado con sus conocimientos y han logrado entregar, generación a generación, un legado propio y adquirido con el cual todos contamos para vivir en la sociedad de nuestros padres.
Así, aunque el mensaje y la idea no han cambiado desde la invención de la escritura, la forma ha variado infinitamente. Así, desde los medios escritos a los audiovisuales tenemos tal cantidad de opciones que no siempre sabemos por cual optar al momento de dar a conocer una idea. De todos ellos, el libro es el que siempre ha sido más cercano al aprendizaje, a la imaginación y a la intimidad. Porque el libro lo lee uno solito (excepto casos especiales); porque lo que uno lee se lo imagina de cierta forma que para otro puede ser completamente distinta; porque para incentivar la lectura a uno lo obligan en el colegio a leer lo que no quiere.
Soy uno de esos ratones de biblioteca que les gusta leer de todo y que no escatima en cuantas páginas serán sino en la calidad del contenido. Por eso es que esta crónica tiene este título. Porque muchos amamos leer, nos gusta recibir ese encantamiento que logran sólo algunos o simplemente aprender cosas nuevas. Y este hábito, que según las encuestas es tan inusual en el chileno promedio, es además carísimo. Claro, porque al igual que con la música, las editoriales inflan los precios, pero las librerías los duplican o triplican. Así uno termina pagando casi 4 veces el valor real del libro y el autor no tiene idea de la cantidad de plata que no recibe. Además súmenle a esto el IVA. Chile es el único país que tiene 19% de recargo en el precio de los libros. Por aprender, por educarnos, por divertirnos o sólo pasar el rato, pagamos casi la quinta parte demás por cada tomo leído. Y es preocupante, porque en la mayoría de los países no existen los impuestos para los libros; porque es con nuestro futuro, con nuestra cultura (base de cada sociedad) con la que se está lucrando.
Y este es un punto en el que me quiero detener. Porque se dice que el chileno no lee. Que yo sepa, la industria pirata del libro está viento en popa y para que ello ocurra se necesitan lectores. Entonces, si el chileno no lee, ¿a dónde van a parar los libros pirata? ¿y los libros usados?. Es hora que nos saquemos la venda y pidamos lo que es justo: el que quiera aprender que lo haga al costo, no con recargos; ya suficiente nos estrujan con impuestos sobre todo lo demás.
Si no, nos arriesgamos a que las próximas generaciones aprendan con historias de Chile donde el libertador se llame “Ojiguins”.
Así, aunque el mensaje y la idea no han cambiado desde la invención de la escritura, la forma ha variado infinitamente. Así, desde los medios escritos a los audiovisuales tenemos tal cantidad de opciones que no siempre sabemos por cual optar al momento de dar a conocer una idea. De todos ellos, el libro es el que siempre ha sido más cercano al aprendizaje, a la imaginación y a la intimidad. Porque el libro lo lee uno solito (excepto casos especiales); porque lo que uno lee se lo imagina de cierta forma que para otro puede ser completamente distinta; porque para incentivar la lectura a uno lo obligan en el colegio a leer lo que no quiere.
Soy uno de esos ratones de biblioteca que les gusta leer de todo y que no escatima en cuantas páginas serán sino en la calidad del contenido. Por eso es que esta crónica tiene este título. Porque muchos amamos leer, nos gusta recibir ese encantamiento que logran sólo algunos o simplemente aprender cosas nuevas. Y este hábito, que según las encuestas es tan inusual en el chileno promedio, es además carísimo. Claro, porque al igual que con la música, las editoriales inflan los precios, pero las librerías los duplican o triplican. Así uno termina pagando casi 4 veces el valor real del libro y el autor no tiene idea de la cantidad de plata que no recibe. Además súmenle a esto el IVA. Chile es el único país que tiene 19% de recargo en el precio de los libros. Por aprender, por educarnos, por divertirnos o sólo pasar el rato, pagamos casi la quinta parte demás por cada tomo leído. Y es preocupante, porque en la mayoría de los países no existen los impuestos para los libros; porque es con nuestro futuro, con nuestra cultura (base de cada sociedad) con la que se está lucrando.
Y este es un punto en el que me quiero detener. Porque se dice que el chileno no lee. Que yo sepa, la industria pirata del libro está viento en popa y para que ello ocurra se necesitan lectores. Entonces, si el chileno no lee, ¿a dónde van a parar los libros pirata? ¿y los libros usados?. Es hora que nos saquemos la venda y pidamos lo que es justo: el que quiera aprender que lo haga al costo, no con recargos; ya suficiente nos estrujan con impuestos sobre todo lo demás.
Si no, nos arriesgamos a que las próximas generaciones aprendan con historias de Chile donde el libertador se llame “Ojiguins”.
lunes, marzo 27, 2006
El chivo expiatorio
Me cansé. Y es definitivo. Me cansé de que siempre se ocupe a Chile como chivo expiatorio de todos y cada uno de los problemas que existen en la región.
América Latina cuenta con un grupo de países de lo más variopintos que no concuerdan ni se parecen. Desde México hasta Chile, cada país tiene aspectos culturales que los diferencian marcadamente y que hacen de esta región algo muy especial. Porque además, nuestros pueblos se dicen hermanos aunque se odien hasta la saciedad. Realmente prefiero la honestidad de los europeos para mirarse entre sí que la cínica “hermandad” que aducen los latinoamericanos. Y es que uno no puede sentirse “hermano” de tipos que lo único que hacen es tirar mierda como los monos.
Me refiero al caso de nuestros “vecinitos” peruanos y bolivianos. Estoy harto de escuchar durante décadas a Bolivia que todos sus problemas surgen de su “mediterraneidad”, de la negativa de Chile a entregarle una salida al mar. Es verdad que la Guerra del Pacífico fue un conflicto terrible y que dejó a Bolivia sin mar, pero perdónenme, la guerra no la hizo Chile solo. Perú y Bolivia se unieron en su segunda (porque no era la primera vez que se aliaban contra Chile) “Confederación Perú-Boliviana”, una especie de “eje” que les permitiría hacerse por fin de un nombre entre los grandes de América (ya que Brasil y Argentina siempre han dado que hablar, no necesitan estos tratadillos). Chile respondió en solitario contra el doble ataque y ganó. Yo me pregunto: si ellos hubiesen ganado ¿le habrían devuelto a Chile los territorios anexados durante el conflicto? ¡Claro que no!. Y lo que más me molesta es que siempre Bolivia ataca a Chile, siendo que también el paso al mar podría ser por territorio peruano. Pero ¿por qué los peruanos no les ayudan a sus viejos "partners"? Por la sencilla razón de que no quieren tener que vérselas directamente con ellos sin tener la economía fronteriza con Chile. Saben que además el carácter belicoso de los bolivianos no les vendría bien en un conflicto limítrofe con ellos.
Pero además de Bolivia, Perú también comenzó a sacar las garras. Uno de tantos caudillos como Evo en La Paz, habla sobre la carrera armamentista que Chile ha comenzado en el cono sur. ¡Por favor! Nadie señaló a Perú cuando se armó hasta los dientes y compró una flota de MIG-29 que los dejaron a la cabeza de la defensa en este lado de la cordillera. Nadie alzó la voz cuando atacaron con esos mismos aviones a los ecuatorianos que no habían hecho nada en su contra. Tampoco se alzan las voces por las FFAA de Argentina y Brasil, que cuentan con suficiente armamento como para invadir al resto de América Latina.
¿Cuál es el punto? Que Chile es el chivo expiatorio para todo. Porque claro, es m´s fácil echarnos la culpa si la economía de Bolivia está mal, si quieren ganar una elección en Perú o quieren cobrar más caro los productos en Argentina y Chile es el “culpable” de que no hayan recursos allá...
Me cansé de esta mierda de continente en que todos quieren borrar sus errores a costa nuestra. Chile no tiene la culpa de lo que hagan sus vecinos.
América Latina cuenta con un grupo de países de lo más variopintos que no concuerdan ni se parecen. Desde México hasta Chile, cada país tiene aspectos culturales que los diferencian marcadamente y que hacen de esta región algo muy especial. Porque además, nuestros pueblos se dicen hermanos aunque se odien hasta la saciedad. Realmente prefiero la honestidad de los europeos para mirarse entre sí que la cínica “hermandad” que aducen los latinoamericanos. Y es que uno no puede sentirse “hermano” de tipos que lo único que hacen es tirar mierda como los monos.
Me refiero al caso de nuestros “vecinitos” peruanos y bolivianos. Estoy harto de escuchar durante décadas a Bolivia que todos sus problemas surgen de su “mediterraneidad”, de la negativa de Chile a entregarle una salida al mar. Es verdad que la Guerra del Pacífico fue un conflicto terrible y que dejó a Bolivia sin mar, pero perdónenme, la guerra no la hizo Chile solo. Perú y Bolivia se unieron en su segunda (porque no era la primera vez que se aliaban contra Chile) “Confederación Perú-Boliviana”, una especie de “eje” que les permitiría hacerse por fin de un nombre entre los grandes de América (ya que Brasil y Argentina siempre han dado que hablar, no necesitan estos tratadillos). Chile respondió en solitario contra el doble ataque y ganó. Yo me pregunto: si ellos hubiesen ganado ¿le habrían devuelto a Chile los territorios anexados durante el conflicto? ¡Claro que no!. Y lo que más me molesta es que siempre Bolivia ataca a Chile, siendo que también el paso al mar podría ser por territorio peruano. Pero ¿por qué los peruanos no les ayudan a sus viejos "partners"? Por la sencilla razón de que no quieren tener que vérselas directamente con ellos sin tener la economía fronteriza con Chile. Saben que además el carácter belicoso de los bolivianos no les vendría bien en un conflicto limítrofe con ellos.
Pero además de Bolivia, Perú también comenzó a sacar las garras. Uno de tantos caudillos como Evo en La Paz, habla sobre la carrera armamentista que Chile ha comenzado en el cono sur. ¡Por favor! Nadie señaló a Perú cuando se armó hasta los dientes y compró una flota de MIG-29 que los dejaron a la cabeza de la defensa en este lado de la cordillera. Nadie alzó la voz cuando atacaron con esos mismos aviones a los ecuatorianos que no habían hecho nada en su contra. Tampoco se alzan las voces por las FFAA de Argentina y Brasil, que cuentan con suficiente armamento como para invadir al resto de América Latina.
¿Cuál es el punto? Que Chile es el chivo expiatorio para todo. Porque claro, es m´s fácil echarnos la culpa si la economía de Bolivia está mal, si quieren ganar una elección en Perú o quieren cobrar más caro los productos en Argentina y Chile es el “culpable” de que no hayan recursos allá...
Me cansé de esta mierda de continente en que todos quieren borrar sus errores a costa nuestra. Chile no tiene la culpa de lo que hagan sus vecinos.
sábado, marzo 11, 2006
Ricardo I
Chile, desde la declaración de independencia de 1810, jamás a tenido un gobierno monárquico. Claro, porque como la mayoría de los países latinoamericanos lograron la independencia de una monarquía tiránica como la española, la idea principal de los fundadores de la patria fue que el modelo de gobierno a seguir era el de la democracia o gobierno del pueblo. Claro que la democracia es un modelo que lejos de ser “del pueblo” es “para el pueblo”, ya que muy pocas veces vemos a un hombre salido del pueblo mismo, de clase baja, llegar a ocupar el máximo puesto de la nación. Por supuesto en cada gobierno, desde tiempos remotos, son ciertos grupos los que se reparten el poder, desde las empresas o los ministerios, desde embajadas o las fuerzas armadas. Y con el tiempo nos hemos acostumbrado a ver a los mismos dándose vuelta en todos los cargos posibles.
A pesar de esto, hay algunos casos que llegan a sorprendernos. Cuando Ricky, el único hijo de una familia de clase media, decidió entrar a estudiar derecho y ser parte de los grupos estudiantiles y las nuevas tendencias políticas que por esos años revolucionaban el país, jamás pretendió ser un caudillo. Pero claro, es difícil no destacarse cuando se tiene un carácter fuerte y las ideas muy claras. Por esas cosas del destino, desde que lanzó su tesis de final de carrera, se convirtió en un hombre que daba que hablar. Al denunciar la mal repartición de dinero y empresas en el Chile de los ‘60s y demostrar que sólo unos cuantos controlaban todo, los aludidos intentaron por todos los medios acallarlo. Con los años, las gestiones y su carisma lo catapultaron hasta puestos e influencias mayores a los que esperaría a su temprana edad. Incluso pudo llegar a ser ministro o embajador durante la UP, pero no se le dio la oportunidad en la mayoría de los casos; la única vez que el cargo ya estaba destinado a él fue cuando le ofrecieron ser embajador en la URSS, cosa que no aceptó por la lejanía del cargo. Sin querer, salvó su vida al no vincularse en forma oficial al gobierno de Allende.
Si todos queremos recordar un momento que nos paró los pelos, fue cuando se tomó la palabra en “De cara al País” y acusó a Pinochet de déspota y emplazó a todos los chilenos a echarlo del gobierno. Fue uno de los pocos que no temió, que encaró al dictador y a sus secuaces, que sin importar consecuencias, prefirió calar hondo en el pueblo con sus palabras. Y lo consiguió. Muchos piensan que fueron estas palabras las que inclinaron la balanza a favor del NO, ya que permitió que muchos perdieran el miedo y votaran por lo que realmente querían.
Y aunque Ricky no buscó el poder más que el resto, se convirtió en la máxima carta para que la concertación de partidos que él mismo ayudó a formar lograra mantenerse en el gobierno un tiempo equivalente al que estuvo la “Junta” anteriormente. Muchos tuvieron reparos en su postulación, en su segunda vuelta con Lavín; hasta el manejo de sus anteriores ministerios le vendría a caer como una molesta sombra que marcaba sus pasos iniciales como presidente.
Pero Ricky se las arregló para sorprendernos, generando proyectos y programas que revolucionaron la salud y la educación, la justicia y la conformación del gobierno desde sus bases. A partir de este momento lo comenzamos a sentir como un presidente que estaba haciendo algo, por fin uno que no sólo viajaba o le bajaba el perfil a los problemas.
La guinda del pastel fue cuando lo vimos defendernos como una fiera ante las acusaciones internacionales de Bolivia; cuando encaró a Bush y se negó a apoyar la guerra con Irak; cuando dejó a todo el mundo boquiabierto al aparecer en los programas de televisión hablando como cualquier ciudadano; cuando utilizó la radio para acercarse a la gente; cuando se bañó en la playa para demostrar que no estaba contaminada; cuando levantó la voz para corregir a sus ministros o subsecretarios y dejar en claro la postura del gobierno; cuando nos hizo reír con sus comentarios o salidas durante sus discursos o en las contramanifestaciones; cuando dejó todo por su mujer y la acompañó en su enfermedad; cuando vimos la tristeza recorrer su rostro al morir su madre; cuando logró acercar a Chile al resto del mundo con los tratados que se firmaron con la UE y USA.
Todos tenemos, cual más cual menos, que reconocer en Ricky al mejor presidente que este país ha tenido en mucho tiempo. Porque no sólo se convirtió en el presidente del pueblo; también lo escuchó, lo ayudó y acompañó, fue duro y firme cuando se lo necesitó. Pero tal vez lo más rescatable es que fue el primero en mucho tiempo en ganarse el cariño y la admiración de todo un país que, a pesar de sus diferencias sociales, políticas y económicas, aprendió a quererlo como a un amigo. Y muchos postularon la posibilidad de cambiar la constitución para reelegirlo, cosa que él no permitió, demostrando aún más su calidad de estadista.
Por eso, aunque en Chile jamás ha habido monarquía propia y la sangre azul no es parte de nuestra idiosincrasia, quisiera proclamar hoy, el día en que deja la presidencia en manos de la primera mujer que alcanzó el cargo, el nacimiento de la dinastía Lagos, donde Ricardo Lagos Escobar será proclamado “Ricardo I”. Porque en el fondo, nos encantaría que siguiera gobernando por mucho, muchísimo más tiempo.
A pesar de esto, hay algunos casos que llegan a sorprendernos. Cuando Ricky, el único hijo de una familia de clase media, decidió entrar a estudiar derecho y ser parte de los grupos estudiantiles y las nuevas tendencias políticas que por esos años revolucionaban el país, jamás pretendió ser un caudillo. Pero claro, es difícil no destacarse cuando se tiene un carácter fuerte y las ideas muy claras. Por esas cosas del destino, desde que lanzó su tesis de final de carrera, se convirtió en un hombre que daba que hablar. Al denunciar la mal repartición de dinero y empresas en el Chile de los ‘60s y demostrar que sólo unos cuantos controlaban todo, los aludidos intentaron por todos los medios acallarlo. Con los años, las gestiones y su carisma lo catapultaron hasta puestos e influencias mayores a los que esperaría a su temprana edad. Incluso pudo llegar a ser ministro o embajador durante la UP, pero no se le dio la oportunidad en la mayoría de los casos; la única vez que el cargo ya estaba destinado a él fue cuando le ofrecieron ser embajador en la URSS, cosa que no aceptó por la lejanía del cargo. Sin querer, salvó su vida al no vincularse en forma oficial al gobierno de Allende.
Si todos queremos recordar un momento que nos paró los pelos, fue cuando se tomó la palabra en “De cara al País” y acusó a Pinochet de déspota y emplazó a todos los chilenos a echarlo del gobierno. Fue uno de los pocos que no temió, que encaró al dictador y a sus secuaces, que sin importar consecuencias, prefirió calar hondo en el pueblo con sus palabras. Y lo consiguió. Muchos piensan que fueron estas palabras las que inclinaron la balanza a favor del NO, ya que permitió que muchos perdieran el miedo y votaran por lo que realmente querían.
Y aunque Ricky no buscó el poder más que el resto, se convirtió en la máxima carta para que la concertación de partidos que él mismo ayudó a formar lograra mantenerse en el gobierno un tiempo equivalente al que estuvo la “Junta” anteriormente. Muchos tuvieron reparos en su postulación, en su segunda vuelta con Lavín; hasta el manejo de sus anteriores ministerios le vendría a caer como una molesta sombra que marcaba sus pasos iniciales como presidente.
Pero Ricky se las arregló para sorprendernos, generando proyectos y programas que revolucionaron la salud y la educación, la justicia y la conformación del gobierno desde sus bases. A partir de este momento lo comenzamos a sentir como un presidente que estaba haciendo algo, por fin uno que no sólo viajaba o le bajaba el perfil a los problemas.
La guinda del pastel fue cuando lo vimos defendernos como una fiera ante las acusaciones internacionales de Bolivia; cuando encaró a Bush y se negó a apoyar la guerra con Irak; cuando dejó a todo el mundo boquiabierto al aparecer en los programas de televisión hablando como cualquier ciudadano; cuando utilizó la radio para acercarse a la gente; cuando se bañó en la playa para demostrar que no estaba contaminada; cuando levantó la voz para corregir a sus ministros o subsecretarios y dejar en claro la postura del gobierno; cuando nos hizo reír con sus comentarios o salidas durante sus discursos o en las contramanifestaciones; cuando dejó todo por su mujer y la acompañó en su enfermedad; cuando vimos la tristeza recorrer su rostro al morir su madre; cuando logró acercar a Chile al resto del mundo con los tratados que se firmaron con la UE y USA.
Todos tenemos, cual más cual menos, que reconocer en Ricky al mejor presidente que este país ha tenido en mucho tiempo. Porque no sólo se convirtió en el presidente del pueblo; también lo escuchó, lo ayudó y acompañó, fue duro y firme cuando se lo necesitó. Pero tal vez lo más rescatable es que fue el primero en mucho tiempo en ganarse el cariño y la admiración de todo un país que, a pesar de sus diferencias sociales, políticas y económicas, aprendió a quererlo como a un amigo. Y muchos postularon la posibilidad de cambiar la constitución para reelegirlo, cosa que él no permitió, demostrando aún más su calidad de estadista.
Por eso, aunque en Chile jamás ha habido monarquía propia y la sangre azul no es parte de nuestra idiosincrasia, quisiera proclamar hoy, el día en que deja la presidencia en manos de la primera mujer que alcanzó el cargo, el nacimiento de la dinastía Lagos, donde Ricardo Lagos Escobar será proclamado “Ricardo I”. Porque en el fondo, nos encantaría que siguiera gobernando por mucho, muchísimo más tiempo.
jueves, marzo 09, 2006
La caída de un gigante
Cuando en 1972 Salvador Allende presidía el primer y único gobierno comunista de la mano de la Unidad Popular, la situación económica del país comenzaba a tambalear bajo la inflación reinante y la poca capacidad del ejecutivo para paliar el creciente descontento ciudadano. En esta escena en que la polarización del país llegaba a dividir amistades e incluso familias, el gobierno comenzó un plan de mega construcciones que generaría trabajo para cientos de chilenos y de paso dejaría la marca indeleble del gobierno comunista para las próximas generaciones. Así nació el hospital de Ochagavía, una construcción monumental que pretendía ser el centro hospitalario más grande y moderno del país, con una torre gigantesca que sobresalía de cualquier otra en un gran perímetro. Aún no se termina, ya que su construcción tuvo bajas presupuestarias durante la UP y finalmente, después del golpe, el proyecto fue desechado por la Junta, la cual no tenía mayor interés en mejorar el sistema de salud, cosa que dejó de lado durante los 17 años que gobernaron.
Pero este gigante, oscuro y abandonado, lugar de robos y violaciones, no es el objeto de esta crónica. Muy por el contrario, es otro inmenso edificio que hasta ahora ha adornado durante más de 30 años el centro de Santiago. El Diego Portales, el complejo de eventos más utilizado por los gobiernos chilenos, es quien se merece esta mención. Porque desde su construcción en 1972, el Portales fue el centro de la actividad gubernamental. Y aunque muchos lo recordamos como el negro bastión de la propaganda de la dictadura, con el ministerio de defensa a sus espaldas, casi ninguno hemos reparado en la importancia de este edificio. Claro, porque fue creado en la UP por arquitectos que se arriesgaron con un diseño innovador; porque fue usado por la dictadura hasta la saciedad, casi como una segunda Moneda; porque su frontis fue el lugar más usado para las protestas masivas; porque ahí surgieron los primeros rumores del triunfo del NO, que luego el gobierno de Pinochet tuvo que aceptar a regañadientes; porque ahí se entregaron los resultados de cada elección democrática desde 1990 hasta ahora, sin contar el sin fin de eventos de distinto tipo e importancia que llenaron el largo e incasable calendario de este edificio.
Por desgracia el Portales, como todos los edificios de décadas pretéritas, no estaba preparado para todo. Claro, porque el gigante que con sus líneas rectas y sus extraños diseños estructurales sorprendió al Chile de los 70’s, no tenía cortafuegos ni protecciones adecuadas para un incendio desde su interior. Por eso, cuando este inicio de marzo el Portales ardió, lo hizo con rabia. Las llamas surgieron desde su base, arrasando con fierros y madera, con cuadros y papeles, con escritos y uniformes. Y para cuando el edificio colapsó por el fuego, todos sentimos que no sólo ardía un edificio más, ni que la alameda podría perder un poco su identidad al verse derrumbado en uno de sus costados, sino por sobretodo, sentimos que ardía un pedazo de historia, un pedazo de nuestros recuerdos, un pedazo de nuestra identidad. Una parte de nuestra memoria.
Pero este gigante, oscuro y abandonado, lugar de robos y violaciones, no es el objeto de esta crónica. Muy por el contrario, es otro inmenso edificio que hasta ahora ha adornado durante más de 30 años el centro de Santiago. El Diego Portales, el complejo de eventos más utilizado por los gobiernos chilenos, es quien se merece esta mención. Porque desde su construcción en 1972, el Portales fue el centro de la actividad gubernamental. Y aunque muchos lo recordamos como el negro bastión de la propaganda de la dictadura, con el ministerio de defensa a sus espaldas, casi ninguno hemos reparado en la importancia de este edificio. Claro, porque fue creado en la UP por arquitectos que se arriesgaron con un diseño innovador; porque fue usado por la dictadura hasta la saciedad, casi como una segunda Moneda; porque su frontis fue el lugar más usado para las protestas masivas; porque ahí surgieron los primeros rumores del triunfo del NO, que luego el gobierno de Pinochet tuvo que aceptar a regañadientes; porque ahí se entregaron los resultados de cada elección democrática desde 1990 hasta ahora, sin contar el sin fin de eventos de distinto tipo e importancia que llenaron el largo e incasable calendario de este edificio.
Por desgracia el Portales, como todos los edificios de décadas pretéritas, no estaba preparado para todo. Claro, porque el gigante que con sus líneas rectas y sus extraños diseños estructurales sorprendió al Chile de los 70’s, no tenía cortafuegos ni protecciones adecuadas para un incendio desde su interior. Por eso, cuando este inicio de marzo el Portales ardió, lo hizo con rabia. Las llamas surgieron desde su base, arrasando con fierros y madera, con cuadros y papeles, con escritos y uniformes. Y para cuando el edificio colapsó por el fuego, todos sentimos que no sólo ardía un edificio más, ni que la alameda podría perder un poco su identidad al verse derrumbado en uno de sus costados, sino por sobretodo, sentimos que ardía un pedazo de historia, un pedazo de nuestros recuerdos, un pedazo de nuestra identidad. Una parte de nuestra memoria.
miércoles, febrero 22, 2006
Los Juegos de Video
Siempre que tengo tiempo, juego en el computador. Es algo que hago desde que era muy chico y que con el tiempo se convirtió en uno de mis grandes pasatiempos, junto a la música. Y es que aunque mi generación no fue la generación de las consolas PS2 ni Gamecube, ni tampoco la de la interactividad del DVD o la multifuncionalidad del internet, fue la generación en que todo lo que se refería al videojuego fue una sorpresa. Claro, cuando nuestros hermanos mayores veían a sus tiernos 5 años un flipper y corrían a buscar la moneda de peso grande para comprar las fichas y luchar por mantener más tiempo la pelota en juego, nosotros a la misma edad jugábamos con los videos arcade. Esas hermosas máquinas de múltiples colores que adornaban los oscuros locales de barrio en que por $50 uno podía jugar al Space Invaders, al Pac-Man o al auto que tiraba humo para que no lo pillaran los contrincantes. Uno esperaba el momento en que la mamá tenía plata como para comprar unas fichas y partía a jugar en esos juegos de gráfica básica, en que con suerte se distinguían colores y con los que todos soñábamos cada semana. Hacíamos campeonatos a la salida del colegio básico, cuando los videojuegos estaban en una casa cercana al colegio, que tenía en la salida de autos un arcade de ninjas que pegaban patadas y parecían palitroques. Claro que no hay que olvidar a la impresionante gráfica “3D” de la Guerra de las Galaxias hecha con líneas verdes en un fondo negro con las voces de Obi-Wan y Darth Vader, todo un clásico.
Mientras pasaban los años viendo pipiripao y tomábamos Free esperando “El Festival de los Robots” apareció en nuestro mundo algo que jamás pensamos posible: el videojuego en la casa. Nació Atari, la empresa que logró acercar el arcade al televisor y que nos permitió jugar sin fichas. Claro que Atari, Sega y Dreamcast, los pioneros de las consolas, habían aparecido muchos años antes. Lo que pasa es que Chile, como siempre, recibió los adelantos mucho después y sólo para algunos, los que tenían mayor poder adquisitivo. De todas maneras algunos de nuestros amigos ya contaban con el Atari 5300, esa consola negra con rayitas que permitía jugar con joystick el pong y algunos juegos arcaicos. Para mí fue en 1989 cuando los videojuegos se tornaron adictivos. Porque ese año me regalaron mi Atari 800 XL, con casetera, con la que cargaba los juegos durante media hora para que al final se cayera la carga y tuviera que empezar de nuevo. Así pasaron a ser parte de mi tarde el Montezuma, River Raid, Asteriod, Landscape, y tantos otros que no se acababan nunca y que podíamos copiar en la radio doble casetera de mi mamá. Aquí fue cuando nació mi alma de piratero de software. Comenzamos copiando los juegos de casete a casete y vendiéndolos en el colegio. Nos hicimos la américa por un par de años, hasta que apareció Nintendo y nos cagó el negocio.
Nintendo, de la mano de Mario, regresó el catridge al puesto que siempre debió estar y dejó la carga lenta del casete y la inestable de la disketera de 5 ¼ en un segundo plano. Y por supuesto, los juegos se ampliaron. Como por ejemplo, Terminator 2, todas las versiones de Mario, Sonic (Sega), Los Simpsons, double dragon, las tortugas ninja y Street Fighter. La gráfica se mejoró y entró todo tipo de empresas a competir y nuestro Atari quedó obsoleto. La empresa se fue a la quiebra en 4 años y nosotros nos quedamos sin juegos nuevos. Pero Bill Gates y sus amiguitos de IBM con sus computadores PC, comenzaron a ver que los videojuegos eran un mercado tan rentable que también empezaron a hacerlos y así crearon juegos para las plataformas 286, 386 y el impresionantemente poderoso 486, con ¡8 megas de RAM! Toda una máquina. Y los juegos ya no sólo fueron de saltitos mamones y carreras de autos, fueron de disparos, muerte, sangre, sexo y rock n’ roll. El mercado avanzó tanto que nadie se quedó sin comprar un PC, porque se justificaba con que era “para trabajar” cuando sólo se usaba para escribir y jugar (igual que ahora). Y las consolas se fueron a pique, igual que lo habían hecho los arcades y Atari unos años antes, dejando a todos con las consolas tiradas juntando polvo. Y ahí me quedé yo, en el PC. Porque cuando llegó la revolución del PS2, el XBOX y Gamecube yo ya había pasado los 20 años, así que el juego por el juego no era mi prioridad. Los grandes avances gráficos me llegaron a través del PC, con sus fallas y problemas, con sus virus y sus pantallas azules, pero con la convicción de que para el resto no sólo estaba jugando, estaba “trabajando”.
Mientras pasaban los años viendo pipiripao y tomábamos Free esperando “El Festival de los Robots” apareció en nuestro mundo algo que jamás pensamos posible: el videojuego en la casa. Nació Atari, la empresa que logró acercar el arcade al televisor y que nos permitió jugar sin fichas. Claro que Atari, Sega y Dreamcast, los pioneros de las consolas, habían aparecido muchos años antes. Lo que pasa es que Chile, como siempre, recibió los adelantos mucho después y sólo para algunos, los que tenían mayor poder adquisitivo. De todas maneras algunos de nuestros amigos ya contaban con el Atari 5300, esa consola negra con rayitas que permitía jugar con joystick el pong y algunos juegos arcaicos. Para mí fue en 1989 cuando los videojuegos se tornaron adictivos. Porque ese año me regalaron mi Atari 800 XL, con casetera, con la que cargaba los juegos durante media hora para que al final se cayera la carga y tuviera que empezar de nuevo. Así pasaron a ser parte de mi tarde el Montezuma, River Raid, Asteriod, Landscape, y tantos otros que no se acababan nunca y que podíamos copiar en la radio doble casetera de mi mamá. Aquí fue cuando nació mi alma de piratero de software. Comenzamos copiando los juegos de casete a casete y vendiéndolos en el colegio. Nos hicimos la américa por un par de años, hasta que apareció Nintendo y nos cagó el negocio.
Nintendo, de la mano de Mario, regresó el catridge al puesto que siempre debió estar y dejó la carga lenta del casete y la inestable de la disketera de 5 ¼ en un segundo plano. Y por supuesto, los juegos se ampliaron. Como por ejemplo, Terminator 2, todas las versiones de Mario, Sonic (Sega), Los Simpsons, double dragon, las tortugas ninja y Street Fighter. La gráfica se mejoró y entró todo tipo de empresas a competir y nuestro Atari quedó obsoleto. La empresa se fue a la quiebra en 4 años y nosotros nos quedamos sin juegos nuevos. Pero Bill Gates y sus amiguitos de IBM con sus computadores PC, comenzaron a ver que los videojuegos eran un mercado tan rentable que también empezaron a hacerlos y así crearon juegos para las plataformas 286, 386 y el impresionantemente poderoso 486, con ¡8 megas de RAM! Toda una máquina. Y los juegos ya no sólo fueron de saltitos mamones y carreras de autos, fueron de disparos, muerte, sangre, sexo y rock n’ roll. El mercado avanzó tanto que nadie se quedó sin comprar un PC, porque se justificaba con que era “para trabajar” cuando sólo se usaba para escribir y jugar (igual que ahora). Y las consolas se fueron a pique, igual que lo habían hecho los arcades y Atari unos años antes, dejando a todos con las consolas tiradas juntando polvo. Y ahí me quedé yo, en el PC. Porque cuando llegó la revolución del PS2, el XBOX y Gamecube yo ya había pasado los 20 años, así que el juego por el juego no era mi prioridad. Los grandes avances gráficos me llegaron a través del PC, con sus fallas y problemas, con sus virus y sus pantallas azules, pero con la convicción de que para el resto no sólo estaba jugando, estaba “trabajando”.
viernes, febrero 10, 2006
El maldito día del amor
Hace muchos años, cuando era un niño de colegio y me caracterizaba por ser el nerd del curso, el que les daba las tareas a los otros y, por sobre todo, el que nunca tenía mina, me sentía aún más desdichado cuando llegaba el verano. Claro, porque no sólo estaban las vacaciones, que eran muy apestosas porque no eran con amigos, porque la pubertad era una etapa bastante cruda en mi cuerpo y en la que ningún músculo asomaba a mis raquíticos brazos y en que mis lentes reflejaban tanto el sol que las minas se alejaban de mí. Además de todo eso, llegaba el día fatídico de febrero. Y no hablo de la apertura del festival de viña que siempre me ha parecido una calamidad; no, el objeto de mi furia y frustración era el 14 de febrero, día de San Valentín. Ese maldito día en que todos DEBIAN tener pareja, en que el amor cruzaba el aire y generaba la mayor depresión de la adolescencia en otros tantos como yo. Ese día en que los regalos era corazones y ositos, tarjetas mamonas y por sobre todo una sarta de cursilerías que ni los cariñositos hubiesen soportado. Y la tienda “village” se hacía la américa con tal cantidad de pololos que se volvían adictos a regalarse cosas que luego quedaban tiradas en algún closet, como esos peluches de “te quiero” que luego servían para juntar polillas o los globos de helio desinflados que nunca sirvieron para nada más.
Bueno, la situación era insostenible para mí; si en el colegio, durante todo el año jamás me pescaban, imagínense a la hora del traje de baño en la época estival. Pero igual uno tenía que inventarse su amor de verano, colocarlo en las comunas o regiones más lejanas y rogar para que nadie tuviese una prima que se llamara igual y viviera por ahí mismo. El día de San Valentín se volvió en el karma de mi adolescencia y por supuesto, nunca tuve polola en esa fecha durante mi etapa escolar. Cuando ya estaba en cuarto medio me saqué los lentes y, aunque no veía nada, empecé a ser cotizado por las minas y me di cuenta de que no era tan feo como pensaba. Los lentes eran mi problema. Así conocí durante los 8 meses siguientes a muchas minas y amigos de los cuales podía armar vagamente el rostro a lo lejos, saludando sin saber a quién. Eso me generó varias minas con las que anduve y al menos ese año, me reinvindiqué como macho galán.
Así llegó la universidad y por supuesto que tampoco tenía mina para el 14 de febrero, por lo que, como siempre, me fui a reír de los regalos que mis amigos le hacían a sus pololas. Pero llegó el ’96, cambié de carrera y conocí a mi actual señora. Todos los 14 de febrero posteriores fueron de lujo, porque ahora tenía a quien regalonear y con quien pasearme sin sentirme como un paria del amor. El problema apareció poco después cuando me di cuenta que ya no sólo tenía que regalar en cumpleaños, navidad, santo y aniversario de pololeo, sino también en el fatídico 14. Y claro, cuando uno regala más de 5 veces al año a la misma persona, a los 3 años ya no te quedan muchas ideas. Y volví a odiar la fecha. Es que ni siquiera la sentía como propia, era como que la gente de las tiendas te decían “compra, o tu relación se acaba” ¡puaj!.
Y fue entonces, el año 2003, que todo cambió. El día que de nuestro matrimonio coincidió (no lo quisimos así, no había otra fecha esa semana) con el 14 de febrero. Así que nos casamos el día del amor y aunque lo sigo encontrando cursi y el bam-bam casi nos caga el aniversario cuando se quería casar en esa fecha, me sentí más aliviado. Porque ya el 14 no sería el día del amor impuesto por el comercio. El 14 de febrero es ahora mi propio día del amor, en el que no me importa lo que compre o haga el resto, porque es el día en que recuerdo el momento en que decidí comenzar mi propia familia.
Bueno, la situación era insostenible para mí; si en el colegio, durante todo el año jamás me pescaban, imagínense a la hora del traje de baño en la época estival. Pero igual uno tenía que inventarse su amor de verano, colocarlo en las comunas o regiones más lejanas y rogar para que nadie tuviese una prima que se llamara igual y viviera por ahí mismo. El día de San Valentín se volvió en el karma de mi adolescencia y por supuesto, nunca tuve polola en esa fecha durante mi etapa escolar. Cuando ya estaba en cuarto medio me saqué los lentes y, aunque no veía nada, empecé a ser cotizado por las minas y me di cuenta de que no era tan feo como pensaba. Los lentes eran mi problema. Así conocí durante los 8 meses siguientes a muchas minas y amigos de los cuales podía armar vagamente el rostro a lo lejos, saludando sin saber a quién. Eso me generó varias minas con las que anduve y al menos ese año, me reinvindiqué como macho galán.
Así llegó la universidad y por supuesto que tampoco tenía mina para el 14 de febrero, por lo que, como siempre, me fui a reír de los regalos que mis amigos le hacían a sus pololas. Pero llegó el ’96, cambié de carrera y conocí a mi actual señora. Todos los 14 de febrero posteriores fueron de lujo, porque ahora tenía a quien regalonear y con quien pasearme sin sentirme como un paria del amor. El problema apareció poco después cuando me di cuenta que ya no sólo tenía que regalar en cumpleaños, navidad, santo y aniversario de pololeo, sino también en el fatídico 14. Y claro, cuando uno regala más de 5 veces al año a la misma persona, a los 3 años ya no te quedan muchas ideas. Y volví a odiar la fecha. Es que ni siquiera la sentía como propia, era como que la gente de las tiendas te decían “compra, o tu relación se acaba” ¡puaj!.
Y fue entonces, el año 2003, que todo cambió. El día que de nuestro matrimonio coincidió (no lo quisimos así, no había otra fecha esa semana) con el 14 de febrero. Así que nos casamos el día del amor y aunque lo sigo encontrando cursi y el bam-bam casi nos caga el aniversario cuando se quería casar en esa fecha, me sentí más aliviado. Porque ya el 14 no sería el día del amor impuesto por el comercio. El 14 de febrero es ahora mi propio día del amor, en el que no me importa lo que compre o haga el resto, porque es el día en que recuerdo el momento en que decidí comenzar mi propia familia.
sábado, enero 28, 2006
Los Capone Criollos
Una de las historias de gangsters que más me gusta es la de “Los Intocables” contra “Al Capone”. Esa relación de odio-admiración entre ambos, en que mientras uno se escapaba siempre y lograba sus negocios sucios en la ley seca, el otro lo perseguía y lograba desbaratar varios de sus planes. Durante años se persiguieron mutuamente, mataron gente de cada bando, pero por sobretodo generaron en el atribulado ambiente de los años ’30 una admiración por parte de la gente hacia ambos bandos. Todos sabemos que Al Capone siempre se salvó, para molestia de muchos policías honestos, pero no lo logró del todo. Pasó que un día llegó a la oficina de Eliott Ness un hombrecito de lentes que llevaba una carpeta bajo el brazo y le dijo “tenemos a Al Capone”. Como Ness no lo había arrestado ni tampoco había logrado inculparlo con los decomisos, su asombro fue absoluto. Un tipo de la oficina de recaudaciones podía arrestar a Capone sólo mostrando unos papeles donde se demostraba que había evadido impuestos. Y así calló Al Capone, uno de los criminales más recordado y admirado del siglo anterior.
En Chile, en cambio, no había ley seca. A cambio, hubo golpe, toque de queda, detenidos desaparecidos, crímenes, se prohibió la libertad de prensa y de manifestaciones democráticas, bajo el alero de la dictadura de Pinochet. Este hombre, que consiguió el poder bajo una situación límite, que sólo el destino en muchas grandes jugadas lo llevó a ser general, que jamás aprendió a modular, que una sola vez se sacó una foto con lentes oscuros y que ha sido reproducida mil veces para recordar su malévolo rostro, estuvo por muchos años libre de culpa. Sí, libre de los asesinatos en masa que ocurrieron bajo su gobierno, donde él sabía hasta cuando caía una hoja de un árbol, pero que mágicamente después negó saber. Libre de culpa por la sangre de esa gente, porque él no se manchó las manos, se las mancharon otros a quienes también abandonó a su suerte. Libre de las lágrimas de las madres, esposas e hijas de quienes murieron. Libre del aislamiento que sufrieron los miles de exiliados. Libre de remordimientos por falsear un plebiscito. Libre de todo.
Este dictador se dio maña para cambiar a Chile en muchos aspectos, dejar amarrado el poder a la forma que él lo tenía y crear una constitución que sólo beneficiaba a algunos, que, por otras vueltas del destino, lo dejaron abandonado a él. Creó el cargo vitalicio para que después que se retirara del ejército pudiese tener fuero parlamentario y salvarse de cualquier requerimiento judicial, burlándose en la cara de la democracia que él mismo destruyó. Fue un tribunal extranjero el que lo apresó por primera vez; pero claro, Chile dijo ser soberano y querer juzgarlo aquí, cosa que no pasó porque tenía fuero y porque los jueces, en su mayoría, seguían siendo los mismos de la dictadura. Miles de personas rogaban por justicia, por saber donde estaban sus seres queridos, pidiendo un gesto de misericordia para responder tantas preguntas que jamás fueron contestadas.
Pero nunca cayó. A pesar del tardío desafuero, los resquicios legales con que adujeron una “demencia senil” lo salvaron nuevamente de cualquier proceso. Además, la edad lo hacía ver hasta casi benévolo, un pobre viejo postrado en su silla de ruedas.
Hasta que apareció nuevamente el hombrecillo con su carpeta. Claro, porque el dictador que dijo no ganar más que lo que el ejército y el sueldo de “presidente” le generaban, movía caudales de dinero fuera del país, con identificaciones y pasaportes falsos, ayudado por su familia y algunos cercanos, sin que nadie se diese cuenta de que en Chile el bolsillo cada vez estaba más vacío. Y se descubrieron las cuentas en el banco Riggs y estalló el escándalo. Claro, porque hasta para los empresarios que lo apoyaban durante sus matanzas se sintieron “ultrajados” (ya que el dinero sí les importa); porque con esa plata se podrían haber hecho muchas cosas más para la gente, pero por sobretodo, porque había sido él, al que nunca se le había podido atrapar. Y fue la carpetita de los impuestos la que apareció en un escritorio y un hombrecillo dijo “tenemos a Pinochet”. Y al igual que Al Capone, Pinochet y su séquito cayó en manos de la justicia, no por sus crímenes contra la humanidad, no por su crueldad ni por su despotismo, sino por los impuestos.
En Chile, en cambio, no había ley seca. A cambio, hubo golpe, toque de queda, detenidos desaparecidos, crímenes, se prohibió la libertad de prensa y de manifestaciones democráticas, bajo el alero de la dictadura de Pinochet. Este hombre, que consiguió el poder bajo una situación límite, que sólo el destino en muchas grandes jugadas lo llevó a ser general, que jamás aprendió a modular, que una sola vez se sacó una foto con lentes oscuros y que ha sido reproducida mil veces para recordar su malévolo rostro, estuvo por muchos años libre de culpa. Sí, libre de los asesinatos en masa que ocurrieron bajo su gobierno, donde él sabía hasta cuando caía una hoja de un árbol, pero que mágicamente después negó saber. Libre de culpa por la sangre de esa gente, porque él no se manchó las manos, se las mancharon otros a quienes también abandonó a su suerte. Libre de las lágrimas de las madres, esposas e hijas de quienes murieron. Libre del aislamiento que sufrieron los miles de exiliados. Libre de remordimientos por falsear un plebiscito. Libre de todo.
Este dictador se dio maña para cambiar a Chile en muchos aspectos, dejar amarrado el poder a la forma que él lo tenía y crear una constitución que sólo beneficiaba a algunos, que, por otras vueltas del destino, lo dejaron abandonado a él. Creó el cargo vitalicio para que después que se retirara del ejército pudiese tener fuero parlamentario y salvarse de cualquier requerimiento judicial, burlándose en la cara de la democracia que él mismo destruyó. Fue un tribunal extranjero el que lo apresó por primera vez; pero claro, Chile dijo ser soberano y querer juzgarlo aquí, cosa que no pasó porque tenía fuero y porque los jueces, en su mayoría, seguían siendo los mismos de la dictadura. Miles de personas rogaban por justicia, por saber donde estaban sus seres queridos, pidiendo un gesto de misericordia para responder tantas preguntas que jamás fueron contestadas.
Pero nunca cayó. A pesar del tardío desafuero, los resquicios legales con que adujeron una “demencia senil” lo salvaron nuevamente de cualquier proceso. Además, la edad lo hacía ver hasta casi benévolo, un pobre viejo postrado en su silla de ruedas.
Hasta que apareció nuevamente el hombrecillo con su carpeta. Claro, porque el dictador que dijo no ganar más que lo que el ejército y el sueldo de “presidente” le generaban, movía caudales de dinero fuera del país, con identificaciones y pasaportes falsos, ayudado por su familia y algunos cercanos, sin que nadie se diese cuenta de que en Chile el bolsillo cada vez estaba más vacío. Y se descubrieron las cuentas en el banco Riggs y estalló el escándalo. Claro, porque hasta para los empresarios que lo apoyaban durante sus matanzas se sintieron “ultrajados” (ya que el dinero sí les importa); porque con esa plata se podrían haber hecho muchas cosas más para la gente, pero por sobretodo, porque había sido él, al que nunca se le había podido atrapar. Y fue la carpetita de los impuestos la que apareció en un escritorio y un hombrecillo dijo “tenemos a Pinochet”. Y al igual que Al Capone, Pinochet y su séquito cayó en manos de la justicia, no por sus crímenes contra la humanidad, no por su crueldad ni por su despotismo, sino por los impuestos.
martes, enero 24, 2006
Los arreglos caseros
Al parecer, mientras más edad tenemos, más presente se vuelve nuestra capacidad de adaptación a los nuevos hechos que aparecen en nuestras vidas. Un ejemplo muy claro es que cuando crecemos podemos entender mejor como funcionan las cosas y asumimos que un aparato u objeto se puede desarmar y volver a armar, cosa que a mis 5 años no entendía y rompía todos los autos de carrera a martillazos para ver al piloto que venía adentro...
También la estupidez se reduce con los años (espero), al poder decidir como arreglar el nuevo hogar. Porque como toda historia tortuosa que se jacte de sí misma, mi historia sobre la búsqueda de departamento llegó a su fin. Por esas cosas del destino pudimos encontrar el mejor departamento que nuestra capacidad monetaria nos permitía y, además, superó con creces el espacio que necesitábamos. El contrato se firmó con retraso, ya que el que vivía en el departamento no se podía ir hasta conseguir el préstamo con que compraría su nuevo departamento. Así nos encontró enero en el mismo viejo departamento, con las cosas embaladas, intentando hacer una cena decente con los platos que sacamos a duras penas de una caja.
Pero finalmente, el día llegó. El departamento se entregó la segunda semana de enero y pudimos comenzar con nuestra odisea. Si, una odisea. Porque además de sumar los ya 2 meses de búsqueda y el mes en que la mitad de las cosas estaban embaladas, hay que sumarle el fin de semana en que teníamos que terminar de embalar. Y por supuesto, el embalaje no se concluyó a tiempo y cuando llegó el camión de mudanzas todavía habían varias cosas que tuvimos que meter a la mala en algunas cajas. Dicen por ahí que está comprobado que la mudanza es una de las cosas más estresantes por las que pasa el ser humano moderno, después de la muerte de un ser querido o un divorcio. Y es que es así. Porque la mudanza no es sólo embalar. No. Hay que embalar, botar las toneladas de cachureos que uno guarda con los años, llamar a un camión, bajar las cosas hasta el camión, contar que no falte nada, mirar de reojo a los que cargan para que no se hagan los vivos con algo, mirar de reojo a los vecinos por la misma razón, subirse a duras penas al camión lleno, rezar porque en el trayecto los cuadros, la loza y los vasos lleguen sin romperse; bajar las cosas, volver a contarlas y por fin cerrar la puerta del departamento. Si eso fuera todo, bien. Pero no lo es, porque luego viene el orden de las cosas, la típica frase de “donde está esto” o “parece que no embalamos esto” o “la caja de la ropa no la veo”. Y el stress comienza su nueva etapa, donde las cosas que cabían en el departamento chico se vuelven incontables y por alguna extraña razón no caben en el grande.
Además, y esto es una mención aparte, está la limpieza del departamento al que uno llegó, porque siempre están sucios. El que nosotros ocupamos es digno de un análisis científico; creo que habían especies desconocidas de hongos en los baños. La grasa en la cocina, la alfombra con manchas, los hoyos donde estuvieron los clavos, el papel que se despega, las puertas que no cierran, las llaves que gotean, las lámparas que no están, los vidrios de las ventanas sueltos y por supuesto la infinidad de partes que uno no sabe dónde iban, pero que ahí están al fondo del closet. Creo que el momento en que uno empieza a respirar un poco más tranquilo es cuando por fin se arma la cama. El resto no importa, hay que descansar en algún momento.
Por supuesto, el departamento anterior nos penará al menos un mes. Las cuentas que uno cambió de dirección, pero que se facturaron antes y hay que ir a buscarlas, los gastos “correlativos” de los días utilizados que hay que descontar, la limpieza del departamento antes de entregar las llaves y la devolución del mes en garantía. Claro, porque a uno le cobran el mes en garantía de entrada, pero igual tenemos que esperar un mes para que nos lo devuelvan.
A pesar de todo, creo que el cambio quedó bien, el departamento lentamente está tomando su forma final. En algunos días más podré entrar por la puerta y decir por fin “hogar, dulce hogar”.
También la estupidez se reduce con los años (espero), al poder decidir como arreglar el nuevo hogar. Porque como toda historia tortuosa que se jacte de sí misma, mi historia sobre la búsqueda de departamento llegó a su fin. Por esas cosas del destino pudimos encontrar el mejor departamento que nuestra capacidad monetaria nos permitía y, además, superó con creces el espacio que necesitábamos. El contrato se firmó con retraso, ya que el que vivía en el departamento no se podía ir hasta conseguir el préstamo con que compraría su nuevo departamento. Así nos encontró enero en el mismo viejo departamento, con las cosas embaladas, intentando hacer una cena decente con los platos que sacamos a duras penas de una caja.
Pero finalmente, el día llegó. El departamento se entregó la segunda semana de enero y pudimos comenzar con nuestra odisea. Si, una odisea. Porque además de sumar los ya 2 meses de búsqueda y el mes en que la mitad de las cosas estaban embaladas, hay que sumarle el fin de semana en que teníamos que terminar de embalar. Y por supuesto, el embalaje no se concluyó a tiempo y cuando llegó el camión de mudanzas todavía habían varias cosas que tuvimos que meter a la mala en algunas cajas. Dicen por ahí que está comprobado que la mudanza es una de las cosas más estresantes por las que pasa el ser humano moderno, después de la muerte de un ser querido o un divorcio. Y es que es así. Porque la mudanza no es sólo embalar. No. Hay que embalar, botar las toneladas de cachureos que uno guarda con los años, llamar a un camión, bajar las cosas hasta el camión, contar que no falte nada, mirar de reojo a los que cargan para que no se hagan los vivos con algo, mirar de reojo a los vecinos por la misma razón, subirse a duras penas al camión lleno, rezar porque en el trayecto los cuadros, la loza y los vasos lleguen sin romperse; bajar las cosas, volver a contarlas y por fin cerrar la puerta del departamento. Si eso fuera todo, bien. Pero no lo es, porque luego viene el orden de las cosas, la típica frase de “donde está esto” o “parece que no embalamos esto” o “la caja de la ropa no la veo”. Y el stress comienza su nueva etapa, donde las cosas que cabían en el departamento chico se vuelven incontables y por alguna extraña razón no caben en el grande.
Además, y esto es una mención aparte, está la limpieza del departamento al que uno llegó, porque siempre están sucios. El que nosotros ocupamos es digno de un análisis científico; creo que habían especies desconocidas de hongos en los baños. La grasa en la cocina, la alfombra con manchas, los hoyos donde estuvieron los clavos, el papel que se despega, las puertas que no cierran, las llaves que gotean, las lámparas que no están, los vidrios de las ventanas sueltos y por supuesto la infinidad de partes que uno no sabe dónde iban, pero que ahí están al fondo del closet. Creo que el momento en que uno empieza a respirar un poco más tranquilo es cuando por fin se arma la cama. El resto no importa, hay que descansar en algún momento.
Por supuesto, el departamento anterior nos penará al menos un mes. Las cuentas que uno cambió de dirección, pero que se facturaron antes y hay que ir a buscarlas, los gastos “correlativos” de los días utilizados que hay que descontar, la limpieza del departamento antes de entregar las llaves y la devolución del mes en garantía. Claro, porque a uno le cobran el mes en garantía de entrada, pero igual tenemos que esperar un mes para que nos lo devuelvan.
A pesar de todo, creo que el cambio quedó bien, el departamento lentamente está tomando su forma final. En algunos días más podré entrar por la puerta y decir por fin “hogar, dulce hogar”.
miércoles, enero 04, 2006
Carlitos, el grande
Cuando era chico, mi mamá trabajaba todo el día, hacía horas extras e incluso tenía que ir a terreno y ausentarse semanas. Pero para ella el fin de semana con nosotros era algo que no se perdía. Hubiese temporal o un calor del demonio, mi mamá nos sacaba a pasear. Cuando llegaban esos escasos días en que no podíamos salir (ya sea por plata o por necesidades de la empresa) nosotros ocupábamos a la única niñera que trabajaba el fin de semana completo: la televisión. Y esta “cajita idiota”, como muchos detractores la han llamado durante años, se convirtió en mi gran compañía tanto en la semana como en los momentos en que mi mamá no podía estar con nosotros. Cuando los sábados estábamos ya muy cansados de tanto correr y patear cosas, de buscar bichos y hacerlos pelear entre ellos o pasar por la casa del perro maldito y pegarle a la reja para que ladrara una hora, nos sentábamos a ver la tele. Y esas tardes de sábado, en la década de los 80s, eran sólo para ver un programa: Sábados Gigantes (sí, con eses). Y a pesar de que el cabezón Don Francisco nunca fue de mis grandes ídolos, debo reconocer que a mis cortos 7 años hacía de mi tarde un momento de risa imparable. Claro, sus trajes ridículos, sus sombreros de tirolés y la forma en que molestaba a la gente y se tiraba al suelo eran todo un show. Pero lo que yo esperaba con ansias no eran los concursos, los cantantes o el chacal... eran los sketchs humorísticos.
Desde que Sábados Gigantes se hizo el programa más visto de Chile, debió alargar su parrilla programática, por lo que los artistas nacionales, la cámara viajera y un sin fin de secciones y concursos salieron a relucir. De todas estas secciones las que más prosperaron fueron los sketchs. Eran pequeñas obrillas de teatro (a veces muy picarescas) que contaban las aventuras de cierto grupo de personajes. En poco más de 15 minutos armaban unas historias de enredos y malentendidos que uno esperaba pegado al televisor. Y aunque Mandolino, el Grúa, Maitén Montecinos, El Fatiga, Pinto Paredes y Angulo, los Valverde y los Eguiguren fueron los que triunfaron con gran estruendo, había un tipo flaco que siempre me dio mucha risa sólo de verlo: Carlitos Helo. Este insigne humorista de la vieja escuela, lleno de recuerdos y experiencias en la gran noche bohemia santiaguina de los 60’s e inicios de los 70’s (junto a otros reyes de la época como Daniel Vilches), llegaba a cada sketch con una nota ocurrente, con ese humor blanco, más blanco que el ramo de la novia de Ruperto (ya no habrá luna de miel...) y deslumbraba por la simpleza de sus chistes, casi un bálsamo que permitía hilar el resto de las historias.
Creo que siempre quise mucho lo que significaba Carlos Helo y el grupo de humoristas y guionistas de aquellos oscuros años 80. Porque para muchos de nosotros fue casi una hipnosis que nos permitió seguir con la inocencia antes de llegar a la pubertad democrática, donde no sabíamos que papel jugaríamos, donde nuestros padres de peleaban por todo y con todos y donde a varios de nosotros nos costó entender los cambios que se producían. Y Carlitos era el hombre que me hacía reír, con su poco agraciada figura, con cada broma burda y con esos chistes fomes que realmente me hacían reír de lo fomes que eran.
Pero Carlitos no sólo era humorista o comediante, era guionista; creaba sus personajes, los diálogos de todo el sketch, etc. Y eso era el mayor mérito que tenía: armaba personajes y obras para otros, muchos de los cuales no pagaron ni un peso por su ayuda y se hicieron ricos a costa suya. Muchos de los mismos que no se acordaron de él cuando necesitó ayuda durante los diez años que duró su enfermedad. Los mismos que no estuvieron con él cuando la fama lo abandonó. Los mismos que aparecían golpeándose el pecho en el funeral. Por eso, ese respiro final, esa última señal de vida en sus ojos lo sorprendió casi completamente solo y pobre. Y no faltaron los que apuntaron sus dardos a la falta de planificación, que los “artistas” no ahorraban, que siempre morían pobres por su vida licenciosa. Y tampoco los que se aprovecharon de su funeral como un podio para atacar al cabezón que les dio de comer por tantos años y que, cuando quiso crecer, se sacudió de encima, cual caspa del hombro, a todos los que de él dependían. Y tampoco los que usaron las cámaras como testimonio de su propia falta de previsión y de su poca suerte en el estrellato.
Pero, perdónenme, Carlos Helo sí ahorró, sí tuvo visión de su futuro y sí se preocupo de su familia. La enfermedad fue la que no estaba prevista. Y aunque se tenga mucha plata, 10 años de enfermedad empobrecen a cualquiera. Aún así, en sus tristes años, vimos un par de veces a un Carlitos que decía chistes en el living de su casa o que participaba en alguna esporádica aparición televisiva.
Este es mi humilde homenaje a una de las personas que hizo que nuestros días de niñez y adolescencia fuesen más alegres, más divertidos, más familiares, más llenos de humor. Así te quiero recordar Carlitos, con la sonrisa amplia y los ojos un poco caídos diciendo alguna de tus frases para el bronce.
Desde que Sábados Gigantes se hizo el programa más visto de Chile, debió alargar su parrilla programática, por lo que los artistas nacionales, la cámara viajera y un sin fin de secciones y concursos salieron a relucir. De todas estas secciones las que más prosperaron fueron los sketchs. Eran pequeñas obrillas de teatro (a veces muy picarescas) que contaban las aventuras de cierto grupo de personajes. En poco más de 15 minutos armaban unas historias de enredos y malentendidos que uno esperaba pegado al televisor. Y aunque Mandolino, el Grúa, Maitén Montecinos, El Fatiga, Pinto Paredes y Angulo, los Valverde y los Eguiguren fueron los que triunfaron con gran estruendo, había un tipo flaco que siempre me dio mucha risa sólo de verlo: Carlitos Helo. Este insigne humorista de la vieja escuela, lleno de recuerdos y experiencias en la gran noche bohemia santiaguina de los 60’s e inicios de los 70’s (junto a otros reyes de la época como Daniel Vilches), llegaba a cada sketch con una nota ocurrente, con ese humor blanco, más blanco que el ramo de la novia de Ruperto (ya no habrá luna de miel...) y deslumbraba por la simpleza de sus chistes, casi un bálsamo que permitía hilar el resto de las historias.
Creo que siempre quise mucho lo que significaba Carlos Helo y el grupo de humoristas y guionistas de aquellos oscuros años 80. Porque para muchos de nosotros fue casi una hipnosis que nos permitió seguir con la inocencia antes de llegar a la pubertad democrática, donde no sabíamos que papel jugaríamos, donde nuestros padres de peleaban por todo y con todos y donde a varios de nosotros nos costó entender los cambios que se producían. Y Carlitos era el hombre que me hacía reír, con su poco agraciada figura, con cada broma burda y con esos chistes fomes que realmente me hacían reír de lo fomes que eran.
Pero Carlitos no sólo era humorista o comediante, era guionista; creaba sus personajes, los diálogos de todo el sketch, etc. Y eso era el mayor mérito que tenía: armaba personajes y obras para otros, muchos de los cuales no pagaron ni un peso por su ayuda y se hicieron ricos a costa suya. Muchos de los mismos que no se acordaron de él cuando necesitó ayuda durante los diez años que duró su enfermedad. Los mismos que no estuvieron con él cuando la fama lo abandonó. Los mismos que aparecían golpeándose el pecho en el funeral. Por eso, ese respiro final, esa última señal de vida en sus ojos lo sorprendió casi completamente solo y pobre. Y no faltaron los que apuntaron sus dardos a la falta de planificación, que los “artistas” no ahorraban, que siempre morían pobres por su vida licenciosa. Y tampoco los que se aprovecharon de su funeral como un podio para atacar al cabezón que les dio de comer por tantos años y que, cuando quiso crecer, se sacudió de encima, cual caspa del hombro, a todos los que de él dependían. Y tampoco los que usaron las cámaras como testimonio de su propia falta de previsión y de su poca suerte en el estrellato.
Pero, perdónenme, Carlos Helo sí ahorró, sí tuvo visión de su futuro y sí se preocupo de su familia. La enfermedad fue la que no estaba prevista. Y aunque se tenga mucha plata, 10 años de enfermedad empobrecen a cualquiera. Aún así, en sus tristes años, vimos un par de veces a un Carlitos que decía chistes en el living de su casa o que participaba en alguna esporádica aparición televisiva.
Este es mi humilde homenaje a una de las personas que hizo que nuestros días de niñez y adolescencia fuesen más alegres, más divertidos, más familiares, más llenos de humor. Así te quiero recordar Carlitos, con la sonrisa amplia y los ojos un poco caídos diciendo alguna de tus frases para el bronce.
lunes, enero 02, 2006
Anotación Negativa
Desde chicos la sociedad nos obliga a comportarnos. Cada acción es llamada al escrutinio de la autoridad competente, la cual cambia según el paso de los años. Así es como en un principio son nuestros padres quienes nos reglamentan con frases como “eso no se hace” o “¡nooooo! ¡caca!” y nuestro mundo se convierte en un campo minado por el que transitamos llenos de temor. Y cuando llegamos al colegio se suman a nuestro padres los profesores e inspectores del colegio, quienes no tienen frases sobre la caca, sino las que comienzan con tu apellido: “Escobar... ¿no se da cuenta de lo que pudo provocar?” o “Escobar... ¡a inspectoría!”. Así nuestra enseñanza se convierte en la suma de reclusiones y retos que vienen por partida doble, ya que después de soportar la humillación del trato docente, llega el reto paterno, con lo que nuestra autoestima se va al suelo.
Pero con el tiempo todos nos acostumbramos a los retos y, como ya no hacemos caso, aparece una argucia académica que logra hacernos volver en parte a nuestro camino... las anotaciones. Las hay de dos tipos: las positivas, que permiten a los ñoños y tranquilos seguir siéndolo, pero que además sean reconocidos por ello; y las negativas, para los rebeldes y amigos del recreo, que no se conforman con el uso y abuso de los ñoños para efecto de las pruebas, sino también el uso de los mismos para burlas y juegos. Y así nos plantean la disyuntiva más grande de nuestro comportamiento escolar: si no eres de un bando, eres del otro. Y quedamos destinados a recibir cuanta anotación pueda surgir de las mentes malévolas de nuestros profesores e inspectores, sin importar si participamos o no en el problema, si nos inculparon o simplemente no estábamos.
Cuando por fin dejamos el colegio y nos llevamos nuestras hojas llenas de anotaciones para por fin olvidarnos de todo, nos llega la oportunidad de comenzar de cero en la educación superior. Es aquí donde nuestros exabruptos no son tomados en cuenta y todo está permitido (excepto tomarse la facultad o quemar la escuela). Pero todo sueño tiene que terminar.
Entonces, luego de algunos años de descanso respecto a las anotaciones negativas, salimos a trabajar. Y es aquí donde, sin avisarnos, las anotaciones vuelven en gloria y majestad, pero no como negativas o positivas, sino como revisiones de trabajo, evaluaciones de personal, evaluaciones de crédito, revisión salarial, etc. Pero la mayor de las anotaciones negativas es una que nos limita para todo: el DICOM. Claro, porque para todos los mortales que no tenemos cuentas en importantes bancos y no movemos capitales al extranjero, el dicom es la mayor amenaza para nuestra estabilidad tanto laboral como social. Es cosa de ver cuando uno pide un crédito, quiere comprar o arrendar una casa, busca trabajo o simplemente quiere abrir una cuenta. El inspector del colegio vuelve disfrazado de un soplón social, quien por teléfono o por internet nos recuerda a cada momento que alguna vez cometimos un olvido o un error. Y como único descargo podemos decir “eso fue hace mucho, ya lo pagué”, pero no por ello logramos que se nos dé el crédito que necesitamos. Además surge otro problema: si aparecemos tan fácil en dicom... ¿porqué no desaparecemos así de rápido?; porque el negocio de estos soplones profesionales, estos carroñeros de las faltas ajenas, es que sea uno el que tenga que ir y pagar para que lo borren de su base de datos. Y esto no nos protege ante una nueva inclusión en la lista.
Así es, de alguna forma u otra estamos obligados a cuidar nuestras espaldas del juicio ajeno y la reglamentación social. Porque, aunque todos vamos en el mismo barco, no todos remamos hacia el mismo lado.
Pero con el tiempo todos nos acostumbramos a los retos y, como ya no hacemos caso, aparece una argucia académica que logra hacernos volver en parte a nuestro camino... las anotaciones. Las hay de dos tipos: las positivas, que permiten a los ñoños y tranquilos seguir siéndolo, pero que además sean reconocidos por ello; y las negativas, para los rebeldes y amigos del recreo, que no se conforman con el uso y abuso de los ñoños para efecto de las pruebas, sino también el uso de los mismos para burlas y juegos. Y así nos plantean la disyuntiva más grande de nuestro comportamiento escolar: si no eres de un bando, eres del otro. Y quedamos destinados a recibir cuanta anotación pueda surgir de las mentes malévolas de nuestros profesores e inspectores, sin importar si participamos o no en el problema, si nos inculparon o simplemente no estábamos.
Cuando por fin dejamos el colegio y nos llevamos nuestras hojas llenas de anotaciones para por fin olvidarnos de todo, nos llega la oportunidad de comenzar de cero en la educación superior. Es aquí donde nuestros exabruptos no son tomados en cuenta y todo está permitido (excepto tomarse la facultad o quemar la escuela). Pero todo sueño tiene que terminar.
Entonces, luego de algunos años de descanso respecto a las anotaciones negativas, salimos a trabajar. Y es aquí donde, sin avisarnos, las anotaciones vuelven en gloria y majestad, pero no como negativas o positivas, sino como revisiones de trabajo, evaluaciones de personal, evaluaciones de crédito, revisión salarial, etc. Pero la mayor de las anotaciones negativas es una que nos limita para todo: el DICOM. Claro, porque para todos los mortales que no tenemos cuentas en importantes bancos y no movemos capitales al extranjero, el dicom es la mayor amenaza para nuestra estabilidad tanto laboral como social. Es cosa de ver cuando uno pide un crédito, quiere comprar o arrendar una casa, busca trabajo o simplemente quiere abrir una cuenta. El inspector del colegio vuelve disfrazado de un soplón social, quien por teléfono o por internet nos recuerda a cada momento que alguna vez cometimos un olvido o un error. Y como único descargo podemos decir “eso fue hace mucho, ya lo pagué”, pero no por ello logramos que se nos dé el crédito que necesitamos. Además surge otro problema: si aparecemos tan fácil en dicom... ¿porqué no desaparecemos así de rápido?; porque el negocio de estos soplones profesionales, estos carroñeros de las faltas ajenas, es que sea uno el que tenga que ir y pagar para que lo borren de su base de datos. Y esto no nos protege ante una nueva inclusión en la lista.
Así es, de alguna forma u otra estamos obligados a cuidar nuestras espaldas del juicio ajeno y la reglamentación social. Porque, aunque todos vamos en el mismo barco, no todos remamos hacia el mismo lado.
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